sábado, 26 de junio de 2021

HISTORIA DE ESPAÑA

 SIGLO XIII EN ESPAÑA

La batalla de Arrato fue una batalla librada en el marco de las Guerras de bandos en torno al 1200 en la sierra de Arrato al oeste de LetonaÁlava.

El enfrentamiento entre el bando gamboíno, representado por los Guevara, y el oñacino, por los Mendoza, concluyó con la victoria de los primeros y la muerte de Lope González de Mendoza, III señor de Mendoza.


Antecedentes[editar]

La rivalidad entre las familias de los Mendoza y los Guevara entorno al territorio alavés tiene su origen en las guerras banderizas, en las que cada linaje se posicionó como cabeza de cada uno de los bandos: los Mendoza con los oñacinos y los Guevara con los gamboínos.

Santuario de Nuestra Señora de Estíbaliz

De acuerdo al cronista banderizo Lope García de Salazar y sus Bienandanzas e fortunas, la batalla de Arrato tiene su origen en el matrimonio de Iñigo de Guevara y la hermana de Lope González de Mendoza, III señor de Mendoza.1​ Según la crónica con toques de leyenda, el señor de los Mendoza exigió la devolución de la dote al conocer que el Guevara había cometido adulterio. Además, se disputaron la posesión de una preciada bocina hecha a partir de un cuerno de vaca. Para resolver el lance, se recurrió a los alcaldes de las hermandades de Álava que, reuniendo a los dos implicados en el Santuario de Estibaliz,2​ juzgaron en favor de la familia Guevara. Lope González de Mendoza no acatando la sentencia, desafió al bando gamboíno a un combate en la sierra de Arrato.

Localización[editar]

Por la descripción que se hace del campo de batalla y teniendo en cuenta el hallazgo de numerosos objetos medievales durante las excavaciones arqueológicas del castro de Urisolo 3​, de la Edad del Hierro, todo apunta a que la batalla se libró en la ladera sureste del monte Azkorrieta.4

La batalla[editar]

Cueva de los 40 caballeros

El día fijado, al contrario de lo esperado por Lope González de Mendoza, Iñigo de Guevara se presentó con un número superior de fuerzas acompañado de guipuzcoanos del bando gamboíno, principalmente ballesteros, que había llamado en secreto. Negándose a retirar a la torre de Mendoza, se inició el combate, resultando fatal para la caballería de los Mendoza y cayendo muerto el propio Lope González de Mendoza y su yerno Lope de Mendoza.

Se cuenta, que el braguero de Lope González de Mendoza fue llevado para vender al mercado de Vitoria. También, que en la retirada del bando oñacino, 40 de los caballeros se refugiaron y escondieron en el interior de una cueva existente junto al campo de batalla.

Consecuencias[editar]

Tras el trágico final de los Mendoza en la batalla, el hijo de Lope González de Mendoza, que apenas contaba cinco años, fue llevado en secreto a Navarra para ponerlo a salvo de la ira de los Guevara. De ahí que tomó el nombre de Diego Hurtado de Mendoza. 5

Años después, Diego de Mendoza regresó a Álava para vengar a su padre y se presentó en el castillo de Guevara para retar a Iñigo de Guevara. Éste salió a su encuentro a caballo golpeándose en la cabeza con el arco de la puerta y cayó muerto. Tras esto, Diego Hurtado de Mendoza cortó la cabeza de Iñigo y fue vendida, en señal de venganza, en el mismo mercado de Vitoria. 6​ 7

Legado[editar]

Escudo de Guevara con las panelas de plata sobre fondo rojo, en el segundo y tercer cuadrante

En recuerdo de la batalla de Arrato, la familia de los Guevara adoptó las panelas sobre fondo rojo para su escudo heráldico. Esta figura tiene por tanto un origen alavés8​ y simbolizan las hojas de álamo cubiertas del polvo levantado por la caballería, sobre el río Zayas (o Zadorra según la fuente), el cual había quedado teñido por la sangre tras el combate. 9​Así mismo, los Mendoza también tomarían las panelas después del lance frente al castillo de Guevara, las cuales pasaron por lazos de parentesco a otras importantes familias como los Hurtado o los Salcedo.

Ricardo Becerro de Bengoa, por su parte, sostiene que las panelas en lugar de hojas de álamo se trata de unas flores acuáticas, "que el vulgo llama calabazas".










