ESCULTURAS DE ESPAÑA
La Apoteosis de Claudio es una escultura de tiempos del Imperio romano, modificada en el siglo xvii, que se conserva actualmente en el Museo del Prado de Madrid.
Su parte original (las armas y el águila) fue realizada entre los años 27 a. C. - 14 d. C., en época del mandato de César Augusto, IMPERATOR·CAESAR·DIVI·FILIVS·AVGVSTVS («Emperador César Augusto, hijo adoptivo del Divino (Julio César»). Augusto es considerado el primero y más importante de los emperadores romanos, aunque él mismo no se consideró como tal durante su reinado, prefiriendo usar el título republicano tradicional de princeps civium («el primero de los ciudadanos»).
La denominación Apoteosis de Claudio dada a esta escultura se debe a una cabeza de dicho emperador, hoy perdida, que le fue añadida en el siglo xvii. En su actual estado, este grupo escultórico es producto de una reconstrucción del siglo xvii, poco anterior a su entrega como obsequio a Felipe IV de España.
La parte del águila y las armas pertenece a un monumento funerario, un pedestal rectangular con su urna, hallado en la villa de campo de Marco Valerio Mesala Corvino (64 a. C. - 8 d. C.), general y político romano, y además de autor y mecenas de literatura y arte. Corvino era hijo del senador y cónsul Marco Valerio Mesala Rufo. La escultura, en origen, era un trofeo o composición con armas, sobre las que se posaba el águila.
Ya en el siglo xvii, sobre el águila se adosó un busto del Emperador Claudio, hoy perdido, que el cardenal Girolamo Colonna encargó al artista italiano Orfeo Boselli (1600-1676). Con la suma de la efigie del emperador, la escultura adoptó otro significado, como apoteosis del alma de Claudio elevada a los cielos por el águila. A ello se debe su denominación más popular.
En el año 1664, el cardenal Colonna regaló la obra a Felipe IV. Se ha solido pensar que el obsequio incluyó el gran pedestal de mármol que vemos hoy, pero ahora se sabe que este llegó a la colección real por otros cauces. De gusto antiguo y gran calidad, pero no romano, el pedestal es obra de Andrea Calamecca, de finales del siglo xvi. Ya en Madrid, escultura y pedestal se mostraron como un conjunto.
En el siglo xviii, posiblemente en el incendio del Alcázar de Madrid (Nochebuena de 1734), la escultura sufrió daños y perdió la cabeza del águila y el busto del emperador, que sería reemplazado por otro, que se atribuía a Valeriano Salvatierra y que en realidad es obra de Roberto Michel [1]. Michel también esculpió una cabeza nueva para el águila. Subsisten al menos dos grabados anteriores al desperfecto que permiten intuir cómo era el busto anterior.
En fecha más reciente dicho busto de Claudio fue retirado y el grupo escultórico fue restaurado en su totalidad. Tras permanecer en una sala secundaria del ala sur del Prado, en 2010 la obra fue reubicada en la rotonda baja del ala norte, en la rotonda baja de Goya, cerca de las nuevas salas de pintura española medieval y del Renacimiento. En 2023 se le ha repuesto el busto de César esculpido por Roberto Michel y se ha reubicado en lugar destacado de la Galería Central del museo.
Epimeteo y Pandora | ||
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Autor | El Greco | |
Creación | 1605 | |
Ubicación | Museo del Prado | |
Estilo | Manierismo | |
Material | Madera | |
Técnica | Madera tallada y pintada | |
Dimensiones | 44 centímetros y 43 centímetros x 17,1 centímetros y 12,7 centímetros | |
Epimeto y Pandora es un conjunto de dos pequeñas esculturas, atribuidas al Greco, datadas entre 1600 y 1610, conservado en el Museo del Prado, en Madrid.1
Dada la escasez en la representación de desnudos profanos en la España de aquella época, se había interpretado que las dos figuras correspondían a Adán y Eva. El desnudo masculino, no integral, no estaba censurado en la iconografía religiosa del arte en España de los siglos xvi y de principios del xvii, pero el desnudo completo no era corriente. Sin embargo, según Marañón, varias obras del Greco dan la impresión de una exagerada e innecesaria desnudez y, en una obra tardía como Visión del Apocalipsis, aparecen varios desnudos integrales, tanto masculinos como femeninos.2
La interpretación correcta de las dos estatuillas se debe a Xavier de Salas, quien identificó la vasija que porta la figura masculina como una píxide, en este caso reconocida como la caja de Pandora.1
El tema representado es el mito de Epimeteo y Pandora, como demostró el mencionado historiador del arte Xavier de Salas, después de consultar el libro Pandora's Box, de Dora y Erwin Panofsky.3 Las dos figuras parecen mantener un diálogo —que nos remite a Hesíodo, en el siglo viii a. C.— que parece anteceder a la apertura de la caja de Pandora, que contenía los males que asolarían a la Humanidad. Aunque la caja suele aparecer en las manos de Pandora, en esta versión es Epimeteo, el hermano irreflexivo de Prometeo, quien la sostiene.4
- Epimeteo: Estatuilla de madera tallada y policromada, de color carne; 44 cm de alto; 17,1 cm de ancho.
