ESCULTURAS DE ESPAÑA
La cruz de la Cuesta es un crucero de piedra ubicado en la villa segoviana de Cuéllar (Castilla y León).
Está situada en la calzada de Santa María de la Cuesta, una empinada calle empedrada que da acceso a la iglesia de Santa María de la Cuesta.
Se trata de un monumento del siglo XV o XVI, compuesto por una cruz griega de perfil doblado, sobre un pedestal de una única grada de sillares. Fue derribada en el año 2012 por una máquina y sufrió graves daños, por lo que el Ayuntamiento de Cuéllar intenta reconstruirla.1
Como toda cruz de término, tiene declaración genérica como Bien de Interés Cultural, pese a no contar con anotación ministerial, pues ni está inscrita en el catálogo ni tiene expediente.
La cruz de San Basilio es un crucero de piedra ubicado en la villa segoviana de Cuéllar (Castilla y León).
Está situada en la carretera de Segovia, en la plazuela de San Basilio, entre la puerta y muralla de San Basilio y el convento del mismo nombre.1 Se trata de un monumento del siglo XVII; en el siglo XX fue derribada por un camión, y fue recuperada la parte de la cruz, siendo original el basamento y plataforma.2
Como toda cruz de término, tiene declaración genérica como Bien de Interés Cultural, pese a no contar con anotación ministerial, pues ni está inscrita en el catálogo ni tiene expediente.
La cruz de Santo Domingo es un crucero de piedra ubicado en el camino de Santo Domingo de la villa segoviana de Cuéllar (Castilla y León).
Fue colocada en recuerdo de la iglesia de Santo Domingo, que se encontraba en las inmediaciones, junto a la Huerta del Duque, coto de caza del castillo de Cuéllar, en el camino presidido por el torreón de Santo Domingo. Se trata de un monumento del siglo XVI, compuesto por una cruz griega y flordelisada, que recuerda a la de la Orden de Santo Domingo, sobre una plataforma circular de sillares.1 Hasta ella llega la primera de las procesiones que tienen lugar en Cuéllar durante las celebraciones de la Semana Santa en Cuéllar, el Viernes de Dolores.2
Como toda cruz de término, tiene declaración genérica como Bien de Interés Cultural, pese a no contar con anotación ministerial, pues ni está inscrita en el catálogo ni tiene expediente.
Valle de Cuelgamuros | ||
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elemento de la Lista Roja del Patrimonio | ||
Localización | ||
País | España | |
Comunidad | Comunidad de Madrid | |
Ubicación | San Lorenzo de El Escorial | |
Coordenadas | 40°38′29″N 4°09′25″O | |
Información general | ||
Usos | Basílica, abadía y monumento | |
Declaración | 25 de mayo de 2010 | |
Inicio | 1939-1940 | |
Finalización | 1958 | |
Construcción | 1940 | |
Inauguración | 1 de abril de 1959 | |
Coste | ||
Propietario | Patrimonio Nacional | |
Diseño y construcción | ||
Arquitecto | Pedro Muguruza Diego Méndez | |
Fundador | Francisco Franco | |
Otros |
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https://www.patrimonionacional.es/visita/valle-de-cuelgamuros-0 | ||
El Valle de los Caídos, oficialmente denominado Valle de Cuelgamuros desde octubre de 2022,3 es un conjunto monumental4 formado por una basílica católica, una abadía y una cruz de 150 m de altura asentada sobre la cumbre de un risco que domina todo el valle circundante;5 con la peculiaridad de que la basílica es subterránea en su totalidad. Se encuentra situado en el valle de Cuelgamuros de la sierra de Guadarrama, en el municipio de San Lorenzo de El Escorial, Comunidad de Madrid, España, a 9,5 km al norte del monasterio de El Escorial y unos 50 al noroeste de Madrid.4 Fue construido entre 1940 y 1958 principalmente con mano de obra de presos políticos republicanos,67 y también trabajadores contratados.89
En su diseño participaron los arquitectos Pedro Muguruza y Diego Méndez; las esculturas corresponden a Juan de Ávalos y Taborda, entre otros.1011 Está considerado uno de los mayores exponentes de la arquitectura franquista.12 La cruz tiene 150 metros de altura (con brazos de 24 metros cada uno), coronándose así como la más alta del mundo.13
El conjunto pertenece a la Fundación Santa Cruz del Valle de los Caídos y es gestionado por Patrimonio Nacional desde su apertura al público el 1 de abril de 1959. Desde 1990 el número anual de visitantes varía entre 150 000 y 500 000.1415
El dictador Francisco Franco ordenó su construcción en 1940 y que fuesen enterrados allí José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, y los caídos de la «Gloriosa Cruzada». Poco antes de su inauguración en 1959 fueron llevados allí restos de soldados del bando republicano, por lo que finalmente quedaron enterrados 33 833 combatientes de ambos bandos de la guerra civil española.16 Los columbarios están detrás de las dos grandes capillas del Santísimo y del Sepulcro (ambas a los lados del crucero) y de las seis laterales de la Virgen ubicadas en la nave. No hay separación por bandos, unos y otros están entremezclados.17 Con oficialmente restos de 33 847 personas distintas,18 y calificada la «mayor fosa común de España»,19 de acuerdo con una fuente del Valle incluida en un artículo publicado en El País en 2008, la exhumación de cadáveres sería imposible dado que estos habrían acabado formando parte de la propia estructura del edificio, al haber sido empleados para rellenar cavidades internas de las criptas,18 y que, por efecto de la humedad, habrían acabado conformado un «cadáver colectivo indisoluble».20 Pruebas de CSIC en 2018 así lo confirman.21
En 2012 finalizó una restauración parcial.22 En 2018 las visitas crecieron en un 103 % y alcanzaron más de 4000 por cada fin de semana con motivo del anuncio de la posible (en ese momento) exhumación de los restos mortales de Franco.23 Dicha exhumación se llevó a cabo el 24 de octubre de 2019. Los restos del que fuera dictador fueron trasladados al cementerio de Mingorrubio, junto con los de su viuda Carmen Polo, cumpliendo así la voluntad de Franco de ser enterrado junto a su esposa fuera del monumento24 y la Ley de Memoria Histórica.25
También se exhumó a José Antonio Primo de Rivera, cuyos restos descansan actualmente en el cementerio de San Isidro junto a sus familiares.
El monumento está situado en el valle de Cuelgamuros, en el extremo sur de la sierra de Guadarrama. Como el resto de la sierra, el entorno del valle está compuesto por grandes formaciones graníticas, y su vegetación predominante son los bosques de coníferas, aunque también destacan los robles, algunos olmos y, entre los arbustos, jaras, romero y tomillo. Está flanqueado por varias colinas y lo surcan algunos arroyos; uno de ellos, el Boquerón Chico, tiene una presa y surte de agua al monasterio.[cita requerida]
Está enclavado en el término municipal de San Lorenzo de El Escorial. El recinto, con sus edificaciones, constituye un predio, acotado y tapiado, de 1365 hectáreas, que limita al norte con el municipio de Guadarrama y al sur con el arroyo del Guatel, finca de la Solana y el monte de La Jurisdicción. Discurre al este la carretera de El Escorial a Guadarrama y la finca La Solana, y al oeste los términos municipales de Peguerinos y Santa María de la Alameda. Su altitud está comprendida entre 985 y 1758 metros sobre el nivel del mar; esta última pertenece al Risco de los Abantos.[cita requerida]
En el Registro de la Propiedad de mediados del siglo XIX la finca aparece inscrita con el nombre de Pinar de Cuelga Moros, que se convierte en Cuelgamuros en la inscripción registrada en 1875 y en todas las siguientes. Su último propietario antes de la expropiación forzosa por el Estado fue Gabriel Padierna de Villapadierna, marqués de Muñiz. La cuantía de la expropiación, ejecutada por la vía de urgencia, fue de 653.483,76 pesetas. Su altitud se sitúa entre los 985 y lo 1.758 metros sobre el nivel del mar. Esta última cota máxima corresponde al Risco de Abantos, mientras que el Risco de la Nava, sobre la que se levantaría la gran cruz, se sitúa en torno a los 1.400 metros. La idea era que el monumento fuera visible desde Madrid en los días claros.26
Cuelgamuros se encuentra en la sierra de Guadarrama y está casi equidistante de Madrid (58 km), Ávila (55 km) y Segovia (50 km). Al Valle de los Caídos solamente es posible acceder a través de la carretera M-527.
