SIGLO X EN ESPAÑA
El Califato Omeya de Córdoba o Califato de Occidente fue un estado musulmán andalusí con capital en Córdoba, proclamado por Abderramán III en 929. El Califato puso fin al emirato independiente instaurado por Abderramán I en 756 y perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas. Por otro lado, la época del Califato de Córdoba fue la de máximo esplendor político, cultural y comercial de Al-Ándalus, aunque también fue intenso en unos de los reinos de taifas.
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Califato de Córdoba hacia el año 1000. | ||||
Capital | Córdoba 37°53′N 4°46′O | |||
Idiomas | Árabe andalusí,a mozárabe,b hebreo | |||
Religión | Islam sunní | |||
Gobierno | Monarquía absoluta | |||
Califa | ||||
• 929-961 | Abderramán III | |||
• 961-976 | Alhaken II | |||
• 976-1013 | Hisham II | |||
• 1027-1036 | Hisham III | |||
Período histórico | Edad Media | |||
• Establecimiento | 16 de enero de 929 | |||
• Reinado de Alhaken II | 961-976 | |||
• Muerte de Almanzor | 1002 | |||
• Estallido de la guerra civil | 1009 | |||
• Fitna | 1031 | |||
• Fitna de al-Ándalus | 1036 | |||
Superficie | ||||
• 1000 | 500,000 km² |
Historia[editar]
Apogeo del Califato[editar]
Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhaken II (961-976) constituyen el periodo de apogeo del Califato omeya, en el cual se consolida el aparato estatal cordobés.
Para afianzar la organización administrativamente de un territorio bastante extenso y de población heterogénea mayoritariamente no árabe, los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata'ls (esclavos y libertos de origen europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe. De esta manera tremendamente eficaz, se gestionó fiscalmente y de forma centralizada el cobro de los impuestos, diezmos, peajes, tasas aduaneras, derechos sobre mercados y joyas, sometiendo a la contribución del Califato incluso a los cortesanos.1
En el ejército se incrementó especialmente la presencia de contingentes bereberes, debido a la intensa política califal en el Magreb. Abderramán III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato, realizando con éxito una redistribución de la riqueza, tal como señala el geógrafo Ibn Hawqal.
Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de Al-Ándalus y estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el norte de África y el Mediterráneo.
La fitna[editar]
La fitna, guerra civil, comenzó en 1009 con un golpe de Estado que supuso el asesinato de Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, la deposición de Hisham II y el ascenso al poder de Muhámmad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.
A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos cristianos. Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus monumentos, entre ellos el Alcázar andalusí y Medina Azahara, destruidos. La capital llegó a trasladarse temporalmente a Málaga. En poco más de veinte años se sucedieron 10 califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado), pertenecientes tres de ellos a una dinastía distinta de la omeya, la hammudí.
En medio de un desorden total, se independizaron paulatinamente las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia, Albarracín y Zaragoza. El último califa, Hisham III, fue depuesto en 1031, y se proclamó una taifa en Córdoba. Para entonces todas las coras (provincias) de Al-Ándalus que aún no se habían independizado se proclamaron independientes, bajo la regencia de clanes árabes, bereberes o eslavos. La caída del Califato supuso para Córdoba la pérdida definitiva de la hegemonía de Al-Ándalus y su ruina como metrópoli.
El emir Abderramán III tomó el título de califa en 929, afirmando así la completa independencia del Califato de Córdoba del de los abasíes. Siguió el ejemplo de los fatimíes que habían fundado un califato chiita ismaelita en el Magreb después de la toma de Raqqada (capital de los aglabíes) en 909, antes de conquistar Egipto en 969 y establecerse allí definitivamente en 973.
La consecuencia de esta decisión fue que los califas omeyas de Córdoba padecían una mala reputación en la historiografía musulmana. De hecho, el califa, como "Comandante de los creyentes" tenía que ser único; este deseo de independencia religiosa fue visto como una disidencia que amenazaba la unidad espiritual de la comunidad de creyentes en el mundo árabe-musulmán clásico, ya socavada por el establecimiento del califato fatimí. Sin embargo, otros siguieron.
