La placa paleolítica de Villalba es una pieza de arte mueble realizada en pizarra que, por su singularidad y complejidad, es considerada una obra única dentro del arte paleolítico de la península ibérica. Descubierta en Villalba (Soria) en 1986 por Lorenzo Casado Egido y entregada en calidad de depósito al Museo Numantino de Soria, fue declarada Bien de Interés Cultural en 2014, con categoría de bien mueble, por parte de la Junta de Castilla y León.
El descubrimiento de la pieza se debe a un hallazgo casual en una zona conocida como Barranco Hondo, en las cercanías de la localidad de Villalba (Soria). Fue descubierta en 1986 por Lorenzo Casado Egido, quien la entregó el 28 de enero de 1988, en calidad de depósito, al Museo Numantino de Soria, donde se expone en la actualidad.
Zona del hallazgo[editar]
El paraje de Barranco Hondo, representado en el sector noroeste de la Hoja 407 del MTN25 del Instituto Geográfico Nacional, pertenece al término municipal de Coscurita. Se encuentra en la ladera meridional de la sierra de las Perdices, alineación de relieve de dirección NO-SE con una altitud en torno a los 1150 metros, a poco más de un kilómetro al norte de la localidad de Villalba.2
En esta zona se diferencian dos unidades geológicas, ambas de origen fluvial procedentes de la erosión y desmantelamiento de los materiales mesozoicos y paleógenos que constituyen los márgenes NE y E de la cuenca terciaria de Almazán, y cuya antigüedad es atribuida al Mioceno. La unidad inferior está formada por arcillas, arcillas arenosas y arenas, mientras que la superior está formada por conglomerados de cuarcita y caliza y areniscas.
El contraste entre estas dos unidades se refleja en la morfología y pendiente de la ladera; así, a partir de su contacto a una altitud de 1000 metros, los niveles de conglomerados dan lugar a una morfología aterrazada mientras que por debajo de esa cota las areniscas y arcillas, más blandas y homogéneas, son modeladas como un glacis o rampa de suave pendiente, sobre los que se instalan campos de labor.
Esta morfología se originó cuando la red fluvial del río Duero comenzó a erosionar e incidir los sedimentos de la cuenca terciaria generando el relieve actual. Tras una fase de modelado más o menos regular de la parte inferior de las laderas, en la actualidad la erosión está provocando un fuerte abarrancamiento que corta dichas laderas, formando cárcavas de paredes con fuerte inclinación y fondos recubiertos por aluviones, como es el caso de Barranco Hondo.
La placa fue hallada a una cota aproximada de 980 metros, en la ladera de la cárcava que forma el Barranco Hondo y que incide un campo de labor. Debido a su forma rectangular, su tamaño y su color negro, constituye un elemento exótico entre los materiales líticos de la zona, arenas y arcillas de tonos muy claros, con niveles intercalados de cantos, los cuales son siempre redondeados y menores de 10 cm. Por ello, no es extraño que llamara la atención de su descubridor incluso antes de observar los grabados.3
Lorenzo Casado Egido[editar]
La placa de Villalba fue hallada por Lorenzo Casado Egido (3 de febrero de 1921-10 de marzo de 1998), natural de la localidad de Villalba. Según la familia Ortega-Casado, «era un hombre culto que se dedicaba a la agricultura, con grandes inquietudes, muy meticuloso, amante de la lectura y de su tierra soriana. Paseaba mucho, cada día, por la zona, y leía el periódico, diariamente, en el campo. La placa la encontró antes de realizarse la concentración parcelaria. Era muy aficionado a la fotografía y se compraba cualquier tecnología que supusiera alguna innovación. Por eso tuvo uno de los primeros teléfonos móviles de grandes dimensiones. También era un gran aficionado a la arqueología. A los 54 años se fue a vivir a Almazán (Soria)».3
Se desconoce la fecha exacta en la que encontró la placa, pero no debió de ser mucho antes del 6 de octubre de 1986, fecha en la que la fotografió en un estudio soriano (Foto Rosel), por lo que la familia opina que tuvo que ser ese mismo verano de 1986. Alfredo Jimeno Martínez, director de las excavaciones de Numancia, indica que él siempre fue consciente de la importancia de su hallazgo y temía que la llevaran a otro lugar:3
Me pidió que le indicara si era antigua, quedamos en el Museo para verla e indicarle de que época era y si era relevante poderla depositar en el Museo. La placa tenía grabados por las dos caras. En la cara A ocho cabras y cinco caballos y en la cara B diez cabras y 3 caballos. Las figuras animales son de clima templado: se puede situar su cronología entre el Solutrense y el Magdaleniense (unos 16.000 años). En todo momento exigió que la placa no saliera de Soria, ni siquiera para su estudio.Alfredo Jimeno Martínez
En un escrito firmado el 30 de octubre de 1986 entre Alfredo Jimeno y Lorenzo Casado, cuando se entregó la placa para su estudio y análisis científico, se indica que este se debería realizar en el Colegio Universitario de Soria, y que una vez realizado fue devuelta el 13 de febrero de 1987. La familia conserva un recorte de prensa, publicada en la sección de arqueología del periódico Ya, con fecha de 8 de noviembre de 1986 anotada a mano, sobre un bastón magdaleniense encontrado en Cantabria, lo que lleva a pensar que desde el primer momento tuvo conciencia de la importancia del hallazgo.3
Descripción[editar]
Se trata de una pizarra paleozoica negra, de forma rectangular, de 36,5 cm de largo, 7,6 cm de ancho y un grosor de 1,2 cm que en origen debió ser más larga, puesto que se puede apreciar su fractura en uno de los extremos.