Nada más terminar la guerra civil la geografía española se llenó de cruces y de monumentos a los caídos del bando nacional pero «el proyecto más ambicioso del régimen destinado a conmemorar la Victoria y a honrar a los perecidos franquistas fue, sin ningún asomo de duda, el colosal Valle de los Caídos».27 Tras su inauguración en 1959 se convirtió en uno de los símbolos del franquismo, con la «clara intención de que el régimen contase con un gran monumento que representase todo aquello en lo que se sustentaba», «un recordatorio de la Victoria y de la sangre derramada por ella». Por otro lado, fue el proyecto personal del Generalísimo Franco.28
En la «construcción simbólica» del franquismo, como la ha llamado Zira Box, la guerra de la que había surgido fue el referente inequívoco y en especial «todo lo que tuvo que ver con la retórica y el ritual en torno a los caídos».29 Una valoración compartida por el historiador Javier Rodrigo para quien «de las políticas enfocadas hacia la articulación y la consecución de un consenso activo en torno al Régimen, a su Caudillo y a los valores que representaba, ninguna tuvo, posiblemente, tanta importancia cotidiana ―al margen de las políticas asistenciales― como el culto a la memoria de los caídos».30 «En definitiva, el perpetuo recuerdo de sus muertos sería una constante en la dictadura española que se manifestaría a través de las más diversas formas», concluye Zira Box.31
En el imaginario franquista «la sangre vertida por los caídos en la guerra era la siembra cuya cosecha se recogía con la Nueva España de la Victoria».29 Así lo recordó el propio Franco en un discurso pronunciado en Asturias en 1946: «No hay redención sin sangre, y bendita mil veces la sangre que nos ha traído nuestra redención». Ernesto Giménez Caballero le dijo al general Moscardó en mayo de 1939: «¡Soldados de Franco! ¡Ungidos de gloria y de Imperio! Sólo la muerte heroica se hace vida fecunda. Sólo la sangre mueve la Historia. Sólo los Caídos levantaron hacia arriba a España».32 Tres días después de acabada la guerra el Generalísimo Franco declaraba por medio del general Saliquet que «en los momentos en que con la victoria final recogemos los frutos de tanto sacrificio y heroísmo, mi corazón está con los combatientes de España, y mi recuerdo, con los caídos para siempre en su servicio».33
En efecto, como ha destacado Zira Box, «la dictadura española no escatimó esfuerzos en otorgar un puesto de honor a quienes habían caído por ella». El país se llenó de monumentos y cruces levantadas en su honor y se celebraron masivos funerales, misas, demostraciones y desfiles en su recuerdo.34 «Por doquier empiezan a surgir cruces y cruceros en homenaje y recuerdo de los héroes, de los mártires, de los caídos en la Cruzada» y en los muros de las iglesias «se inscriben en torno a los brazos de la cruz los nombres de los muertos en el bando de los vencedores».35
La retórica y el ritual franquista en torno a los caídos procedían fundamentalmente de Falange Española, cuyos jóvenes «caídos» fueron progresivamente exaltados y sacralizados ―su líder José Antonio Primo de Rivera insistía continuamente en la idea de la muerte como un acto de servicio y de sacrificio―. En el entierro del «cuarto caído» de Falange a principios e 1934 se inauguró el ritual del grito de «¡Presente!» tras pronunciar el nombre del «camarada» muerto ―un ritual que los falangistas habían tomado de los fascistas italianos―.36 Al cumplirse el primer aniversario de la fundación de falange el 29 de octubre de 1934 quedó instituida esa fecha como el Día de los Caídos del partido y en todos los funerales por los militantes muertos se leería la Oración por los muertos de Falange compuesta por Rafael Sánchez Mazas.37 Tras promulgar el general Franco el Decreto de Unificación entre la Falange y la Comunión Tradicionalista en abril de 1937 los caídos ya no lo serían por la «Revolución Nacional-Sindicalista» o por España como se decía en los rituales falangistas o «por Dios» o por España como se decía en los carlistas ―que tenían su propia conmemoración a sus muertos, la Fiesta de los Mártires de la Tradición, creada en 1895 y que se celebraba cada 10 de marzo―38 sino «por Dios, por España y por su revolución nacionalsindicalista» y más adelante según la fórmula que se acabó imponiendo: «por Dios y por España».34
Poco después de la promulgación del decreto de 16 de noviembre de 1938 por el que se instituía el 20 de noviembre de cada año como día de luto nacional, en conmemoración de la fecha en que fue fusilado José Antonio Primo de Rivera ―y en el que entre otras medidas conmemorativas, se anunciaba que se erigiría un monumento «de importancia adecuada a los honores propios del conmemorando―, la Junta Política del partido único FET y de las JONS ordenó que todas las iglesias exhibieran en sus muros unas placas conmemorativas con la lista de los «caídos por Dios y por la Patria» de cada localidad encabezadas con el nombre de José Antonio Primo de Rivera.39 Como ha destacado, Zira Box, «si hubo un caído por excelencia dentro del Nuevo Estado franquista, ese fue sin duda José Antonio».40
Nada más acabar la guerra se levantaron monumentos a los caídos del «bando nacional» por todas partes con la clara intencionalidad política de afirmar el nuevo régimen franquista cuya idea de España no incluía a los del bando derrotado (que formaban parte de la anti-España, según la retórica del régimen franquista).31 Según Borja de Riquer, «no hubo interés por integrar políticamente a los vencidos, ni por buscar una reconciliación, sólo se les quería destruir o someter».41 Ya en el inicio de la guerra civil lo había advertido el general Mola: «Ni rendición ni abrazo de Vergara, ni pactos del Zanjón, ni nada que no sea victoria aplastante y definitiva».42 El 31 de diciembre de 1938, en el comienzo de la ofensiva de Cataluña, el general Franco advirtió en una entrevista concedida a Manuel Aznar que no habría ni amnistía ni reconciliación para los republicanos. Solo el castigo y el arrepentimiento abrirían la puerta a su «redención», exclusivamente para los que no fueran «criminales empedernidos», a los que solo les esperaba la muerte.43
Acabada la guerra el número dos del régimen, Ramón Serrano Suñer negó que pudiera haber ningún tipo de reconciliación porque los vencidos eran un «enemigo irredimible, imperdonable y criminal» sobre el cual debía caer «la sentencia de irrevocable exclusión, sin la cual estaría en riesgo la propia existencia de la Patria».44 El propio Generalísimo Franco dejó muy claro que no habría tregua con los vencidos ―«El espíritu judaico… que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un día, y aletea en el fondo de muchas conciencias», dijo el 19 de mayo de 1939, el día del Desfile de la Victoria― y que tampoco habría amnistía ni reconciliación.45 Así lo manifestó en su mensaje de Fin de Año de 1939, «el Año de la Victoria», cuando descartó las «monstruosas y suicidas amnistías, que encierran más de estafa que de perdón», y propugnó en su lugar para los vencidos la «redención de la pena por el trabajo, el arrepentimiento y la penitencia» pues «quien otra cosa piense, o peca de inconsciencia o de traición». «Son tantos los daños ocasionados a la Patria, tan graves los estragos causados en la familias y en la moral, tantas las víctimas que demandan justicia, que ningún español honrado, ningún ser consciente puede apartarse de estos penosos deberes», añadió.46 Así que Franco ordenó la puesta en marcha de la «Causa general sobre la dominación roja en España» con el fin de castigar «los hechos delictivos cometidos en todo el territorio nacional durante la dominación roja».47 Una Causa General que, según Julián Casanova, confirmó «la división social entre vencedores y vencidos, ‘patriotas y traidores’, ‘nacionales y rojos’ ».48 Para los vencidos, «el luto y el apoyo de la comunidad fueron sustituidos por el insulto, la humillación, las amenazas y las penurias económicas».49