El Fuero de Madrid fue el conjunto de normas escritas para administrar la vida local de la villa medieval de Madrid, concedidas en 1202, por el rey Alfonso VIII de Castilla.1​ Hay que observar que Madrid disponía de un concejo real ya antes del Fuero de 1202 y a partir de entonces pasó a ser un concejo libre. El texto, en su introducción latina dice:

«Haec est carta facil concillium de Madrid ad norem domino nostrum rege Alfonsus et de concilio de Madrid»

Fue redactado por la Asamblea General de Vecinos reunida en la plaza de la Villa, precedente del Concejo de Madrid. Los preceptos incluidos en el fuero reglamentan el Derecho penal y procesal, así como la vida política y administrativa. El texto menciona una estructura administrativa de la ciudad compuesta de diez collaciones y revela la estructura concejil interna dividida en concejo mayor y menor. Se regula la vida de los gremio de la Villa y otros oficios, y se hace distinción entre ciudadanos campesinos y herederos propietarios. La población de Madrid en el momento de la concesión del llamado Fuero Viejo estaba compuesta por núcleos de cristianos, judíos y musulmanes.1​ estuvo vigente hasta el año 1389 en que Alfonso XI obligó a la villa a ceñirse al Fuero Real.

Historia[editar]

Litografía publicada en el primer tomo de Historia de la Villa y Corte de Madrid (1860) con el epígrafe «Alfonso VIII amplía y firma el fuero de Madrid (1211)»

A comienzos del siglo XIII la posición estratégica de la plaza de Madrid lentamente va notando como disminuye la intensidad defensiva al reducirse los ataques de los almohades procedentes del sur. La victoria de Alfonso VIII ocurrida en las Navas de Tolosa el año 1212 tuvo como consecuencia que se alejaran de la cuenca del Tajo las tensiones bélicas de la reconquista. Esta situación deja que la ciudad comience a regular su funcionamiento urbano y facilitar las tareas de repoblación. La creación del Fuero era, por tanto, una necesidad. Fue Alfonso VIII quien concedió algunos privilegios a la villa, iniciándose la redacción del texto en 1202. No era un fenómeno aislado la aparición de un fuero madrileño, ya que durante este periodo de periodo de formación del territorio cristiano, proliferaron los fueros con carácter local en diversas ciudades.

Pasado casi medio siglo, en el año 1262, ya denominado como "Fuero viejo", es revocado por el Fuero Real con un carácter menos localista, por orden del rey Alfonso X en un intento de uniformar los diversos fueros locales existentes por aquella época en la Corona de Castilla.2​ La transición entre ambos fue gradual, razón esta por la que tuvo que ser ratificado por el rey de nuevo algunás décadas más tarde. En el año 1348 deja de ser vigente.

Características del texto[editar]

El original se encuentra depositado y custodiado en el Archivo General de la Villa.3​ Se compone de cuatro cuadernillos con ocho hojas cada uno. El segundo cuadernillo se ha perdido definitivamente en el siglo XVII, y en su lugar hay páginas en blanco. El texto en el que está redactado es un dialecto mozárabe de origen toledano,4​ esto hace pensar a los investigadores que en el siglo XIII todavía existía en la villa un núcleo mozárabe de cierta consideración.






Fuero de Santillana del Mar (1209)

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Fueros de Santillana del Mar
Fuero de 1045Fernando I de León
Título de colegiata para la iglesia abadenga
Fuero de 1209Alfonso VIII de Castilla
Título de villa
Fuero de 1427Juan II de Castilla
Confirmación del título de villa

El 11 de diciembre de 12091​ Santillana del Mar (CantabriaEspaña) recibió un fuero por parte del rey Alfonso VIII de Castilla por el cual la población adquirió el título de villa2​ y fue donada al monasterio en torno al que surgió.1​ El documento vino a sumarse a otro concedido por Fernando I en el año 1045 que dio a la iglesia de la abadía de Santa Juliana el rango de colegiata.3​ El documento se conserva en el archivo de la colegiata.4

El fuero de 1209 se enmarca dentro de la política de Alfonso VIII, que otorgó diversos fueros, además de a Santillana, a las villas marineras cántabras, luego unidas en una provincia llamada Hermandad de las Cuatro Villas, únicos puertos que poseía entonces el Reino de Castilla. La pretensión de los reyes castellanos era expandir su comercio marítimo en los mercados europeos.5​ El fuero de Santillana fue elaborado a modelo del de Santander, dado por el mismo rey en 1187.5