Esta figura masculina tiene la cabeza vuelta hacia la izquierda, mirando a su pareja. Lleva un gorro de color amarillo, que le cubre casi totalmente la cabeza, con un borde blanco, y en su mano derecha sostiene la píxide.5
- Pandora: Estatuilla de madera tallada y policromada, de color carne; 43 cm de alto; 12,7 cm de ancho.
La figura femenina tiene la cara girada hacia la derecha y muestra el pelo recogido, con una diadema en color carmesí, con parte del cabello sobre su hombro derecho. La policromía de su cuerpo es de un tono más claro que la carnación de la figura masculina.6
Ambas figuras, representadas desnudas y de pie, presentan un cuerpo alargado en proporción con su cabeza. Se atribuye al Greco la ejecución de este grupo escultórico por lo cercano con algunas de sus obras pictóricas y escultóricas. El contorsionado y elástico cuerpo de Epimeteo recuerda al Cristo resucitado del tabernáculo del Hospital Tavera, a los desnudos masculinos que aparecen en el Laocoonte y a los masculinos y femeninos en la Visión del Apocalipsis. La figura de Pandora tiene menos relación con el Greco, debido a la escasez de desnudos femeninos en su obra, pero el rostro y la disposición del cuerpo recuerdan a la Virgen de la Adoración de los pastores (Valencia).7
- Procedentes del mercado artístico madrileño;
- Adquiridas por Joaquín Pérez del Pulgar y Campos, V conde de las Infantas, en 1945;
- Donación al Museo del Prado por su viuda, Dolores Andrada y Pérez de Herrasti, en 1962.
La colección de escultura del Museo del Prado comprende alrededor de 950 obras,1 aparte de casi 200 fragmentos escultóricos. Aunque la base de la sección de escultura del Museo fue la Colección Real, también ha habido diversas compras, adscripciones, legados y donaciones. Entre estas últimas destaca la de siete esculturas antiguas realizada en 1943 por el mexicano Marius de Zayas «como tributo de su familia a la Madre Patria»,2 y la efectuada en 2000 por el pintor chileno Claudio Bravo, consistente en diecinueve esculturas greco-romanas.3 En cuanto a la escultura del siglo xix procede en su mayor parte del extinto Museo de Arte Moderno, cuyos fondos decimonónicos pasaron al Prado tras su supresión en 1971.
Las primeras esculturas que se expusieron en el Museo, que entonces aún conservaba su denominación inicial de Real Museo de Pinturas, fueron la pareja Carlos IV, sedente, de Ramón Barba y María Luisa de Parma, sedente, de José Álvarez Cubero, que fueron mostradas al público entre el 22 de enero y el 5 de febrero de 1827.4
Hacia 1830 el duque de Híjar y su asesor de cámara, Valeriano Salvatierra, habilitaron una zona en la planta baja del Museo dedicada a exponer las colecciones de escultura procedentes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de los Reales Sitios, como el Palacio de La Granja de San Ildefonso (Segovia). Incluía piezas del Antiguo Egipto, Antigua Grecia, Imperio romano, Renacimiento, Barroco, siglo xviii y siglo xix.
La reina Isabel de Farnesio, de origen italiano (Elisabetta Farnese), era gran aficionada a la escultura, especialmente a la de su país natal. Ella y su esposo, el rey Felipe V, adquirieron en 1724 casi todas las obras (excepto los bustos que entonces se tenía por modernos y algunas otras piezas) de la colección de escultura que había pertenecido a la reina Cristina de Suecia, una de las mejores que se formaron en Roma en la segunda mitad del siglo xvii.5 Cuatro años más tarde fue complementada con la adquisición a Catalina de Haro y Guzmán, duquesa consorte de Alba e hija y heredera universal del VII marqués del Carpio, de las ciento noventa y siete piezas escultóricas que poseía de la colección que su padre había formado en Roma (el conjunto reunido por el marqués era más amplio, pero parte de él se había dispersado con la almoneda que su hija había celebrado en 1689). Las obras, que ingresaron íntegramente en la colección de Felipe V, comprendían veintisiete esculturas de cuerpo entero, sesenta y tres cabezas y bustos y diecinueve bajorrelieves, además de ochenta y ocho piezas varias: veinticuatro adornos de chimenea, jarrones de pórfido, columnas, pedestales, doseles, conchas y asientos de fuentes.6 Ambas colecciones fueron utilizadas para decorar el recién construido Palacio de La Granja, pasando en 1830 gran número de ellas al Prado. Además, la reina ordenó su compatriota, el abad Eutichio Ajello e Liscari, realizar dibujos al natural de la colección escultórica, lo que quedó consagrado en el Cuaderno de Ajello, propiedad del Museo desde 1835.