Fueron tantas las iniciativas para levantar monumentos a los caídos que se promulgó una orden el 7 de agosto de 1939 para unificar su estilo y su sentido. «Las finalidades políticas que condensaban los monumentos a los muertos eran múltiples: recordar la Victoria en cuanto mito fundacional del régimen, ensalzar a los vencedores, someter a los vencidos, mostrar al pueblo algunos de los fundamentos del nuevo sistema político (tales como la paz, la concordia, la solidez…) o exaltar el poder de quienes, habiendo ganado con las armas, tributaban sus logros a los fallecidos».50
Según la orden, todos los proyectos tenían que ser aprobados por la Subsecretaría de Prensa y Propaganda dependiente del Ministerio de la Gobernación previo informe técnico y artístico de la Dirección General de Arquitectura, dirigida por Pedro Muguruza ―que sería el primer arquitecto del Valle de los Caídos―, y del Departamento de Plástica de la Dirección General de Propaganda, que dirigía el cartelista falangista Juan Cabanas, a las órdenes del también falangista Dionisio Ridruejo. Sin embargo, tras la crisis de mayo de 1941 los servicios de Prensa y Propaganda pasaron a depender de la Vicesecretaría de Educación Popular, dirigida por el monárquico y católico Gabriel Arias-Salgado. Las directrices que emanaron de estos organismos para el levantamiento de los monumentos a los caídos se basaban en principios claros ―«sobriedad, austeridad, clasicismo, sencillez y decoro, características que formaban parte del ideal arquitectónico de los fascistas españoles»― y todos ellos debían estar coronados por la cruz como elemento principal del monumento ―«una cruz decorosa, proporcionada y que quedase integrada dentro del conjunto monumental», explica Zira Box― a la que podrían acompañar figuras alegóricas como el águila o el laurel o símbolos del nuevo régimen como el yugo y las flechas, el escudo franquista o el Vítor. De hecho muchos proyectos fueron desestimados por no cumplir con estos principios.51 Por otro lado, se eligió el «Día de los Caídos», 29 de octubre, para inaugurar las placas y monumentos.27
Como monumento referido a la Guerra Civil, el Valle de los Caídos fue concebido por Franco con la finalidad proclamada de rendir honor y enterrar a aquellos que cayeron luchando junto a él en la «Gloriosa Cruzada».525354 Fue en ese sentido un monumento de exaltación de la dictadura franquista,55 que quedó tan identificado con la figura del dictador que habrán de pasar generaciones antes de que este pierda su «estremecedora simbología» y se convierta en un hito más.56
En el preámbulo del decreto firmado por Franco de 1 de abril de 1940, primer aniversario de su Victoria en la guerra civil, en el que se ordenaba su construcción se explicaba su finalidad:54
La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra Historia y los episodios gloriosos de sus hijos.
Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor.
A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada.
El preámbulo del Decreto dejaba bien claro que el monumento iba a homenajear y a conmemorar a «los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria», a «los héroes y mártires de la Cruzada», es decir, a los caídos del bando vencedor en la guerra civil.57
El decreto de la creación de lo que sería llamado el Valle de los Caídos ―cuyo preámbulo, según Paul Preston, «revelaba palmariamente las ideas megalómanas de Franco sobre su lugar en la historia»―58 fue promulgado por Franco el día en que se cumplía el primer aniversario de su victoria en la Cruzada. Ese mismo día se celebró en Madrid el segundo «Desfile de la Victoria» (el primero había tenido lugar el año anterior, mes y medio después de acabada la guerra) y a mediodía se celebró un almuerzo de la victoria en el Palacio de Oriente al que asistieron el gobierno, los jefes del partido único, generales y los miembros del cuerpo diplomático ―de hecho doña Carmen Polo se sentó entre los embajadores de los dos grandes aliados de su esposo, la Italia fascista y la Alemania nazi―.58 Después de comer todos los asistentes encabezados por el propio Caudillo fueron conducidos en coches oficiales a la finca de Cuelgamuros ―en las vertientes de la Sierra de Guadarrama, cerca de El Escorial―, el lugar donde se iban a alzar «Basílica, Monasterio y Cuartel de Juventudes», como se decía en artículo 1.º del decreto. Tras pasar revista el general Franco a una compañía que le rendía honores, el coronel Valentín Galarza, subsecretario de la Presidencia del Gobierno, leyó el decreto. A los tres gritos sucesivos de «¡España!» lanzados por Franco, los asistentes respondieron con los gritos de «¡Una!, ¡Grande! y ¡Libre!». A continuación se explosionó la primera carga de dinamita, tras lo cual el propio Franco explicó la grandiosidad del proyecto que tenía en mente. Justo a su lado estaban su esposa, Rafael Sánchez Mazas, Ramón Serrano Suñer y el arquitecto Pedro Muguruza.585960 El diario ABC publicó al día siguiente que el monumento «tendrá la grandeza que impone la idea y que pide el feliz emplazamiento elegido, para que en una de las montañas del sistema central se reúnan las peregrinaciones de patriotas creyentes».61
El Valle de los Caídos fue un proyecto personal de Franco que dijo haber concebido mucho antes de que finalizara la guerra;62 según confesó el propio Franco al primer abad mitrado del Valle, Fray Justo Pérez de Urbel: «En realidad, no se trataba de descubrir, sino de identificar y localizar una imagen que llevaba dentro», le dijo.2763 Por su parte el arquitecto encargado del Valle Diego Méndez, quien había trabajado estrechamente con el Caudillo, declaró poco antes de su inauguración que «desde el principio de la guerra, Franco sintió la necesidad moral, podríamos decir que hasta física», de levantar un monumento con el que «honrar a los muertos cuanto ellos nos honraron». Según Méndez, Franco estaba obsesionado con la idea. «Desde que la chispa de la idea quemó su inquietud, Franco tenía un punto de arranque: que la reunión póstuma de los mejores fuese una cripta, en el corazón de una montaña…». Según su primo y secretario Francisco Franco Salgado-Araújo, Franco «tal vez haya querido imitar a Felipe II, que levantó el monasterio de El Escorial para conmemorar la batalla de San Quintín».64
Fue Franco el que escogió personalmente Cuelgamuros para erigir allí su «colosal empeño arquitectónico» después de una «minuciosa búsqueda para localizar la grandiosidad natural que buscaba», en compañía del general Moscardó.656667 La idea general de lo que se iba a construir allí también era suya68 ―«un monumento que vinculara los tiempos de Franco con los de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II» y que «más que cualquier otro legado de su régimen, reflejaba el concepto que Franco tenía de sí mismo como figura histórica a la par de Felipe II»―69 y durante el diseño del proyecto por el arquitecto Pedro Muguruza Franco hizo muchas indicaciones y sugerencias y también durante su construcción, como aumentar al doble el tamaño de la cripta7071 ―según su biógrafo Paul Preston el Valle de los Caídos se convertiría en la segunda «obsesión privada» de Franco, después de la caza―.72 Según el general Millán Astray Franco tenía una pasión secreta, la de «arquitecto urbanista, constructor de ciudades». «Fue él, asimismo, quien diseñó y dirigió la construcción del Círculo de Oficiales de la Legión...», dijo Millán Astray.73 Pedro Muguruza, por su parte, explicó en Barcelona en 1942 que «el Caudillo desea que España oriente su arquitectura imprimiéndole un estilo peculiar del momento histórico que nuestra nación ha vivido en su Cruzada liberadora». «El nuevo estilo arquitectónico a que se va [es] el imperial», dirá Muguruza.74 Por su parte el futuro abad del monasterio benedictino Fray Justo Pérez de Urbel afirmó que Franco «tenía una gran preocupación por la grandiosidad del monumento, pero también se ocupaba de los detalles. Todas las Vírgenes las escogió él... En toda cuestión se le preguntaba, él exigía que se le consultase... A veces tardaba mucho en ir al Valle, en volver por allí, y entonces habían hecho una cosa que no le gustaba y había que cambiarla».75 Los presos políticos que trabajaron en el Valle recordaron años después que Franco «iba muy a menudo» a visitar las obras «y siempre que iba rara era la vez que no daban una gratificación».76 (El que también subía mucho a Cuelgamuros era el general Millán Astray, «que les daba tabaco a los presos, y nos echaba discursos, arengas de tipo patriótico», según recordaba el practicante de las obras, también preso).77