Omeyas de Córdoba[editar]
Los Omeyas de España, los omeyas de Andalucía o los omeyas de Córdoba primero gobernaron un emirato en 756 en Al-Andalus y luego fundaron una dinastía califal en 929. Son una rama de los Omeyas marwánidas que gobernaban en Damasco sobre el imperio árabe. El último califa de esta dinastía que gobernó en Córdoba, Hisham III, fue depuesto en 1031.
Política interior[editar]
El apogeo del califato cordobés queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a contribución. Administrativamente, el califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y militares, denominadas coras, siguiendo a grandes rasgos la anterior división administrativa del Emirato.
Durante el Califato de Córdoba el nombramiento funcionarial máximo era el de visir, el acceso a una alta magistratura permitía la promoción y ascenso de hijos y parientes próximos, lo mismo que el cese los arrastraba. El háyib o canciller ejercía todas las acciones que el califa delegaba en él, dirigía las aceifas y organizaba la política administrativa de las provincias. Era el primero de los visires y responsable de la gestión de estos. También fue muy destacado el puesto de zalmedina de Córdoba, con rango de visir. Su misión era la aplicación de la ley en asuntos de extrema gravedad, la regencia del reino en ausencia del califa, la jefatura por delegación de la Casa Real, la facultad de recibir la adhesión del pueblo en la Mezquita Mayor durante la coronación de los emires o califas y la recaudación de los impuestos extraordinarios. Subordinados suyos eran el jefe de policía y el Juez de Mercado. La importancia de este cargo quedó reflejado en la propia evolución política de Almanzor.2
La administración de la justicia descansaba en los cadíes, estos ejercían sus funciones de acuerdo con el Corán y la tradición ortodoxa de la escuela malikí. El primer magistrado tenía su residencia en Córdoba y luego cada provincia tenía su juez con plena jurisdicción. Los cadíes también administraban los bienes de la comunidad y dirigían la oración en las mezquitas. En el Califato de Córdoba surgieron dos magistraturas extraordinarias: comes injustitiarum y el comes redditornum, el primero era un nombramiento del califa con poderes especiales para juzgar casos de especial importancia y el segundo juzgaba las denuncias contra los altos funcionarios.2
La opulencia del califato durante estos años queda reflejada en las palabras del geógrafo Ibn Hawqal:
La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos.
Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó su propia ciudad palatina: Medina Azahara. Esta etapa de la presencia islámica en la península ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1009 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o háyib Almanzor. No obstante, el Califato siguió existiendo oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del Estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas.
Caída del Califato[editar]
En el siglo XI, el Califato se derrumbó y se fragmentó en microestados, las taifas (hasta 25) que, debilitadas, serían poco a poco reconquistadas por los Cristianos. El último reino musulmán español, el reino de Granada, cayó en 1492. Los últimos musulmanes, que vivían bajo la ley cristiana, se verían obligados a convertirse o emigrar en el siglo XVII.
Política exterior[editar]
Relaciones con los reinos cristianos[editar]
Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del Califato estuvo orientada al Mediterráneo. Durante los primeros años del Califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llegó a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León y Navarra, y los condados de Castilla y el Barcelona le rendían tributo.
Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamientos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Gálib.
Relaciones con el Magreb[editar]
La política cordobesa en el Magreb fue igualmente intensa, particularmente durante el reinado de Alhaken II. En África, los omeyas se enfrentaron a los fatimíes, que controlaban ciudades como Tahart y Siyilmasa, puntos fundamentales de las rutas comerciales entre el África subsahariana y el Mediterráneo, si bien este enfrentamiento no fue directo entre ambas dinastías. Los omeyas se apoyaron en los zenata y los idrisíes y el Califato fatimí, en los ziríes sinhaya.