Presenta un borde superior enrasado y con tratamiento uniforme, y un borde inferior con extremos diferenciados por una mayor anchura y convexidad, que coincide con rehundidos en las caras, lo que hace suponer restos de posibles huellas para su suspensión. Está grabada sobre un soporte aplanado, con grabados dispuestos en hilera por las dos caras y en algunos de sus bordes. Se han podido distinguir un total de veintiséis animales, trece en cada cara, todos équidos y cápridos, con un claro predominio de estos últimos, dispuestos con orden y aparente simetría.
Se trata de imágenes figurativas y naturalistas, simplemente perfiladas e incompletas. No se reproducen las terminaciones de las extremidades –únicamente siete de los veintiséis animales representados,se presentan completos–, mientras que aparecen detalles muy simples como orejas, boca y orificio nasal, ojos, cola o rabo, cuernos, crin y penachos de la testuz y en los machos cabrios también el sexo. El análisis estilístico de los grabados, permite situar la pieza en un único momento, entre en Solutrense Final y el Magdaleniense III-IV, en torno a 14 000 años a. C., enmarcándose en un momento avanzado del estilo III de Leroi Gourhan.
En cuanto a su organización y composición espacial, la placa presenta una ordenación y disposición pensada; los motivos no se presentan de forma casual, de forma que determinados animales –caballos y machos cabríos– aparecen resaltados mediante la utilización de un trazo más ancho y profundo, un mayor tamaño o por su propia posición en el espacio.
Además, la completa representación de la fauna en los grabados permite realizar una reconstrucción medioambiental del ecosistema que conocieron estas gentes entre el 15 000 y 12 000 a. C.
Por lo que respecta a la naturaleza del soporte, se trata de la pizarra proveniente del Sistema Central, lo que atestigua el intercambio de materia prima entre diferentes poblaciones durante el Paleolítico superior. Es además un material que ha permitido conocer el estudio del proceso y ejecución de las figuras, a partir de los esbozos y trazos de encuadre previos al grabado definitivo, y los ductus, es decir los surcos y dirección de las incisiones, que han quedado reflejados en la superficie de la pizarra, y que han permitido determinar que estos grabados debieron ser trazados en un lapso de tiempo muy amplio. En general, los más anchos y profundos habrían sido ejecutados en primer lugar, seguidos de grabados más finos. Finalmente, las diferentes técnicas en la ejecución que se aprecian en los grabados han hecho pensar en el trabajo de varios artistas, si bien se ha mantenido un mismo sentido en la representación y estructura compositiva.
La importancia de la placa de Villalba viene determinada por su singularidad y complejidad, que la convierten en un ejemplar de arte mueble excepcional y en una pieza capital y única, dentro del arte mueble paleolítico de la Península. En este sentido, la placa de Villalba es el único elemento de arte mueble existente en Castilla y León con representación de fauna paleolítica.
Por su importancia, ha sido incluida como hito dentro del Itinerario Cultural «Caminos de Arte Rupestre Prehistórico», declarado por el Consejo de Europa en 2010. Los hallazgos de los últimos años vienen a confirmar su interés e importancia para el conocimiento y comprensión del primitivo arte rupestre prehistórico, en cuanto permite establecer una conexión con otras manifestaciones de arte rupestre al aire libre como las de Domingo García (Segovia) o Siega Verde (Salamanca), estación incluida en la Lista del Patrimonio Mundial en 2010, y en consecuencia atestiguar el movimiento de poblaciones a lo largo del Valle del Duero durante el Paleolítico.