Una de las preocupaciones fundamentales del general Franco fue el diseño de la monumental cruz, verdadero símbolo del Valle. Franco desechó los diferentes proyectos que le presentaron y él mismo dibujó bocetos de la cruz que tenía en mente. Finalmente aprobó el diseño que le presentó el arquitecto Diego Méndez, que se había hecho cargo de las obras en 1950 por la grave enfermedad de Pedro Muguruza —moriría el 3 de febrero de 1952—78. Una cruz sobria y escueta, según Méndez, que sin embargo medía 150 metros de altura.79 Otra de las preocupaciones de Franco fue la decoración de la cripta pues quería que a ambos lados hubiera un desfile de héroes y de mártires porque «toda la Cruzada» «ha sido realmente eso, ha sido un desfile de héroes y mártires», le dijo al arquitecto Méndez. Pero este finalmente le convenció para que las paredes fueran revestidas con escenas del Apocalipsis.80 Franco también seleccionó personalmente en los bosques de los montes de Segovia el enebro que se iba utilizar para hacer la cruz destinada al altar mayor de la basílica y sobre la que se iba a colocar la talla de un Cristo esculpido por Julio Beovide.81
Méndez se propuso desarrollar las ideas de grandeza imperiales originales para que el monumento representara plásticamente «las virtudes raciales, como las del heroísmo, el ascetismo, el espíritu aventurero, el afán de conquista, el "quijotismo", que forman el todo que inspira y define lo español como una unidad de esencia sublime y una permanente aspiración hacia lo eterno». Así el monumento a los caídos debía ser «nada más y nada menos que el Altar de España, de la España heroica, de la España mística, de la España eterna».82
De las esculturas de la base de la cruz se encargó Juan de Ávalos. En un principio estaba previsto colocar allí representaciones de los doce apóstoles, pero al final se acordó que fueran los cuatro evangelistas, en la base, y las cuatro virtudes cardinales en la zona de transición de aquella al fuste de la cruz. Además Ávalos esculpió la Piedad que debía figurar encima de la puerta de entrada a la basílica. La primera Piedad que realizó no le gustó al general Franco —le dijo a Ábalos que era muy patética, muy triste, y que parecía un murciélago— y tuvo que esculpir otra siguiendo las ideas de Franco, que aprobó los bocetos, y que fue la que finalmente se puso en la entrada.83 Por otro lado, las virtudes cardinales tuvieron que ser representadas con imágenes varoniles porque Franco dijo que «las mujeres no suelen encarnar realmente esas virtudes».84
Finalmente no se construyó el «Cuartel de Juventudes» del que hablaba el decreto fundacional de 1940 y el monasterio proyectado y construido por Muguruza, por estar demasiado lejos de la basílica, no albergó a los monjes sino que se convirtió en hospedería y en la sede del Centro de Estudios Sociales destinado a estudiar y difundir «la doctrina social católica, inspiradora de las realizaciones sociales del régimen».85. Así se construyó un nuevo monasterio casi adosado al risco sobre el que se levantaba la cruz, «de tal modo que los monjes podrán acceder a la basílica sin necesidad de exponerse a la intemperie, por una galería interior excavada en la roca y con techo abovedado, y tomando luego el ascensor».86 La decisión de construir el nuevo monasterio, que costó 160 millones de pesetas, la tomó Franco tras escuchar la queja del futuro abad Fray Justo Pérez de Urbel de que el antiguo estaba demasiado lejos de la basílica. «Y cuando terminaron [las obras] y ya nos pudimos trasladar [los monjes], recuerdo que [Franco] dijo: "Bueno, estarán ustedes contentos ahora". "Bueno, sí... Nosotros estamos siempre dispuestos a colaborar y a hacer lo que Su Excelencia ordene, pero, claro, hay que hacer una cosa que se preste". "Sí, si, yo comprendo que es mejor así; ha costado un poco, pero es mejor así"», recordó años después Fray Justo Pérez de Urbel.87
Para hacerse cargo de la abadía se eligió a la orden benedictina. Así se firmó un contrato con la abadía de Silos con fecha de 29 de mayo de 1958, firmado por el abad de Silos, Isaac María Toribios, y por el subsecretario de la Presidencia, Luis Carrero Blanco, en representación de Franco. Se acordó la constitución de una abadía independiente en el Valle de los Caídos, compuesta por al menos veinte monjes profesos y un número indeterminado de novicios, entre cuyas obligaciones figuraba «celebrar todos los años el 17 de julio una fiesta del Triunfo de la Santa Cruz»; «cantar una misa solemne de acción de gracias y un Te Deum» el 1 de abril, «día en que se terminó nuestra cruzada»; «celebrar una misa solemne» el 1 de octubre «por S.E. el jefe del Estado»; y «el 20 de noviembre de cada año» «cantar una Misa solemne de Difuntos por todos los caídos de nuestra Cruzada».88 Franco eligió personalmente a Fray Justo Pérez de Urbel para el puesto de abad del monasterio del Valle de los Caídos.89
El 3 de abril de 1940 el arquitecto encargado de las obras Pedro Muguruza declaró a la prensa que Franco «tiene vehementes deseos de que las obras de la cripta se hallen terminadas en el plazo de un año, para inaugurarlas el 1 de abril de 1941, y en el transcurso de cinco, el conjunto de todas las edificaciones, incluso jardines que rodearán el monumento». Sin embargo la construcción duró casi veinte años.90 Para intentar acelerar las obras el 31 de julio de 1941, más de un año después de iniciado el proyecto, se creó el Consejo de Obras del Monumento a los Caídos, compuesto por ocho personas, entre ellas el propio Muguruza, y presidido por el ministro de la Gobernación. En el segundo párrafo del decreto se decía: «Realizada hasta la fecha toda la labor de proyectos, e iniciados ya de una manera sensible los trabajos de realización de los mismos, es llegado el momento de impulsar decididamente la obra para coronar su término en el menor plazo posible, creando un órgano de dirección con la autoridad y la autonomía de gestión necesarias para solventar todas las dificultades que las circunstancias presentes puedan presentar ante la rápida marcha de los trabajos».91 Para sufragar los gastos de la obra, a la «suscripción nacional» que se estableció en el decreto de 1940, se añadió en este segundo decreto «aquellas aportaciones que el Gobierno juzgue conveniente destinar a la misma».92
De la perforación de la cripta se encargó la empresa San Román de Madrid (filial de Agromán, con la que luego se refundiría), de la construcción del edificio pensado inicialmente como monasterio la empresa Molán, también de Madrid, y de la construcción de la carretera de acceso, la empresa fundada por los hijos de un modesto contratista catalán apellidado Banús.93
En la obra se emplearon presos políticos republicanos que se habían acogido a la Redención de penas por el trabajo. Hubo catorce muertos y muchos más heridos por accidentes, sin contar con los que acabaron padeciendo silicosis.72 Muchas de las grandes empresas de la construcción del franquismo, como Banús, Agromán o Huarte, empezaron allí.70