Eventos importantes fueron la ocupación de Melilla, Tánger y Ceuta, punto desde el cual se podía evitar el desembarco fatimí en la península. Tras la toma de Melilla en 927 a mediados del siglo X, los Omeyas controlaron el triángulo formado por Argel, Siyilmasa y el océano Atlántico y promovieron revueltas que llegaron a poner en peligro la estabilidad de califato fatimí. Sin embargo, la situación cambió tras el ascenso de al-Muizz al Califato fatimí. Almería fue saqueada y los territorios africanos bajo autoridad omeya pasaron a ser controlados por los fatimíes, reteniendo los cordobeses sólo Tánger y Ceuta. La entrega del gobierno de Ifriqiya a Ibn Manad provocó el enfrentamiento directo que se había intentado evitar anteriormente, si bien Ya'far ibn Ali al-Andalusi logró detener al zirí Ibn Manad.
En el 972 estalló una nueva guerra en el norte de África, provocada en esta ocasión por Ibn Guennun, señor de Arcila, que fue vencido por el general Gálib. Esta guerra tuvo como consecuencia el envío de grandes cantidades de dinero y tropas al Magreb y la continua inmigración de bereberes a Al-Ándalus.
Política en el Mediterráneo[editar]
El Califato mantuvo relaciones con el Imperio bizantino de Constantino VII y emisarios cordobeses estuvieron presentes en Constantinopla. El poder del Califato se extendía también hacia el norte, y hacia el 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba, de lo que queda constancia de las protestas por la piratería musulmana practicada desde Fraxinetum y las islas orientales de al-Ándalus. Igualmente, algunos años antes, Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que ostentaba Córdoba.
A partir del 942 se establecieron relaciones mercantiles con la República amalfitana y en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña.
Economía y población[editar]
La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica —fundamentada en un comercio muy importante—, una industria artesana muy desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más importante de la época, que fue probablemente imitada por el Imperio carolingio. Así, el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.
A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250 000 habitantes en 935 y rebasó los 400 000 en 1000, con lo que fue durante el siglo X una de las mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural, artístico y comercial de primer orden. La segunda ciudad de Europa tras Constantinopla.
Las ciudades más importantes que junto con la capital cordobesa fomentaron el esplendor del califato fueron Toledo como punto estratégico y cultural; Pechina o Sevilla, como los principales puertos comerciales de Al-Ándalus; Zaragoza, Tudela, Lérida y Calatayud, situadas en el estratégico valle del Ebro. Otras ciudades importantes fueron Mérida, Málaga, Granada o Valencia.3
Cultura[editar]
Abderramán III, octavo soberano Omeya de la España musulmana y primero de ellos que tomó el título de califa, no solo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental, rivalizando en poder, prestigio, esplendor y cultura durante un siglo con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato Abasí y el Imperio bizantino, respectivamente. Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes, que disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.
El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madínat al-Zahra, de la que hizo su residencia hasta su muerte.
Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del califa Alhaken II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado los 400 000 volúmenes. Quizás eso provocó la asunción de postulados de la filosofía clásica —tanto griega como latina— por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimónides, aunque los pensadores destacaron, sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.
Fundación dinástica de los Omeyas de España[editar]
- 750: Victoria en la batalla del Gran Zab. Los abasíes persiguen y masacran a los omeyas del Califato de Damasco (661-750) y establecen un nuevo Califato con Kufa como su capital.
- 14 de agosto de 755: Abderramán, el único superviviente de la masacre de la familia omeya, desembarcó en Al-Munakab, al sur de Al-Andalus (territorios de la península ibérica y de la Galia entonces bajo dominio musulmán), con la firme intención de fundar un estado independiente.
- 756: Con el apoyo del Yund (distrito militar, ejército) sirio, se impone en la batalla de Al-Musara y se proclamó emir, rompiendo así la unidad política de la Umma, al tiempo que seguía reconociendo la autoridad religiosa de Al-Mansur, el Califa abasí de Bagdad. Para pacificar el país, asegurar su poder e y su independencia de las conspiraciones de sus enemigos apoyados por los abasíes, Abderramán I, apodado "el emigrante", confió responsabilidades políticas a miembros de su familia y su clientela. Se apoya en el ejército, del que aumenta los efectivos, y establece una guardia mercenaria, que le obliga a aumentar los impuestos para pagar los salarios.
