El Togado de Periate es una escultura de bronce romana, datada en el siglo III, encontrada en la aldea española de Periate, término municipal de Píñar (Granada), el 27 de marzo de 1982.
Tiene una altura de 160 cm., lo que la convierte en una de las mayores esculturas de bronce encontradas en España.
Representa a un togado de tamaño natural. Le falta la mano derecha. La mano izquierda, así como la cabeza, están unidas al cuerpo mediante estuco. Seguramente represente al emperador Claudio II el Gótico.
Actualmente se encuentra expuesto en el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada.
El mosaico de los trabajos de Hércules fue descubierto en la localidad de Liria (Valencia) en el año 1917, concretamente en el paraje llamado La Bombilla en el Pla dels Arens. Está fechado en el primer tercio del siglo III. Mide 4,5 metros de longitud por 5,5 metros de anchura. El mosaico forma parte de la colección estable del Museo Arqueológico Nacional con el número de inventario 38315BIS.
El mosaico romano tiene una iconografía donde se recoge los doce trabajos que Euristeo, rey de Tirinto, encomienda al héroe de la mitología griega Heracles (romanizado como Hércules), hijo del dios Zeus y de la mortal Alcmena, esposa de Anfitrión.1 El mosaico se conservó en el mismo lugar de su descubrimiento hasta el año 1941, que fue comprado por el Museo Arqueológico de España.2
Descripción[editar]
Algo más de la mitad inferior del mosaico está dedicada a la narración de los trabajos, mientras que la mitad superior se decora con una combinación geométrica a base de triángulos negros y blancos realizado con la técnica del opus tessellatum. El conjunto va en marcado por una cenefa vegetal.1
La zona que concentra la iconografía se compartimenta en doce cuadros que rodean el emblema central, en el cual se representa al héroe junto a Ónfale, reina de Lidia, de la que fue esclavo.
La zona que concentra la iconografía se compartimenta en doce cuadros que rodean el emblema central, en el que se representa el héroe junto Ónfale, reina de Lidia, de la que fue esclavo. 1 En esta escena se puede apreciar, como ya es habitual en la iconografía helenística sobre estos personajes, el cambio de las vestiduras, Hércules se muestra con traje y haciendo trabajos de mujer y Onfalia con la piel del león.2
Los trabajos que se narran en los cuadros que circundan la escena central son (comenzando por el cuadro superior izquierdo y en sentido de las agujas del reloj):2
- Robo del cinturón de Hipólita (noveno trabajo) 0,82 x 0,605 metros
- Captura del jabalí de Erimanto (cuarto trabajo) 0,765 x 0,610 metros
- Captura del can Cerbero (duodécimo trabajo) 0,835 x 0,615 metros
- Limpieza de los establos de Augías (quinto trabajo) 0,80 x 0,61 metros
- Muerte de Gerión (décimo trabajo) 0,80 x 0,59 metros
- Captura de las yeguas de Diomedes (octavo trabajo) 0,81 x 0,585 metros
- Robo de las manzanas del jardín de las Hespérides (undécimo trabajo) 0,80 x 0,69 metros
- Captura del toro de Creta (séptimo trabajo) 0,77 x 0,685 metros
- Muerte de la hidra de Lerna (segundo trabajo) 0,73 x 0,67 metros
- Estrangulamiento del león de Nemea (primer trabajo) 0,82 x 0,66 metros
- Muerte de los pájaros del Estínfalo (sexto trabajo) 0,82 x 0,61 metros
- Captura de la cierva de Cerinea (tercer trabajo) 0,81 x 0,59 metros

Basílides fue un eclesiástico hispanorromano, obispo libelático de León y Astorga a mediados del siglo III.
Las únicas noticias históricas acerca de este personaje proceden de la epístola n.º 68 del obispo Cipriano de Cartago.1Según ésta, hacia el año 249 Basílides era obispo católico de la diócesis de Astorga, que por aquel entonces incluía el territorio de la actual sede de León.2 En enero del 250, siendo procónsul Aspasio Paterno, el emperador Decio promulgó un edicto decretando la persecución contra los cristianos y Basílides, «estimando en más la salud perecedera del cuerpo que la del alma perpetua»,3 adquirió un libellus, un documento expedido por las autoridades romanas por el que su poseedor, a cambio de una cantidad económica, quedaba exento de la persecución. El gesto de Basílides estaba reputado como un grave delito por la comunidad cristiana: el libelático no estaba obligado a adorar a los dioses paganos, pero negaba a Cristo cuando debiera confesar su religión, y no siendo perseguido por los que acosaban a los cristianos, quedaba fuera de éstos en el concepto público.4Por las mismas fechas el obispo Marcial de Mérida se hallaba en la misma situación.5
Habiendo caído enfermo, Basílides renegó de Dios, pero tras arrepentirse aceptó recibir la eucaristía como lego y acatar la decisión de los prelados que entendían en su proceso canónico. Los obispos comarcanos designaron a Sabino como nuevo obispo de Astorga; Basílides, ofendido por su destitución, reclamó al papa Esteban I, y ocultándole subrepticiamente los detalles de su deposición, consiguió que le fuese restituida la diócesis.
Los obispos que habían entendido en la causa y los feligreses de la diócesis asturicense, sorprendidos por la decisión papal, apelaron a los obispos del norte de África; Cipriano de Cartago reunió un concilio de 36 obispos en el que se determinó la expulsión de Basílides y Marcial. Se desconoce el destino de ambos; se supone que la Santa Sede, mejor informada de los detalles, dio la razón a los obispos africanos y mantuvo a Sabino en la cátedra episcopal.