En noviembre de 1950 se terminaron las obras de la actual residencia y se aprobó el proyecto de la cruz, cuya construcción se inició en 1951; en 1952 se proyectó la explanada y se aprobó la ampliación del hueco de la Cripta, cuyos trabajos continuaron en 1953 y 1954, en que se proyectó la terminación del crucero. Se inició en 1955 el revestimiento de cantería de las paredes y bóveda de la cripta, galerías y sacristías. En 1956 se construyó el coro, los altares y la pavimentación de la cripta; por último, en 1957, se proyectó el pórtico posterior y el gran claustro, el Monasterio y el Noviciado, obras que concluyeron en 1958.94
La construcción de la cruz concluyó en 1956. Medía casi ciento cincuenta metros de altura y al levantarse sobre un risco de la misma elevación podía verse desde más de cincuenta kilómetros de distancia.79
Los primeros trabajadores del monumento fueron obreros libres contratados por la empresa San Román —uno de ellos era el padre del que después sería el famoso actor Francisco Rabal—. Meses después fue cuando comenzaron a trabajar en la obra presos políticos.95 Muchos de ellos fueron llevados al valle por los propios contratistas que se pasaban por las prisiones para seleccionarlos. Años después uno de los presos políticos del penal de Ocaña, condenado a treinta años de cárcel, recordaba lo siguiente:96
Don Juan Banús fue a por gente a Ocaña, y por no estar encerrado allí... yo pedí ir a trabajar. Pero como estaba débil, no me quería llevar. Me miró la boca, me tanteó los músculos... ¡sí, el mismo don Juan Banús! [...] Como éramos muchos miles los que allí queríamos salir a trabajar, escogió gente. Nos formaron en el patio y pasó en compañía de un guardián y de un oficial; y todo el que estaba sentenciado en firme y quería salir voluntario daba un paso al frente... Entonces él entresacaba al que veía más fuerte, más alimentado. [...] Nos montaron en dos camiones Saurer descubiertos, unos treinta o cuarenta en cada uno, con un oficial de prisiones. [...] Y ya llegamos a la portada del Valle, la que es hoy, y ya vimos a compañeros nuestros, trabajando, que habían salido en expediciones anteriores, y que no había nada más que capataces con ellos; si acaso, daba una vuelta de cuando en cuando un oficial. [...] O sea, que allí nos fuimos ni más ni menos que a construir una tumba faraónica... Lo que pasa es que estábamos mejor que en la cárcel. [...] En el destacamento nuestro [de los Banús] entonces éramos unos cuatrocientos. El túnel lo hacía otro destacamento, y el monasterio otro. Todos presos; libres habría muy pocos. [...] Si no te comportabas, pues venías caminito de la cárcel otra vez. ¡Huy, muchos, que se devolvían! Unos porque no querían trabajar, otros por su tendencia política; otros, porque los cogían leyendo prensa que ni Dios sabe quién se la había llevado (allí no se autorizaba más periódico que Redención, que lo hacían en los talleres penitenciarios de Alcalá de Henares), y cosas por el estilo. O si había reuniones políticas, claro, y se chivaba alguien o te cogían.
La base legal para reclutar a los presos era un decreto de 28 de mayo de 1937 que establecía el derecho al trabajo de los prisioneros de guerra y los presos no comunes (los «presos rojos») y la orden ministerial de 7 de octubre de 1938 que establecía la Redención de penas por el Trabajo con la finalidad de conseguir «el fortalecimiento espiritual y político de las familias de los presos y de estos mismos» mediante «la ingente labor de arrancar de los presos y de sus familiares el veneno de las ideas de odio y antipatria». El promotor de la idea de la redención de penas por el trabajo, el jesuita José Agustín Pérez del Pulgar, la justificó así en La solución que España da al problema de sus presos políticos, publicado en 1939: «Es muy justo que los presos contribuyan con su trabajo a la reparación de los daños a que contribuyeron con su cooperación a la rebelión marxista», que sea el penado el que trabaje por el obrero libre, «que se supone que no ha delinquido contra el Estado y contra la sociedad..., ayudando a reconstruir lo que con su rebelión contribuyó a destruir. [...] No es posible, sin tomar precauciones, devolver a la sociedad, o como si dijéramos, a la circulación social, elementos dañados, pervertidos, envenenados política y moralmente, porque su reingreso en la comunidad libre y normal de los españoles, sin más ni más, representaría un peligro de corrupción y de contagio para todos, al par que el fracaso histórico de la victoria alcanzada a costa de tanto sacrificio».97
Para los presos la opción de la redención de penas por el trabajo era «una situación incomparablemente mejor que las que les tocará vivir a los que quedan encerrados en las prisiones o serán empujados a los paredones frente a los fusiles».98 Como ha afirmado Susana Sueiro Seoane, «obviamente, dadas las durísimas condiciones imperantes en las cárceles españolas de aquella época, cualquier preso político prefería acogerse al llamado Sistema de Redención de Penas por el Trabajo, ideado por el régimen franquista para explotar laboralmente a los cientos de miles de presos que abarrotaban sus prisiones. Sin duda, era para el preso una mejor opción que estar encerrado en insalubres y masificadas cárceles porque el trabajo forzado les reducía el tiempo de condena y, en el caso del Valle, podían trabajar al aire libre y recibir las visitas de sus familias».99
El procedimiento burocrático para acceder al sistema de redención de penas por el trabajo se iniciaba con la solicitud por escrito del preso, teniendo que cumplimentar una instancia que se tramitaba ante el Ministerio de Justicia, Patronato de Nuestra Señora de la Merced (creado al efecto); en dicha solicitud el preso en cuestión tenía que explicar las razones de su deseo por un puesto, cárcel de la que provenía, por qué estaba en ella y años de prisión que le restaban por cumplir.100 Este es el proceso que siguieron los presos políticos que no fueron seleccionados directamente en las cárceles por las empresas concesionarias. Así lo recordaba uno de ellos, teniente del Ejército de la República, condenado a treinta años de prisión, que inicialmente estuvo en el destacamento que construía la presa de Buitrago para pasar año y medio después a Cuelgamuros:101
Yo tuve que hacer una instancia y mandarla al Ministerio de Justicia, al Patronato que había de Redención de Penas, y si era aprobada, me mandaban al destacamento solicitado; si no, no podía salir de la prisión. Aunque quisiera trabajar, si no hacía esa instancia y me la aprobaban, no podía salir. Y luego, claro, dentro de la prisión había que tener una conducta intachable, a la mínima falta, quedaba todo anulado, eso matemático, por mínima que fuera la falta... Tardaron dos meses en aceptarme.[...]
Allí lo que pasaba, a mí como a casi todos, es que trabajando seis u ocho años sabías que tenías la libertad asegurada. Y en cuanto te sacaran de allí no lo podías conseguir. Ahí radicaba todo. Casi todo el Valle se ha hecho con presos políticos, o luego en libertad...
En 1943 el Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo explicaba que las empresas asignaban a cada obrero el mismo salario que a los trabajadores libres dentro de su profesión y especialidad. Las horas extraordinarias también les eran abonadas. Regía para ellos toda la legislación social de los obreros libres. Las empresas se encargaban de la alimentación. A ellas correspondía el gasto íntegro de la alimentación y mensualmente se resarcían del importe del socorro recibiendo de las Prisiones Provinciales lo concerniente al Estado y mediante deducción al liquidar mensualmente con el Patronato, de lo que este tiene asignado a cada obrero para alimentación: 2 pesetas, por el primer concepto, y 0.85 pesetas, por el segundo, la diferencia hasta cubrir el coste real de la manutención, que nunca baja de 4 pesetas por obrero y día, y que también corre a cargo de la empresa. La memoria del mismo Patronato de 1949 explicaba que muchos presos no llegaron a beneficiarse completamente de la redención de penas por el trabajo porque antes de cumplir sus condenas habían sido indultados.