- 766-776: Su política se encontró con la oposición de los Yemeníes y los Bereberes musulmanes que vivían en España, que se rebelaron en varias ocasiones.
- 30 de septiembre de 788: muere en Córdoba Abderramán I, fundador de la dinastía y transformador de al-Andalus en estado independiente y estructurado.
Según el historiador Pierre Guichard, todos los príncipes omeyas que llegaron al poder en Córdoba eran hijos de esclavas concubinas, la mayoría de ellas de origen indígena “gallegas", procedentes de las restantes zonas cristianas del norte de España y del noroeste. Así, según el autor, "con cada generación, la proporción de sangre árabe que fluye por las venas del soberano reinante se redujo a la mitad, de modo que el último de la estirpe, Hisham II (976-1013), que según la única genealogía de estirpe masculina es de pura cepa árabe, en realidad sólo tiene un 0,09% de sangre árabe".
ʿAbd al-Raḥmān ibn Sanchul o Sanŷul, también llamado Nāṣir al-Dawla al-Maʾmūn,1 y conocido en las crónicas de los reinos cristianos como Sanchuelo (Córdoba, ¿983? – Córdoba, 3 de marzo de 1009), caudillo amirí del Califato de Córdoba y valido de Hisham II.
ʿAbd al-Raḥmān ibn Sanchul | ||
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Información personal | ||
Nacimiento | c. 983 Córdoba (Al-Ándalus) | |
Fallecimiento | 3 de marzo de 1009jul. Córdoba (Al-Ándalus) | |
Religión | Sunismo | |
Familia | ||
Padres | Almanzor Urraca Sánchez de Pamplona | |
Hijos | Abd al-Aziz ibn Amir | |
Información profesional | ||
Ocupación | Político y militar | |
Cargos ocupados | Háyib (1008-1009) |
Biografía[editar]
Primeros años[editar]
Nacido con toda probabilidad en 984 ya que la boda de sus padres fue en 983 para sellar una paz, Sanchuelo era hijo de Ibn Abi Ámir al-Mansur, el Almanzor de las crónicas, y Abda, nombre árabe que adoptó una de las esposas del caudillo amirí, hija de Sancho Garcés II de Pamplona y Urraca Fernández.2 Se dice que el parecido físico con su abuelo hizo que le denominaran Sanchuelo.
De hecho en torno al año 992 el monarca navarro anunció una visita oficial a su yerno, Almanzor, para tratar de poner fin al hostigamiento cordobés, debido a la ruptura del pacto anterior entre el califato y Pamplona.3 El 4 de septiembre de aquel año, Sancho II fue recibido tras un largo viaje en al-Zahira con gran pompa militar y tuvo ocasión de encontrase con su nieto, un niño que ostentaba el cargo de Visir al que al parecer besó los pies como homenaje, de acuerdo con la narración de al-Jatib.3
El gobierno de Sanchuelo[editar]
En octubre de 1008, a la muerte de su medio hermano Abd al-Malik al-Muzaffar de la que se rumoreó podía haber sido el causante,4 le sucedió5 en el poder que de facto venían ejerciendo los descendientes de Almanzor, como chambelán5 del califa Hisham II.4 Mucho más pródigo hacia este que su padre o su hermano, recibió el título honorífico de Násir al-Dawla («Defensor de la Dinastía») y, diez días más tarde de su nombramiento como chambelán, el califal de al-Mamún («el Fidedigno»), hecho este mal visto por la población.5 Esta ruptura con la tradición familiar, que se había limitado a tomar sobrenombres militares y había evitado los que pudiesen apuntar a la usurpación califal, fue un error muy criticado por sus contemporáneos.6 Para corregir el error, partió pronto en campaña contra los Estados cristianos para tratar, como habían hecho su padre y su hermano, de justificar su poder con éxitos militares en el yihad.6
Las tremendas tensiones internas dentro del califato entre bereberes, eslavos y árabes, la suplantación del poder califal por los amiríes y la escasa capacidad de Sanchuelo para el gobierno provocaron un periodo de anarquía y revueltas que finalizó con la fitna, por la cual desapareció el Califato de Córdoba y el poder se disolvió entre los reinos de taifas.