El ídolo de Extremadura es una escultura cilíndrica antropomorfa, que fue esculpida en alabastro, en un lugar indeterminado del valle del Guadalquivir, en época del Calcolítico, en la península ibérica, en el tercer milenio a. C..

En el ídolo están representados dos grandes ojos de forma circular, unas cejas marcadas con trazos curvos, tres pares de líneas curvas que podrían pertenecer a un tatuaje facial, y en la parte superior y posterior se encuentran una serie de líneas paralelas haciendo zig-zag que reproducen el cabello, siendo este ídolo de similares características a otros que han sido hallados en la zona del valle del Guadalquivir y Baja Andalucía como exponentes del Calcolítico local y que están catalogados como objetos de culto. La importancia otorgada a esta iconografía se refleja en su repetición en otros elementos de la cultura material, como son las cerámicas simbólicas. Las variantes observadas en estos ídolos pueden responder a factores territoriales y pese a tratarse de representaciones asexuadas, se han relacionado con divinidades femeninas o personificaciones de la muerte, dentro de creencias centradas en el culto a la fertilidad y vinculadas a sociedades agrarias. A pesar de su denominación como ídolo de Extremadura su procedencia más probable estaría al Sur del valle del Guadalquivir.
Conservación[editar]
El ídolo forma parte de la colección del Museo Arqueológico Nacional de España, en Madrid, correspondiéndole el número de inventario 20572, perteneciendo a la exposición «Tesoros del Museo Arqueológico Nacional».
Aunque existen evidencias de presencia humana en la península ibérica desde hace un millón de años –posiblemente llegada a través del estrecho de Gibraltar-, no se puede constatar su asentamiento en la región del cántabra hasta hace 100.000 años, a finales del Paleolítico Inferior. La barrera que formaba la Cordillera Cantábrica fue un factor de aislamiento de la cornisa norte respecto del resto de la Península.
edad de los metales
El Paleolítico en Cantabria, por tanto, se extendería a lo largo de una estrecha franja costera entre la zona central de la actual Asturias y los Pirineos occidentales, sobrepasando los límites de la actual comunidad autónoma.
El Paleolítico se divide en tres etapas:
- Paleolítico Inferior, del 1.500.000 al 100.000 a. C.
- Paleolítico Medio, del 100.000 al 35.000 a. C.
- Paleolítico Superior, del 35.000 al 10.000 a. C.
Climáticamente la Prehistoria se caracterizó por la alternancia de períodos cálidos y otros muy fríos, llamados glaciaciones. Aquellos primeros pobladores de Cantabria vivieron en un período interglaciar, con temperaturas templadas –puede que incluso más que las nuestras- y una línea de costa similar a la actual. No han sido hallados restos humanos, aunque sabemos que simultáneamente en otras regiones de Europa vivía el Homo Erectus, uno de los antepasados del ser humano actual. Sí poseemos restos de útiles tallados en piedra (cuarcita u ofita), caso de los bifaces (hachas), hallados en algunas cuevas pero sobre todo en yacimientos al aire libre, posibles gracias a la benignidad del clima. Estos poblamientos se realizaban próximos a la costa y en valles bajos, junto a ríos, habitando chozas construidas con ramas o pieles. En todo caso se trataría de asentamientos eventuales, ya que aquella población se componía de pequeños grupos familiares o de clanes que se trasladarían siguiendo los recursos que les proporcionaba la caza de animales y la recolección de vegetales.
En la transición del Paleolítico Inferior al Paleolítico Medio, ocurrida hace unos 95.000 años, se inicia la última glaciación (Würm), prolongada hasta hace unos 10.000 años. Cantabria, al igual que amplias zonas de Europa, sufre un fuerte enfriamiento climático, alterando el entorno natural y trasladando la línea de costa varios kilómetros hacia el interior del mar –a causa del congelamiento de amplios volúmenes de agua-. El entorno ecológico de la Cordillera Cantábrica se caracteriza entonces por la presencia de glaciares y nieves perpetuas, convirtiéndose, ahora con más razón, en una verdadera barrera natural. La primera consecuencia que observamos en las comunidades humanas es la ocupación masiva de cuevas y abrigos naturales –como antes cerca de la costa y en valles bajos-, ahora habitados por una nueva especie, el Neanderthal (del que tampoco nos han llegado restos). Este desarrollará la industria lítica heredada del período anterior, perfeccionando el tallado de instrumentos –puntas, raederas, raspadores, denticulados- dirigidos principalmente a la caza de grandes animales como ciervos, rebecos, caballos, rinocerontes y bóvidos. La preeminencia de la piedra como materia prima no obsta para que también utilizaran otras, caso de la madera, que por su carácter perecedero no han podido llegar hasta nosotros.