Por otro lado, existen determinadas referencias que hablan de que miles de presos republicanos redimieron parte de la condena que les había sido impuesta en función de la fórmula «1 día de trabajo = 5 días de remisión de pena».102 Por su parte Alberto Bárcena Pérez, de la Universidad CEU San Pablo, considera que llegaron a ser hasta seis días por jornada de trabajo ya que las horas extras también se contabilizaban a efectos de reducción de condena. Además los presos cobraban el mismo salario que el resto de trabajadores del ramo que se tratase.103
En cuanto a las condiciones de trabajo y de vida, el arquitecto Pedro Muguruza estableció que para realizar el trabajo pesado de las obras los trabajadores, tanto obreros libres como obreros presos, debían seguir una dieta de entre 3.000 y 3.500 calorías.104 El médico de la obra Ángel Lausín, también preso, afirmó que «era muy duro el trabajo allí en invierno. En el verano era mejor».105 Por su parte uno de los presos políticos afirmó años después que las condiciones de vida y de trabajo en Cuelgamuros eran mejores que las del destacamento de la presa del embalse de Riosequillo en Buitrago del Lozoya en el que también había estado.106 Este es su testimonio:107
En Buitrago era de miedo, algo parecido a un campo de trabajos forzados. [...] No podíamos movernos del recinto que teníamos marcado con alambrada, no podíamos salir para nada, no siendo más que al trabajo y del trabajo a los barracones. En cambio en Cuelgamuros, una vez acabado el trabajo, se podía andar por todo aquello. Por estar al aire libre, trabajando, no por otra cosa. Además, en Cuelgamuros nos dieron facilidades para llevar a la familia. Claro que el trabajo también era duro, pero teníamos a nuestras familias. Hicimos unas chabolitas... Salíamos a trabajar a las ocho. No había guardia civil de escolta, sino funcionarios de prisiones. Un destacamento de la guardia civil que había andaba rodeando el recinto del valle. Pero en el interior no intervenían para nada.
Sobre los presos un obrero libre relató lo siguiente:108
Al principio, los funcionarios de prisiones eran rigurosos con ellos. Allí había un director de prisiones y varios funcionarios... Alguna vez le han dado alguna bofetada a algún preso, eso me consta. Pero luego la gente libre, empezando por los encargados, como nuestro padre, y don Domingo, y el señor Juan, y Becerra, llamaban la atención de los funcionarios de prisiones en el sentido de que no podían extremar el control, que aquello no podía ser un campo de concentración. Algunos funcionarios se encontraron de repente con que los obreros libres les afeaban la conducta de tal manera que se encontraban marginados. [...] Allí se formó en seguida una relación muy estrecha entre los libres y los presos. [...] Yo tengo que decir, no en beneficio del sistema que de alguna manera manejaba aquello, que la condena allí era mucho más suave que en las prisiones... Podían tener allí a sus mujeres; ellas iban y ya se quedaban, aunque fuera antirreglamentario. Al principio, cuando empezaron a subir las mujeres, cuando empezaron a dejarlas que fueran a verlos, entonces era corriente ver a las parejas debajo de cada pino o detrás de cada piedra; llevaban mucho tiempo separados, primero en las cárceles, luego allí. Pero por lo menos allí lo podían hacer, que es lo que yo digo.
En cuanto a los alojamientos, Daniel Sueiro señala «que muchos [presos] duermen conjuntamente en los barracones de piedra que se han construido a toda prisa, donde al menos hay luz eléctrica que, por lo demás, hay que apagar al toque de silencio [en cada barracón había entre cuarenta y cincuenta presos]109. Otros han preferido la independencia y la oscuridad de esas míseras chabolas de ramas y piedras que empiezan a proliferar por el monte, no autorizadas pero toleradas. Algunos empiezan a tener la posibilidad de dormir en ellas con sus mujeres, cuando son autorizadas a quedarse aquí una o dos semanas de cuando en cuando, y pasado el tiempo acabarán por tener también a su lado a los hijos pequeños. Cuando el tiempo es bueno, los viejos y fieles, sufridos, heroicos matrimonios republicanos se acuestan entre los olorosos arbustos sobre el duro y acogedor lecho de la tierra. Se sienten vivos, a pesar de todo».110
Sobre el número de obreros, tanto libres como presos, que trabajaron en las obras, Daniel Sueiro estimó en 1976 que a lo largo de los veinte años que duró la construcción del Valle habrían pasado por allí unos veinte mil, aunque no aportó ninguna prueba documental —a finales de 1943 había trabajando en el Valle unos seiscientos presos y hacia el final de la obras unos dos mil obreros repartidos en turnos continuos de ocho horas, según Sueiro—.111 La cifra de veinte mil fue reproducida después por historiadores como Paul Preston72 o Rafael Torres,112 pero fue considerada exagerada en 2015 por Alberto Bárcena Pérez tras investigar en los archivos del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo.100 Por su parte el arquitecto Diego Méndez González, director de las obras desde diciembre de 1950 hasta su conclusión, afirmó también que normalmente había unos 2000 obreros a diario.113 El médico de la obra afirmó que «mil quinientos o dos mil obreros se habrán juntado allí en ocasiones».105
Hubo intentos de fuga, pero parece que muy pocos tuvieron éxito. Uno de ellos estuvo protagonizado por «un argentino» de las Brigadas Internacionales que se escapó en un coche con su mujer. Pero el caso más célebre fue el de Nicolás Sánchez-Albornoz114 que se fugó del Valle en compañía de Manuel Lamana, otro estudiante antifranquista también preso, en 1948, ayudados por dos estudiantes norteamericanas, una de ellas Barbara P. Salomon, también historiadora como Sánchez Albornoz; su peripecia fue contada en la película Los años bárbaros.115
Bastantes penados después de cumplir su condena continuaron trabajando en el Valle como obreros libres, muchos de ellos porque no tenían a dónde ir con sus antecedentes de «presos rojos».116 Así lo recordaba uno de los reclusos:117
Cuando me llegó la libertad provisional, como no tenía ni para vestirme, pedí si por favor me podían dejar trabajando allí. Entonces el encargado que tenía me dijo: "¿Cómo que te quedas? Tú te quedas bajo mi responsabilidad" [...] Así que seguí trabajando, pero ya cobraba algo más, teníamos un sueldo de diez pesetas, más un plus según nuestro trabajo... A muchos les pasaba lo que a mí: no tenían dos reales ni a dónde tirar, y se quedaban allí, desatascando a sus familias... [Luego] me pusieron de cartero, en el destacamento de Banús. Digo, no, que yo ahora estoy ganando mis tres durillos diarios. No te preocupes, vete. A condición de que si no da resultado, me quitan ustedes, que yo quiero seguir trabajando, que a otro sitio no puedo ir.
Otro preso político recordaba lo siguiente:118
Casi todos los que estábamos allí trabajando, al recibir la libertad, casi todos nos quedábamos allí trabajando. Porque ya era nuestra vida no la podíamos formalizar en ningún sitio. Tenía que salirte un fiador, alguien que se hiciera responsable de usted, y donde viviera el fiador allí tenía que vivir uno. Si no, no se podía salir. De modo que tenía usted que buscar una persona que le conociera y que respondiera por usted, de sus actuaciones, hasta que obtuviese la libertad definitiva. Y el que no tenía eso, no podía salir.