Durante el escaso tiempo en que gozó del título de hayib, se desentendió del gobierno y se comportó, en palabras de los cronistas, de manera excéntrica. Se hizo muy amigo de Hisham II.5 Este, siempre entre algodones, separado de las tareas propias del comendador de los creyentes desde niño, languidecía en una cárcel dorada en una vida de placeres y lujos sin preocupaciones, a la que parece haberse unido el nuevo háyib. En Córdoba no tardaron en correr los rumores sobre su desmedida afición al vino y las mujeres. Poco después se hizo nombrar heredero legítimo de Hisham II,7 contraviniendo la política de sus antecesores, que habían tenido siempre el máximo tacto y respeto por esta figura aunque detentaran el poder en exclusiva.4 El cambio dinástico que esto suponía soliviantó a los elementos árabes, tradicionalistas y menospreciados bajo los amiríes, y eslavos, siempre fieles a los omeyas.
Muerte[editar]
Su fin se gestó cuando se puso al frente de una campaña militar, tal vez para ganar algo del prestigio que como militares tuvieron su padre y su medio hermano.64 Pero también porque el descontento contra el régimen amirí crecía cada vez más y buscaba el apoyo del pueblo.89 Por el mismo descontento, pocos voluntarios se sumaron a su ejército, pero sí la totalidad de los mercenarios bereberes,89 aunque en verdad, desde las reformas militares y fiscales iniciadas por su padre, estos contingentes africanos habían reemplazado a los reclutas andalusíes (kuwar muŷannada) proporcionados por las provincias donde se habían asentado en masa los sirios llegados en el siglo VIII.10 Estos recibían una paga doble89 en metálico (naḍḍ) y especies (ṭaʿām, «cereales»; mawāšī, «ganado») que se solventaba en un impuesto que debían pagar los habitantes de cada localidad según el número de habitantes y casas.10 Los oficiales eran hombres libres o esclavos adscritos a los omeyas o los amiríes: clientes (mawlà-mawālī), beneficiados (ahl al-iṣṭināʿ, ṣāniʿ-ṣunnāʿ), jóvenes (fatà-fityān), pajes (ġulām-ġilmān) y esclavos en general (ʿabīd).10
Para ello no se le ocurrió mejor momento que el invierno del 1008, en mitad de un creciente malestar en la capital.4 Aunque sus consejeros le advirtieron de que la campaña era inoportuna, desoyó sus palabras y se dirigió al norte acompañado por el conde García Gómez de Carrión, al que ayudaba en su lucha contra Alfonso V de León.4 Para colmo, poco antes de marchar a la frontera dictó normas afrentosas para buena parte de la corte por las que deberían dejar de utilizar el bonete árabe y vestir a la berberisca. La capital califal, desguarnecida por su marcha, quedó en manos de sus enemigos.6
No tardó en estallar la revuelta, mientras Abderramán se hallaba en Toledo,4 aprovechando su marcha y la de los bereberes que aún eran fieles a la estirpe de Almanzor, y el 15 de febrero de 1009, Muhámmad ibn Hisham canalizó el descontento. La revuelta, acaudillada por un omeya biznieto de Abderramán III,4 estaba financiada por la madre de su hermano Abd al-Málik, que acusaba a Abderramán de ser el causante de la muerte de aquel.7 Se hizo con el control de Córdoba con el apoyo de una milicia entusiasta pero ineficiente formada por el populacho9 y liderada por diez hombres de origen humilde,11 entró en palacio sin encontrar mayor resistencia9 y obligó a Hisham II a abdicar7 en su favor. De este modo se proclamó califa4 con el nombre de Muhámmad II al-Mahdī.7 Rápidamente nombró ḥāŷib encargado de los asuntos militares a su primo ʿAbd al-Ŷabbār ibn al-Muġīra; su primera medida fue armar al