El Convento Asturicense (en español), Conventus Iuridicus asturicensis, Conventus Iuridicus Asturum, o simplemente Conventus asturicensis (en latín estas tres últimas), fue una división judicial romana, conventus, de la provincia Tarraconense, creada entre los imperios de Augusto y de Claudio, y fue uno de los territorios incluidos por Caracalla en la efímera provincia Nova Hispania Citerior Antoniniana, para pasar a formar parte con la reforma de Diocleciano de la provincia de Gallaecia. Su capital era Asturica Augusta y a su frente estaba un legatus iuridicus senatorial, designado por el emperador, pero sometido al legado de la provincia.
Sus límites coincidían con los del pueblo prerromano de los astures y, aunque no están suficientemente claros en toda su extensión, estos comprendían los actuales territorios de las provincias españolas de León, Asturias, la mitad occidental de Zamora y la mitad oriental de Lugo y Orense, así como la región portuguesa de Tras os Montes. Su nombre proviene de la antigua instalación de los astures en dichos territorios.
La diadema de Moñes es una de las obras de orfebrería más importantes de la Asturias prerromana. Fue encontrada a mediados del siglo XIX en el pueblo de Moñes, situado en el concejo de Piloña (Asturias). Debido a los avatares sufridos por la pieza se la llegó a conocer con el nombre de diadema de Ribadeo, si bien hoy en día ha recuperado su denominación original. En la actualidad sus fragmentos se encuentran distribuidos entre el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y el Museo de Saint Germain-en-Laye (Francia).
En dicha pieza se observa una procesión de guerreros tricornes que avanzan a pie o a caballo por encima del agua. Las figuras humanas vienen acompañadas por aves acuáticas y peces que probablemente sean salmones de río. Algunas figuras, que tal vez sean divinidades cornudas, sostienen dos calderos, en clara analogía con el caldero de Gundestrup, en la que se puede observar a una divinidad introduciendo guerreros muertos en el caldero que, tras ser resucitados, salen de él.
La diadema de Moñes ha sido objeto de multitud de interpretaciones. Algunos autores consideran que se trata de una escena de sacrificio (Blázquez y García Bellido) o de un culto acuático (Jordá), si bien otros autores, como Marco Simón, opinan que se trata más bien del reflejo de las creencias célticas relacionadas con el Otro Mundo.
A este respecto es de resaltar la gran cantidad de reminiscencias de mitos célticos que presenta la diadema: La figura humana cornuda sosteniendo dos grandes calderos es muy similar a aquélla del caldero de Gundestrup en la que se puede observar a una divinidad introduciendo guerreros muertos en el caldero que posteriormente salen de él. En realidad, ambas escenas son reflejo del arquetipo céltico del caldero de la regeneración, que aparece en multitud de relatos tanto de la mitología irlandesa como de la galesa. En este sentido, uno de los dioses más importantes del panteón de Irlanda, el Dagda, poseía un caldero que tenía la propiedad de proporcionar comida inagotable y de restaurar la vida, y que fue traído por los Tuatha Dé Danann de la ciudad de Murias. El caudillo británico Bran el Bendito tenía en su poder un caldero similar que permitía resucitar la los guerreros muertos en la batalla con la particularidad de que una vez vueltos a la vida, los hombres quedaban privados del poder del habla. En el poema Preiddeu Annwfn, uno de los más antiguos del ciclo artúrico, se narra el descenso de Arturo y sus compañeros a Annwn, el inframundo galés, en busca del caldero de la abundancia, que por otra parte es el antecedente pagano del Grial de las leyendas artúricas.
En este sentido, en la mitología galesa se recoge el mito del caldero de Cerridwen. Ésta era una bruja galesa, que tenía un hijo, Morfran, de aspecto desagradable al que quería otorgar el don del arwen, la inspiración universal. Para ello preparó una pócima y ordenó al niño Gwyon Bach que lo cocinase durante un año. La mano de éste fue salpicada por tres gotas hirvientes del líquido mágico, y tras lamerse la mano adquirió el conocimiento pleno. Cerridwen, furiosa, persiguió a Gwyon durante una ajetreada cacería en la que el niño asumió diversas formas. Finalmente Cerridwen dio caza a Gwyon y lo devoró, tras lo cual lo albergó en su vientre durante nueve meses hasta que dio a luz a un hermoso niño, el futuro bardo Taliesin.
En la mitología asturiana existe una historia similar, relativa al cáliz que se alberga en la iglesia de Santiago d'Aguinu, en Somiedo. Originalmente, dicho cáliz pertenecía a una xana, que vivía en una de las fuentes de la parroquia. Un día, un pastor, atraído por el brillo del oro, le arrebató el cáliz y escapó corriendo. La xana fue tras él y comenzó a rodearlo de una nube negra, espesa y mágica. Entonces, cuando estaba ya a punto de alcanzarlo el pastor se encomendó a Santiago de Aguinu diciendo "¡Santiagu d'Aguinu valmi, que pa ti ye lo que quiero!". En ese momento la xana se detuvo y exclamó: "Porque dixiste eso, sinón el mayor piazu que quedaría de ti nun sería más grande que la cabeza d'un anfiler". Según la interpretación que Constantino Cabal e Ignacio Abella dan a este mito, en esta historia se trasluce, como en la de la bruja Cerridwen, el despedazamiento y renacimiento míticos del pastor en la matriz representada por el seno del caldero, en un procedimiento que es abortado felizmente por la intervención del santo.