Según el médico de la obra, «alrededor de los años cincuenta ya quitaron los establecimientos penales y solo quedó el personal libre. Y empezaron a llegar presos comunes, pero lo presos comunes ya no daban resultado. Se escapaban...».105
Ángel Lausín, del cuerpo de Sanidad del Ejército republicano, depurado tras el final de la guerra, fue el médico del Consejo de Obras del Monumento desde 1940, el año que llegó allí por medio del arquitecto Pedro Muguruza. Se encargaba de las primeras curas de los obreros accidentados y preparaba a los heridos graves o a los que tuvieran fracturas para ser trasladados a Madrid en ambulancia o en los mismos coches de las empresas. Según contó a Daniel Sueiro en 1976, «raro era el día en que no había uno de estos accidentes [graves]. Había bastantes, porque claro, se movían piedras muy gordas, se movían vagonetas muy grandes transportando materiales y tierra...; había mil cosas». También le dijo que había habido catorce muertos, «en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado allí prácticamente todo el tiempo».119 Por su parte, el practicante que ayudaba al doctor Lausín, le dijo a Sueiro que había habido dieciocho muertes. Por otro lado, tanto el médico como el practicante recordaban que había habido numerosos casos de amputaciones de brazos y piernas.120
Preguntado sobre los casos de silicosis el doctor Lausín le respondió a Sueiro que hubo «bastantes». «Casi todos se han ido muriendo; muy pocos quedarán, si queda alguno. Aquí en Madrid yo he sabido de bastantes, que se han ido muriendo poco a poco. No creo que quede ninguno. Entonces se conocía muy poco la silicosis».119121122 Los obreros que trabajaban perforando el túnel eran conscientes del riesgo que corrían. Un preso relató años después lo siguiente: «Cuando me pusieron de ayudante de barrenero y luego de entibador, un amigo me dijo: "Haz el favor de salirte del túnel, que te estás quitando la vida; verás la vejez de esos". Entraban allí porque pagaban una sobrealimentación, y por hacer una peseta, resulta que lo que han perdido ha sido la vida. Los barreneros casi todos caen de silicosis; habrán muerto cantidad de ellos. O quedan inútiles. Así que seguí trabajando fuera...».123
El hijo de un preso que se puso a trabajar en el Valle como obrero libre recordó años después las duras condiciones de trabajo de la empresa San Román encargada de la perforación del túnel:124
El trabajo aquel lo empezó San Román, y no tenían nada de seguridad en el trabajo, como hay ahora; allí se hacían pegas de barrenos y nada más hacer la pega se entraba a trabajar, sin ventilación para sacar los humos aquellos... La prueba está en que la inmensa mayoría, todos los que han estado de barreneros o ayudantes, que han estado mucho tiempo dentro, pues han muerto todos. El trabajo en San Román ha sido muy duro, muy duro, porque allí se ha hecho todo a base de mano, de arrastrar piedras entre ocho y diez hombres con palancas, venga, duro, hacer el hormigón a mano, en unas batidoras, dale que te pego, pin, pan; ha sido durísimo. Eso lo he vivido yo allí. Cuando se empezó a modernizar la cosa fue cuando llegó Huarte, en el año cincuenta, pero antes el trabajo era como de negros, todo a mano, a espalda; barrenar a mano, a maza...
Se entraba [en el túnel] y todo era un nube, y la única protección que se tenía era una mascarilla de esas de esponja, que se humedece y te la tienes que quitar porque las chinas entran y lo tapan, te la tienes que bajar y trabajar a pulmón libre. Han caído muy de prisa, muy de prisa. Eso es peor que trabajar en una mina... Porque es que la china aquella del granito es criminal, es que son unos cristalitos tan sumamente finos que se llegan a clavar en los pulmones.
Por su parte, Bárcena Pérez afirma que la siniestralidad laboral fue sensiblemente menor a la habitual en la época. En 19 años murieron entre 14 y 18 personas, algunas de ellas en accidente de tráfico o por imprudencias. Durante los ocho primeros años de construcción, cuando el número de presos políticos era mayor, no hubo ninguna baja mortal.125 Sin embargo, Daniel Sueiro ya constató en 1976, tras hablar con muchas personas que habían trabajado en el Valle, que la mayoría de los accidentes fueron «producidos por desprendimientos de rocas, a consecuencia de los barrenos».126
En 1976 Daniel Sueiro advertía de que la única fuente con que se contaba para conocer el coste total de las obras del Valle de los Caídos eran los papeles del arquitecto Diego Méndez, encargado de las obras desde 1950 hasta su finalización. Según esos papeles la obra habría costado 1.086 millones de pesetas (exactamente 1.086.460.331,89 pesetas). Las partes más costosas habrían sido la cripta (356 millones), la cruz (cerca de 115 millones), la exedra (casi 112 millones) y el monasterio (90 millones). Según los cálculos del propio Sueiro, en pesetas de 1976 la obra habría costado 5.500 millones.127 Veintidós años después Paul Preston afirmó, sin aportar ninguna prueba documental, que la obra habría costado 20.000 millones de pesetas, «casi tanto como le había costado El Escorial a Felipe II en una época más próspera».128
La idea inicial fue que la obra fuera financiada mediante una «suscripción anual», según establecía el artículo 2.º del Decreto fundacional de 1 de abril de 1940. Sin embargo, al año siguiente el artículo 6.º del Decreto de 31 de julio de 1941 por el que se creaba el Consejo de Obras del Monumento Nacional de los Caídos establecía que además de los «fondos fijados en el Decreto de 1 de abril de 1940» el Consejo dispondrá «de aquellas otras aportaciones que el Gobierno juzgue conveniente destinar a la misma».12992 Así pues, los fondos no solo provinieron de la «suscripción anual» sino también de la Hacienda Pública.130 Según informó el Ministerio de Información y Turismo en el momento de la inauguración del Valle mediante la «suscripción anual» se habían recaudado doscientos millones de pesetas, con lo que los 900 millones restantes fueron a cargo del Tesoro Público. Así se reconocía en el dossier del arquitecto Diego Méndez en el que consta que «la parte de los fondos recaudados en la suscripción anual que se destinó a cubrir los gastos del monumento era insuficiente. Solo alcanzó a una cuarta parte de los gastos. El total destinado al monumento procedente de aquella alcanzaba a 235.450.474,05 pesetas, que se acabaron de invertir en el mes de octubre de 1952».92
A pesar de que la «suscripción anual» solo había cubierto una cuarta parte de los gastos, en el preámbulo del Decreto-Ley de 23 de agosto de 1957, por el que se establecía la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, se afirmaba que «a fin de que la erección de tan magno monumento no representara un cargo para la Hacienda Pública, sus obras han sido costeadas con una parte del importe de la suscripción nacional abierta durante la guerra y, por lo tanto, con la aportación voluntaria de todos los españoles que contribuyeron a aquélla» —por otro lado, en el artículo 3.º del decreto se decía que la Fundación se financiaría con los beneficios obtenidos de los sorteos de la Lotería Nacional que tendrían lugar cada 5 de mayo y con «las aportaciones o donativos que puedan recibir de corporaciones o particulares»—.129130 La misma idea la sostuvo por esas mismas fechas el arquitecto del Valle Diego Méndez. Tras afirmar que el Valle de los Caídos «no le ha costado nada al contribuyente español», Méndez dijo que el dinero provenía de unos fondos que Franco había acumulado durante la guerra provenientes de «donativos múltiples, y a veces muy crecidos, de personas adictas. Lo que no hubo que emplear en cañones lo guardó celosamente, destinándolo in mente a la futura realización de ese "algo" digno de los caídos».92 Los folletos explicativos del Valle destinados a las personas que lo visitaban insistían en lo dicho por Méndez: «En contra de lo que pudiera pensarse, no le costó un céntimo al contribuyente español. Tampoco, naturalmente, al Estado. El costo de la gigantesca empresa fue sufragado por el Generalísimo Franco mediante numerosos donativos que recibió durante la guerra y que él cuidadosamente reservó para ello».131