vulgo fiel al no contar con el apoyo de la aristocracia árabe ni de los militares eslavos o bereberes.9 Poco después vino el licenciamiento forzoso de más de siete mil soldados, especialmente esclavos y mercenarios africanos.12 Su siguiente paso fue ganarse el apoyo de los demás omeyas. El 26 de abril, anunció la muerte de Hisham II (en realidad, este no murió sino que volvió a ostentar el califato en 1010-1013) y, tras dar su pésame al primo de aquel y nieto de Abderramán III, el príncipe Hišām ibn ʿUbayd Allāh, le prometió una almunia a cambio de renunciar a sus derechos sucesorios.11
A continuación, se vengó de los «usurpadores» amiríes y arrasó el complejo de al-Zahira4 durante cuatro días,9 hasta el 19 de febrero, donde estos residían y habían organizado una corte alternativa.4 La destrucción de la ciudad palatina, sede además de la Administración, fue total.4 Se recuperó una suma de 7 200 000 dinares de oro9 que, al seguir la fitna, se agotaron poco después.11
Sanchuelo pronto tuvo noticia de estos hechos y ordenó el regreso a la capital pero, según se acercaba, el ejército le fue abandonando poco a poco.13 Sus generales le habían recomendado unirse a las fuerzas de Wādiḥ en Medinaceli antes de volver, pero nuevamente había desechado su consejo y decidido marchar de inmediato a Córdoba.13 Con los pocos fieles que le siguieron, entre los que se contaba el conde de Carrión y Saldaña, alcanzó el Guadalmellato, a las afueras de la capital.13 Tropas del califa Muhámmad acudieron a arrestarlos y, el 3 de marzo de 1009, Abderramán y su aliado el conde García Gómez fueron decapitados.13 Su cadáver embalsamado fue crucificado en la Puerta de la Corte de Córdoba.14
Algunos eslavos leales a los amiríes consiguieron salvar a su hijo, ʿAbd al-ʿAzīz ibn ʿAmir, nacido hacia 1006, quien se convertiría en «régulo» de las taifas de Valencia en el 1021 y de Almería en el 1038, y llegará a ser el poder hegemónico en el Levante.1516
Los bereberes reaccionaron rápidamente a la pretendida desmovilización del nuevo califa.11 Buscaron un pretendiente omeya llamado Hišām ibn ʿAbd al-Mālik, biznieto de Abderramán III, que en la ola de saqueos xenófobicos que vinieron después de la caída de Sanchuelo fue asesinado.12 Bereberes, sirios, persas y otros extranjeros fueron asesinados cuando Muhámmad ordenó la persecución de los africanos y un pago por cada cabeza que se le entregase. Las mujeres de estos acababan vendidas en Dār al-Banāt, «la casa de las mujeres».12 Los bereberes sobrevivientes, escapados de Córdoba, encontraron un nuevo pretendiente al trono en Sulaymān, otro biznieto de Abderramán III;12 se iniciaba así una larga y devastadora guerra civil.
La familia de los Amiris[editar]
Pese a lo que se puede suponer, como la caída del poder de la poderosa familia, no toda la familia sufrió el destino de Abderramán Sanchuelo, al parecer pudieron escapar de la venganza de los Omeya, los demás hermanos de padre que habían alcanzado la edad de obtener tierras y señorío se encontraban en sus posesiones desde hacía años, gracias a la justa recompensa testamentaria al heredar a su padre, una línea de hijo varonil desde Portugal bajo protección del rey Alfonso I de la Casa de Borgoña, consigue permanecer en un cierto nivel de señoría en el castillo de Alcázar Do Sol, alcanzando un descendiente suyo Jacobo Almanzor fundador de Alcázar de Ceguer en Marruecos la pervivencia al parecer del apellido recuerdo de sus orígenes.[Diccionario Geográfico Universal 1806].
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