El fuero fue escrito en el valle de Buelna durante una visita de Alfonso VIII al norte de su reino (actual Cantabria). El fuero es exacto al de Santander, hasta tal punto que Santillana del Mar, una localidad que, a pesar de su nombre, no posee mar, obtuvo las concesiones marítimo-comerciales que le fueron otorgadas al puerto de Santander.4​ No obstante, el fuero de Santillana tiene algunas adiciones.6

El documento permitía a los abades cobrar sueldo a los vecinos de la villa e impedir ejercer jurisdicción a los nobles que en ella habitaban, además de regular impuestos, libertad de mercado y jurisdicción penal, entre otros asuntos.






La batalla de Úbeda tuvo lugar entre el 16 y el 24 de julio de 1212 entre los cristianos del rey de Castilla Alfonso VIII y los restos del ejército musulmán recién derrotado en la batalla de las Navas de Tolosa, llamada por los musulmanes batalla de Hisn al-Iqab, realizada poco antes al principio de ese mismo lapso; la toma de Úbeda era tan importante que incluso los cronistas llamaban a la batalla de Las Navas "batalla de Úbeda" en sus obras, ya que de algún modo entendían que constituía el final o conclusión de la misma.

Tras la victoria de Las Navas, era esencial para los cristianos tomar Baeza y Úbeda, llaves del valle del Guadalquivir. Al parecer, como refiere Argote de Molina, los musulmanes habían prevenido quizá una rebelión de los inquietos mozárabes de Baeza y la habían vaciado para recluirse en Úbeda, conocida entre ellos como Ubbadat al-arab,1​ a causa de sus imponentes murallas, que incluían una torre albarrana octogonal al Norte. Alfonso VIII ya había saqueado estos lugares en incursiones que hizo no solo su hijo el infante Fernando y el IV maestre de Calatrava Nuño Pérez de Quiñones en 1192, sino también en otras que hizo en 1193 y 1194 para talar sus vegas. Según la crónica sarracena de Rawd al-Qirtas, que refiere la historia de Marruecos y al-ÁndalusAlfonso VIII y los caballeros de la orden del Temple entraron en Úbeda2​ e hicieron una gran mortandad:

De vuelta de Hisn al-Iqab fue Alfonso contra la ciudad de Úbeda, y la ganó a los musulmanes por asalto, matando a sus habitantes, grandes y pequeños, y así siguió conquistando al-Ándalus, ciudad tras ciudad, hasta apoderarse de todas las capitales, no quedando en manos de los musulmanes sino muy poco poder. Solo le impidió apoderarse de este resto de botín la protección divina por medio de la dinastía de los benimerines. Dícese que todos los reyes cristianos que asistieron a la batalla de Hisn al-Iqab, y que entraron en Úbeda, no hubo uno solo que no muriese aquel año.34

Rades de Andrada, cronista de Calatrava, refiere sin creérsela demasiado la noticia de Argote de que los moros le ofrecieron al rey Alfonso VIII un cuento (un millón) de maravedíes para evitar males mayores, habiendo ofrecido además que ambas villas quedasen tributarias y vasallas del rey de Castilla, pero los arzobispos de Toledo y Narbona lo impidieron, proclamando que serían excomulgados quienes hicieran tal trato. Alfonso, pues, arrasó cristianamente el lugar, tomó el alcázar tras ocho días de batalla y asedio el 24 de julio de 1212 y escribió al papa Inocencio III para notificarle orgulloso la difícil victoria:

Tandem pervenimus ad duas civitates, quarum altera dicitur Biacia, altera Ubeda; quibus non erant maiores citra mare praeter Cordubam et Ispalim; quarum alteram, scilicet, Biacciam destructam invenimus, ad alteram vero, scilicet, Ubedam, quae situ, loci et artificio fortissima erat, confugerat multitudo hominum infinita ex omnibus villis adiacentibus. Cum villa illa nunquam ab imperatore vel ab aliquo regum Ispaniae expugnata sciretur vel subiugata, in eadem posse salvari sua corpora credebant. Sed et hanc in brevi, divina gratia faciente, cepimus et funditus dextruximus

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