Durante la construcción del Valle y cuando se finalizó hubo acusaciones, más o menos veladas, de «derroche» o de «despilfarro» porque el dinero que había costado se podría haber dedicado a otros fines. Esto es lo que manifestaron un grupo de militares estadounidenses de alta graduación cuando visitaron las obras en 1954. «Dijeron que era un obra demasiado suntuosa para un país pobre, que necesita gastarse el dinero en cosas más necesarias, como la preparación para la guerra, construcción de viviendas, obras de riego, un sinfín de cosas necesarias», anotó en su diario Francisco Franco Salgado-Araújo, primo y secretario del Caudillo.132 Fue el propio Franco quien respondió a estas acusaciones en una entrevista para el diario Pueblo celebrada solo un mes después de la inauguración del «nuevo y grandioso monumento»: «Cuando se levantaba El Escorial murmuraban muchos españoles, según recoge la Historia, de los dispendios que, en lucha con la naturaleza, llevaba a cabo Felipe II para levantar su gran fábrica. En los tiempos actuales, sin duda también alguien murmuró contra lo que haya costado este nuevo y grandioso monumento. Sin embargo, si pensasen solamente que está destinado a dar honra, preces y sepultura a nuestros caídos por Dios y por España, el monumento ha costado menos de lo que hubiera representado el dedicar mil pesetas por caído para una modesta sepultura».133 Una nota informativa del recién creado Ministerio de Información y Turismo de 1959 recurría a un argumento similar: «el total de monumentos al Soldado Desconocido en algunos países, colocado en un solo emplazamiento, probablemente superaría al total de material y trabajo que se ha reunido en el monumento único de Cuelgamuros». Por su parte el escritor José María Pemán, incidía de nuevo en la comparación con Felipe II: «Se hablará de despilfarro y se acudirá a las fáciles metáforas de las pirámides y de los faraones. Pero si Felipe II no tuvo ojos para la geopolítica, tampoco Cuelgamuros iba a tenerlo para los presupuestos».92
En la actualidad las entradas proporcionan al Estado un promedio de dos millones de euros anuales,15134 pero es deficitario. En 2017 se conoció que el monumento supuso un déficit de 2,5 millones de euros al Patrimonio Nacional en los tres años anteriores.135
Cuando estaba cercana la inauguración, el general Franco promulgó el Decreto-Ley de 23 de agosto de 1957 por el que se creaba la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que se haría cargo del monumento bajo la presidencia del propio Franco. En el preámbulo se recordaba que el «Monumento Nacional a los Caídos» había sido creado para «perpetuar la memoria de los Caídos en la Cruzada de Liberación, para honra de quienes dieron sus vidas por Dios y por la Patria» y como «lugar de oración» «por las almas de los que dieron su vida por su Fe y por su Patria» pero a continuación se decía que «el sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón que impone el mensaje evangélico» y que «además, los lustros de paz que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre los españoles» por lo que «este ha de ser, en consecuencia, el Monumento a todos los Caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz».136
Meses después, el primo de Franco y secretario Francisco Franco Salgado-Araújo le comentó al Caudillo que «en algunos sectores había sentado mal que se pudieran enterrar en la cripta lo mismo los que cayeron defendiendo la Cruzada que los rojos; que para eso, aquellos están bien donde están». Franco le responde: «En efecto, es verdad que ha habido alguna insinuación muy correcta sobre el olvido de la procedencia de bandos en los muertos católicos. Me parece bien, pues hubo muchos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir con la República, y otros, por haber sido movilizados forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y esa fue siempre mi intención, como recuerdo de una victoria sobre el comunismo, que trataba de dominar España...».137 Sin embargo, lo dicho por Franco a su primo se contradice con la carta que envió poco después, el 7 de marzo de 1959, a los hermanos de José Antonio Primo de Rivera, Miguel y Pilar, para que dieran permiso para enterrarlo en el valle. En la carta Franco afirma que «la grandiosa basílica del Valle de los Caídos» fue «levantada para acoger a los héroes y mártires de nuestra Cruzada» y habla del «lugar preferente» que le corresponde a José Antonio «entre nuestros gloriosos caídos».138 Solo un mes después de inaugurado el Valle, en una entrevista concedida al diario Pueblo Franco volvió a decir que el monumento estaba destinado a «dar honra, preces y sepultura a nuestros caídos por Dios y por España».133 Otra prueba que contradice lo afirmado por Franco, según Daniel Sueiro, es que «sobre las puertas que en la cripta dan acceso a esos sepulcros subterráneos, abiertas en las dos capillas laterales del crucero, la capilla del sepulcro y la capilla del Santísimo, campean en letras metálicas estos inequívocos letreros: CAÍDOS por Dios y por España. 1936-1939. R.I.P. [en negrita en el original]».139
En aplicación del Decreto del 23 de agosto de 1957, el Ministerio de la Gobernación envió una circular en mayo del año siguiente a los gobernadores civiles para que empezaran a organizar los traslados de los cuerpos al monumento. En ella se decía que había que dar cumplimiento a una de sus finalidades: «la de dar sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieran, según impone el espíritu cristiano de perdón que inspiró su creación, siempre que unos y otros fueran de nacionalidad española y religión católica».140141 Como destacó en 1976 Daniel Sueiro, al exigirse el requisito de que fueran católicos se dejaba fuera a muchos de los combatientes republicanos, «que si bien murieron por España, también ellos, no obstante, no murieron evidentemente por Dios, al menos no de un modo muy especial».140
Según Daniel Sueiro, que el Valle de los Caídos estaba destinado a dar sepultura solo a los muertos del bando nacional lo demostraría, además del propio Decreto de creación del monumento de 1940, un decreto promulgado en 1946 para prorrogar indefinidamente el plazo máximo de diez años que la ley establecía para que los cadáveres de ciudadanos españoles pudieran permanecer enterrados en sus sepulturas iniciales o temporales —pasado ese plazo debían ser llevados a la fosa común o trasladados a nichos costeados por sus familiares—. Sin esa prórroga no habría podido llevarse ningún cadáver al Valle y de ahí la necesidad del decreto. Pues bien, en el decreto se decía que la prórroga solo afectaría a «restos de caídos en nuestra Guerra de Liberación, tanto si perecieron en las filas del Ejército Nacional como si sucumbieron asesinados o ejecutados por las hordas marxistas en el período comprendido entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, o aun en fecha posterior, en el caso de que la defunción fuese consecuencia directa de heridas de guerra o sufrimientos de prisión». «Ni una sola mención, como se ve —como tampoco la había en el decreto de creación del monumento—, a los españoles fallecidos en opuestas trincheras», concluye Daniel Sueiro.142
A comienzos de 1959 ya habían sido enterrados unos veinte mil cadáveres en las galerías subterráneas abiertas bajo las capillas laterales del crucero de la basílica.143 Joan Pinyol consiguió documentar al menos 500 casos de cadáveres que, como el de su abuelo, fueron llevados al Valle sin el consentimiento de sus familiares.144 Según Susana Sueiro Seoane, «el Régimen necesitaba muchos muertos para llenar aquel enorme mausoleo, pero el llamamiento de las autoridades para que los muertos de la guerra se enterrasen allí no tuvo demasiado éxito así que, al final, el traslado de restos se realizó de forma masiva y con gran descuido, sin identificación ni autorización, y en muchas ocasiones con nocturnidad, en concreto por lo que respecta a los muertos republicanos, que habían sido asesinados por los nacionales y enterrados en fosas comunes clandestinas. La mayoría de los que constan como desconocidos en los libros de registro del "Valle" fueron llevados allí sin conocimiento de sus familiares. No está claro hoy en día [2019] el número de los que fueron enterrados en los osarios de la basílica, ni la identidad precisa de todos ellos. Puede que alberguen los restos mortales de unos 40.000 combatientes de ambos bandos».145 «Lo cierto es que los nichos o columbarios están ocultos, fuera del alcance de los visitantes, sellados con chapas de mármol. El lugar donde están enterradas las víctimas de la guerra es totalmente inaccesible. Los familiares que han pasado de no saber dónde estaban sus padres o hermanos a enterarse de que están enterrados junto a Franco, no pueden ir a depositar a sus restos un ramo de flores».146
Según Susana Sueiro Seoane, la razón por la que se decidió en el último momento enterrar también en el Valle a muertos del bando republicano se debió a la necesidad del régimen franquista de conseguir «reconocimiento internacional» dando «una imagen más aceptable de cara a las democracias occidentales». Por otro lado, esta historiadora ha señalado que los "historiadores revisionistas"147 han utilizado el hecho de que también fueran enterrados muertos del bando republicano como una «prueba» de que Franco lo concibió como un «monumento de reconciliación», olvidando que «el decreto de creación del monumento, de 1.º de abril de 1940, no deja lugar a dudas de que pretendía homenajear y recordar a "los caídos por Dios y por la Patria", a los héroes y mártires de la gloriosa Cruzada, o sea, a los vencedores... Pero incluso en el discurso de inauguración del monumento en 1959, se siguió insistiendo en la idea de "nuestros mártires". De hecho, sobre las puertas de acceso a los sepulcros subterráneos donde están enterrados los muertos de la guerra, aún puede leerse la inscripción "Caídos por Dios y por España, 1936-1939"».
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