Félix de Mérida fue obispo de Mérida a partir del año 252 o 255 en adelante sin que existan datos que fijen el final de su pontificado. Al ser depuesto su antecesor Marcial por haber comprado un libellus, una certificación o documento expedido por los romanos mediante el cual el poseedor, en este caso Marcial de Mérida que quedó exento de la persecución, cosa que era considerada como falta grave por los cristianos, los obispos de la comarca pusieron como sucesor a Félix después de haberse informado de la buena fama de esta persona.1
Los obispos de la comarca enviaron a dos personas, Félix y Sabino, para que informasen a San Cipriano de la grave falta que cometió Marcial según consta en escritos del propio Cipriano. Como afirma el santo en sus escritos, Sabino era sucesor del obispo Basílides de León y Astorga,2 también libelático como Marcial de Mérida, le correspondía a Félix ser consagrado obispo de Mérida. Por los escritos del santo se conoce que Félix estuvo con él en Cartago, en el norte de África y a unos diecisiete km de la actual ciudad de Túnez.3
Para la consagración al orden episcopal de Félix y Sabino, San Cipriano congregó un concilio donde esta consagración fue aprobada y legitimada. En ese concilio se comunicaba que ésta no se podría rescindir en ningún caso por más que Basílides y Marcial pretendiesen que se les restituyera en sus episcopados ya que ambos habían logrado el rescripto pontificio pues lo habían conseguido con engaño y malicia. Una vez consagrados Félix y Sabino, estos marcharon desde Cartago a Roma para informar al Papa cómo fueron realmente los hechos llevándoles los documentos procedentes del «Concilio Africano» al que habían asistido. Pasaron los primeros años de pontificado de Félix en paz durante algún tiempo hasta que en el año 254 volvió Marcial de Roma y siguiendo el mal ejemplo de Basílides, quiso desplazar a Félix su pontificado cosa que no pudo hacer. Y si bien había paz interior en la iglesia, no pasaba igual con la exterior ya que en el año 257 se generalizó la persecución de los cristianos por parte de Galieno y Valeriano.
Liberio fue obispo de Mérida (Hispania) desde finales del siglo III -aproximadamente desde el año 295 según indica Enrique Flórez- hasta el año 314, después de la persecución de Diocleciano. Lo que no se sabe con certeza es si hubo algún otro obispo entre Félix (el último conocido) y Liberio. En el caso de no haber existido ninguno, el pontificado de Félix sería de los más prolongados. El nombre de «Liberio» como obispo emeritense figura en el «Concilio de Eliberi» al que asistieron diecinueve obispos. El ordinal que le da Enrique Flórez es el décimo mientras que episcopologios más antiguos lo ponen como el decimoquinto. Junto a los otros obispos asistentes decretaron los cánones de disciplina y observancia que eran tan necesarios y propios de los fervorosos obispos de los primeros tiempos del cristianismo1
Poco después de aquel concilio la diócesis de Mérida sufrió el endurecimiento de la persecución de Diocleciano en la que sufrió el martirio Santa Eulalia de Mérida. Se dio la casualidad de que el padre de la santa y el obispo tuviesen el mismo nombre, «Liberio», cosa que quisieron hacer creer algunos que se trataba de la misma persona pero que Enrique Flórez y otros historiadores desmontaron fácilmente.1
Diez años después del martirio de Santa Eulalia, en el año 314, asistió al Concilio de Arlés (en la Galia romana, actual Francia) convocado por el emperador Constantino.
Marcial fue un eclesiástico hispanorromano, obispo libelático de Mérida a mediados del siglo III.
Marcial era obispo católico de Mérida hacia el año 249 cuando comenzaron las persecuciones contra los cristianos decretadas por el emperador Decio. Para evitar éstas, Marcial compró un libellus, una certificación expedida por las autoridades romanas mediante la cual su poseedor quedaba exento de la persecución. Este tipo de acciones estaba reputadas como una grave falta por la comunidad cristiana: el libelático no estaba obligado a adorar explícitamente a los dioses paganos, pero al valerse del dinero para no confesar su religión y al estar exento de la persecución de los que acosaban a los cristianos, quedaba apartado de éstos en el concepto público. Una comisión de obispos comarcanos decidió deponer a Marcial de su silla episcopal, nombrando a Félix para sucederle al frente de la diócesis.1
A semejanza del obispo Basílides de Astorga, que en la misma situación había apelado al papa Esteban I y ocultándole subrepticiamente los detalles de su destitución consiguió el rescripto papal por el que se ordenaba restituirle en su diócesis, Marcial también consiguió que el papa anulara su deposición. Los obispos que habían entendido en el proceso canónico, sorprendidos por la decisión papal, apelaron a los obispos del norte de África; en el año 254 Cipriano de Cartago reunió un concilio de 36 obispos en el que se determinó la expulsión de la iglesia de Basílides y Marcial. La epístola nº 68 de Cipriano, redactada tras el concilio, es la fuente histórica de la que provienen las noticias sobre este episodio.2
Se desconoce el destino final de ambos inculpados; se supone que la iglesia de Roma, mejor informada de los detalles, dio la razón a los obispos africanos y mantuvo a Marcial alejado de la diócesis.
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