La dieta cárnica se veía asimismo completada con la recolección de frutas y verduras, aunque llama la atención la escasa presencia de restos de moluscos, lo que indicaría su falta de interés o acceso a los recursos marítimos. Poseemos indicios de la práctica del canibalismo, aunque no sabríamos interpretar si era debida a la escasez de recursos alimenticios o a actividades rituales. Sobre estas últimas conocemos la realización de enterramientos colectivos acompañados de ofrendas a los muertos, indicativas de los rudimentos de una vida espiritual, a la que posiblemente estaban vinculadas las primeras manifestaciones artísticas.
El último período Paleolítico, el Paleolítico Superior, se inició hace 35.000 años, y se prolongó hasta el final de la última glaciación, hace 10.000. En el asistimos a la extinción del Neanderthal y su sustitución por el Homo Sapiens Sapiens, impulsor de un importante avance tecnológico y cultural que significó el cénit cultural del Paleolítico. Este desarrollo tiene su correspondencia en el aumento demográfico, que posibilita la expansión humana hacia espacios antes deshabitados, caso de los valles medios de la región. Da lugar a una ocupación masiva de cuevas que ahora aparecen mejor acondicionadas y compartimentadas para distintos usos, en un entorno natural que continúa las pautas glaciares. Igualmente asistimos a una evolución y mayor especialización de la industria lítica, junto a la de huesos (arpones) y astas, proliferando, al lado de armas y útiles (azagayas), piezas decorativas y simbólicas (caso de los famosos bastones de mando).
La organización social gana en complejidad, generando una división del trabajo que posibilita la especialización en diferentes tareas, así como asentamientos más extensos y duraderos. Su alimentación provenía de la caza de gran variedad de especies, debida a la diversidad de medios ecológicos de que disfrutaba la región cantábrica; así, a ciervos, caballos y cabras se suman otras como renos, bisontes o mamuts, típicos de climas fríos (de todos ellos extraen carne, pieles, huesos y astas). Su caza en grupo nos indica la existencia de un alto nivel organizativo, en un momento en el que el aumento de población empuja a una intensa explotación de los recursos. A esta dieta se unen, nuevamente, vegetales recolectados, así como algunos animales marinos. Podemos afirmar que el desarrollo de las culturas del Paleolítico Superior en Cantabria estuvo al nivel de sus homólogas europeas, gracias a la combinación de diversidad ecológica y abundancia de cavidades naturales, constituyendo un verdadero filón arqueológico. Contamos por ello con un patrimonio de valor incalculable, repartido por una infinidad de cuevas en las que se ven representadas todas las fases del Paleolítico Superior: Châtelperroniense, Auriñaciense, Solutrense y Magdaleniense.
Prueba irrefutable de ese florecer cultural es la excepcional producción artística generada por aquel hombre de las cavernas, conformando un período artístico de la humanidad cuyo descubrimiento y estudio ha estado y está íntimamente ligado a Cantabria. La nómina de las cuevas que contienen este patrimonio es sorprendente: Altamira, El Castillo, La Pasiega, Las Monedas, Covalanas, Hornos de la Peña, El Pendo... así hasta el medio centenar. Esta producción se compone tanto de arte mueble o mobiliar (grabados o pinturas realizados sobre objetos transportables como huesos, caparazones, dientes y astas que constituían armas, útiles, adornos y objetos votivos), como de arte rupestre o parietal, ejecutado sobre paredes de cuevas.
Este último, característico de la Europa más occidental por su riqueza en abrigos rocosos naturales (paisajes kársticos), era realizado mediante diversas técnicas, que incluían el grabado, la pintura e incluso atisbos de escultura. El grabado se realizaba con los dedos, sobre materiales blandos como la arcilla, y mediante piedras talladas para las superficies más duras. La pintura, aplicada manualmente, se elaboraba con colorantes naturales a partir de óxidos de hierro (ocre) y carbón vegetal, alcanzándose en su desarrollo verdadera policromía. Igualmente, aquellos artistas prehistóricos utilizaban las propias formas de las paredes para lograr los volúmenes de sus figuras, auténtico antecedente de la escultura. Estas obras las hallamos, en ocasiones, a la entrada de las cuevas, donde aprovechaban la luz natural; pero más habitualmente en galerías interiores, realizadas mediante luz artificial (antorchas). Ello ha permitido en muchos casos resguardarlas de las agresiones atmosféricas, conservándose así hasta la actualidad.