En 1801 el coleccionista José Nicolás de Azara donó las cincuenta y dos esculturas que restaban en su poder al rey Carlos IV. Dieciséis bustos fueron instalados en 1824 en la «deciséptima pieza, titulada galería» de la Real Casa del Labrador de Aranjuez, mientras que las treinta y seis piezas que sobraron se enviaron ese mismo año al Museo Real. Aunque se realizaron posteriormente varios intentos para conseguir el traslado de dichos bustos al Museo, fueron todos infructuosos.7
En 1862 el arqueólogo alemán Emil Hübner publicó en Berlín el primer catálogo de la escultura antigua del museo, Die antiken Bildwerke in Madrid.8
La escultura griega se representa por autores como Fidias, Mirón, Policleto, Lisipo y Escopas, en versiones romanas de los originales perdidos, aunque también hay un pequeño número de esculturas griegas originales, entre las que destacan una Cabeza de caballo en mármol de c. 515 a. C. y una cabeza monumental de bronce de Demetrio I Poliorcetes de c. 307 a. C. Entre las copias romanas sobresale la del Diadúmeno de Policleto, una de las mejores y más completas de las que se conservan.9
La escultura romana, además de las copias griegas, comprende algunas obras originales, como la Apoteosis de Claudio o la Ofrenda de Orestes y Pílades (Grupo de San Ildefonso).
La sección de escultura renacentista está dominada por las figuras de Leone Leoni y su hijo Pompeo, artistas italianos que trabajaron en España al servicio de Carlos I y Felipe II. En la amplia colección de sus obras figura el famoso grupo broncíneo Carlos V y el Furor, que preside la rotonda alta de Goya, considerado la más importante escultura moderna de la colección del museo.10 También hay piezas de otros escultores transalpinos del XVI, como Giovanni Angelo Montorsoli (Carlos V, busto en mármol blanco a tamaño natural),11 y Giovanni Bandini, del que el Prado posee La caza de Meleagro, grupo en bronce dorado de 1583-1584.12 Asimismo, el museo cuenta con un Apolo manierista atribuido a Silvio Cosini13, una Venus de Bartolomeo Ammannati, un relieve de Giambologna y un busto en bronce de Felipe II atribuido al flamenco Jacob (o Jacques) Jonghelinck.14
Hay que señalar también las dos pequeñas esculturas representando el mito de Epimeteo y Pandora, obras excepcionales al ser de las pocos ejemplos conservados del quehacer escultórico de El Greco.
Entre los artistas representados figuran José Álvarez Cubero, Ramón Barba, José Ginés, Antonio Solá, los hermanos Venancio y Agapito Vallmitjana, José Llimona, Jerónimo Suñol, Agustín Querol y Mariano Benlliure.
Las obras de escultores extranjeros son escasas. Entre las italianas están El pintor Mariano Fortuny y Marsal, busto realizado en bronce por la fonderie Barbedienne de París a partir de una terracota de Vincenzo Gemito,15 y dos esculturas antes atribuidas a Antonio Canova, Venus y Marte, ahora adjudicada a su círculo, y Hebe, que actualmente se considera realizada por su más brillante discípulo, Adamo Tadolini, copiando un original del maestro. Pero es especialmente destacable el busto Isabel II, velada, la obra cumbre de Camillo Torreggiani,16 que esculpió asimismo el pedestal. Se trata de un alarde de virtuosismo técnico, en la línea de las figuras veladas que en el siglo anterior ejecutara el también italiano Antonio Corradini.17
De Fortuny hay asimismo otro busto, en barro cocido, modelado por su amigo el francés Prosper d'Épinay.18 También posee el museo una escultura de Hermes, tradicionalmente considerada de la mano del danés Bertel Thorvaldsen y hoy asignada a su taller, una Alegoría de la danza, tenida antes por obra del francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse y actualmente adscrita a su círculo, legada en 1959 por María Josefa Barrios Aparicio, marquesa de Vistabella, y por último una reducción de Amor y Psiquis, la obra más destacada del escultor sueco Johan Tobias Sergel, ejecutada por el propio maestro con la colaboración de su taller.
Por otra parte hay, pero sin exponer, cinco piezas de Ponciano Ponzano,19 cuatro de Miguel Blay,20 dos de Eduardo Barrón,21 y sendos mármoles del irlandés John Henry Foley, Sir Charles Bennet Lawes Witteronge como Mercurio, adquirido en 1988, y el italiano Antonio Tantardini, Dos principitos en la cuna, legado en 1884 por Mª Josefa de la Cerda y Palafox, condesa viuda de Oñate.
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