En lo referente a la temática, la caza era omnipresente, siendo habitual la representación de sus principales presas, como ciervos, caballos, bisontes, renos... Por el contrario nunca representaban carnívoros, así como tampoco abunda la figura humana, a excepción de la impresión de manos. Por otro lado destacar la presencia de motivos geométricos y simbólicos. Mucho se ha especulado sobre el significado de estas manifestaciones artísticas, sin alcanzarse un consenso diáfano. No obstante si hay coincidencia en ligarlas al mundo espiritual de aquellas gentes, religiosidad evidente en los rituales realizados alrededor de sus enterramientos.
Todo este desarrollo tecnológico y cultural se ve radicalmente alterado a partir de hace 10.000 años, cuando el final de la glaciación marca la clausura del Paleolítico. Se inicia entonces un proceso de transición hacia el Neolítico, la última fase de la Edad de Piedra, que ha venido a denominarse Epipaleolítico o Mesolítico. El retroceso del frío trae consigo, en Cantabria, una nueva línea de costa, la expansión de los bosques y, con ello, la transformación de la fauna (desaparición de los animales de climas fríos). Estos cambios obligaron a aquellos grupos humanos a adaptarse a las nuevas condiciones. Así, en una primera fase denominada Aziliense, asistimos a la decadencia de los patrones culturales paleolíticos, especialmente evidenciada en el retroceso de la actividad artística. Posteriormente, en el período Asturiense (hace 9.000-7.000 años) se produce una explotación más diferenciada de los recursos, tanto en tierra –se caza una mayor diversidad de especies- como en el mar, abundando los restos de prácticas de marisqueo (concheros). Los asentamientos, rupestres y al aire libre, son fundamentalmente costeros, no existiendo vestigios en el interior.
Neolítico[editar]
El Neolítico -descubrimiento de la agricultura y la ganadería en las regiones de Oriente Medio, desde donde se extendieron al resto del viejo continente-, es un momento crucial en la historia de la humanidad, posibilitando su liberación de la total dependencia del medio físico, típica de las sociedades depredadoras. Las consecuencias de la aparición de economías productoras serán enormes, en forma de crecimiento demográfico y transformaciones culturales: se pasa del tallado al pulimentado de la piedra mejorando considerablemente su utilidad, se desarrolla la cerámica, las poblaciones dejan de ser nómadas para sedentarizarse, se inicia el uso de metales y la capacidad de generar excedentes permite su comercialización y una mayor división del trabajo.
La expansión de esta nueva civilización tuvo lugar a través del Mediterráneo y de Centroeuropa, lo que convirtió a la actual Cantabria en una región marginal con un importante desfase cronológico en la incorporación de las innovaciones (V-IV milenio a. C.). Ello explica la larga pervivencia del Epipaleolítico, coexistiendo durante mucho tiempo una economía depredadora con otra productora. La incipiente expansión de esta última vendrá acompañada de un fenómeno común al de otras regiones atlánticas europeas: el Megalitismo, la elevación de grandes piedras con finalidad funeraria o ritual: menhires, dólmenes, cromlechs, alineaciones... Fue una manifestación cultural vinculada a la ganadería pastoril trashumante, propiciada por las características naturales de Cantabria, más proclives a aquella que a la agricultura. La elevación de megalitos demuestra la existencia de un sistema social basado en grupos más numerosos que en períodos anteriores, con una organización capaz de canalizar aquel gran esfuerzo colectivo.
Este largo proceso de neolitización se prolongará a través de la Edad de los Metales, que en Cantabria se desarrolla con la consiguiente tardanza cronológica. Así el Calcolítico, caracterizado por la coexistencia de útiles de piedra y cobre y vinculado a la cerámica campaniforme, se introduce en la segunda mitad del III milenio.
Las Edades del Bronce y del Hierro[editar]
La Edad del Bronce se desarrolla entre 1.800 a. C. y 700 a. C., incorporando la aleación de cobre y estaño, ambos muy escasos en Cantabria, por lo que la presencia de estos materiales respondería a la existencia de contactos comerciales con otras regiones.
Es una época de crecimiento demográfico y ocupación de nuevos espacios, permitiendo la extensión de la ganadería bovina y porcina, junto a la ovina y caprina en menor medida. El fin de los enterramientos colectivos indicaría una incipiente estratificación social que acabará con la sociedad igualitaria y colectivista que había caracterizado a las comunidades cazadoras.
A partir del 700 a. C. se extiende el uso del hierro, abundante en Cantabria, iniciándose así las actividades mineras (Peña Cabarga, zona de Castro-Urdiales). Esta última fase de la Prehistoria se extiende hasta la misma llegada de los romanos, introductores de los primeros textos escritos.
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