Además del caldero, otro motivo muy común en la mitología celta que aparece en la diadema de Moñes es el de los pájaros del Otro Mundo: dichos animales son a menudo mensajeros del Más Allá y encarnación de criaturas feéricas y aparecen en multitud de historias como la Enfermedad de Cú Chuláinn, en la que el héroe dispara accidentalmente a dos cisnes que resultaban ser sidhe (hadas) disfrazadas, o los viajes de San Brandán y Mael Dúin a las Islas del Paraíso, en una de las cuales se topan con pájaros que son encarnación de ángeles caídoso difuntos recién salidos del Purgatorio. En el folklore bretón y en el gallego se recogen historias de monjes (Yves, Ero de Armenteira) que, buscando alcanzar el Paraíso, entran en extasis al contemplar un pajarillo, y permanecen en ese estado durante siglos. La vinculación entre los pájaros y el Más Allá está presente en la mitología asturiana, en la que las cornejas y los cuervos son mensajeros de la muerte, y las lechuzas (coruxas) son aves en las que se encarnan las brujas.
Además de los pájaros y los caballos, se distingue en la diadema la presencia de peces de tamaño mediano que la mayoría de los especialistas han identificado con salmones de río. Dicho pez es protagonista de uno de los mitos más fascinantes contenidos en el Ciclo de Leinster: El del Salmón del Conocimiento. Según la tradición, en las fuentes del río Boyne existía un estanque mágico que estaba flanqueado por nueve avellanos que representaba al Árbol del Conocimiento. Un salmón aleteaba en el estanque, y se decía que aquél que capturase el salmón inmediatamente después de que éste hubiera comido una de las avellanas mágicas se haría con el conocimiento universal. El druida Finneces esperó pacientemente durante siete años hasta que tuvo lugar el feliz suceso, pero cuando estaba cocinando el salmón, el joven Fionn se acercó a él y comió accidentalmente una porción de su piel, lo que le proporcionó el imbas forosnai, el don de la inspiración.
Es de resaltar el hecho de que toda la escena tiene lugar en un ámbito acuático, y en este sentido Procopio de Cesárea (IV, 48-57) narraba que era creencia entre los galos que el último viaje se realizaba a través del agua. En las tradiciones paganas irlandesas, el destino de las almas los muertos era atravesar el mar hasta llegar a Tír na nÓg, la tierra de los bianaventurados, cuyo color era el verde, que en la cultura celta es el color del inframundo. En la mitología bretona se recoge el supuesto de la Bag Ann Noz, la barca de noche, que transportaba las almas de los difuntos hasta el Más Allá. En Galicia, las creencias que rodean el santuario de San Andrés de Teixido no son más que reminiscencias de la antigua cosmovisión céltica que consideraba el Cabo Ortegal como el lugar donde se acababa la tierra y donde las almas embarcaban con destino al paraíso.
La diadema de Moñes ha tenido cierta influencia en los círculos celtistas asturianos, y a modo de ejemplo durante la presentación del disco Al Otro Lado del gaitero José Ángel Hevia en el Teatro Campoamor en Oviedo se proyectaron imágenes extraídas de dicho objeto..
Las lápidas de Cofiño son unas lápidas romanas descubiertas en el siglo XIX en las cercanías de Cofiño.
Se trata de tres lápidas, una de ellas sólo se distinguen las letras ...COS..., la segunda está dedicada a Ratrivaa. La última es la más importante, conocida como Ammia Caelonica está dedicada por el padre a la hija que contaba con quince años y está fechada en el 265 d. de C.

Flavionavia era el nombre de una ciudad situada en la orilla izquierda del río Nalón, en el conventus Asturum de la provincia Tarraconensis.
Fue citada en el siglo II por el geógrafo griego Claudio Ptolomeo. Se cree que estaba situada en la zona de la actual Pravia ya que según estudios se cree que estaba situada dentro del territorio de los pésicos.
Su nombre proviene del siglo I cuando los romanos crearon en esta zona el municipio de «Flavium Avia», en tiempos del emperador Tito Flavio Vespasiano, de ahí Flavium y del término celta de Avia que era el nombre que recibía el río nalón por los antiguos pobladores de la zona. Este nombre cayó rápidamente en desuso por lo que no aparece en ningún tipo de texto de los siglos posteriores.
Gallaecia fue originalmente el nombre con el que los romanos identificaron al territorio situado en el extremo noroccidental de la península ibérica habitado por pueblos indoeuropeos de lengua céltica denominados galaicos (gallaeci), al oeste, y astures al este. Años después de la culminación de la conquista romana, con la nueva división administrativa de Diocleciano, estuvo formada por los conventos Lucensis, Bracarensis y Asturicensis. Con el tiempo, en el siglo IV, la Gallaecia llegó a incluir el antiguo conventus Cluniacensis, abarcando así todo el norte de Hispania. Independientemente de la evolución territorial asociada a dicho nombre, éste acabaría por derivar en lengua española hasta nombrar la actual Galicia, a pesar de no corresponderse exactamente al antiguo territorio romano.
Periodo romano[editar]
Al acabar las guerras cántabras y ser sometido todo el norte, se incorporó con parte de los nuevos territorios a la provincia de Lusitania Ulterior, para pasar más tarde, en una fecha sin precisar, a la Tarraconense. En ese momento, la Gallaecia estaba formada por dos circunscripciones: los conventus Lucensis y Bracarensis, con sus respectivas capitales en Lucus Augusti y Bracara Augusta.
En 214 Antonino Caracalla creó la provincia Hispania nova citerior Antoniniana por división de la Tarraconense. Esto supondrá que a los dos conventos galaicos se le añadió un tercero, el Asturicensis, con capital en Asturica Augusta. A mediados del siglo IV la ya provincia Gallaecia vería de nuevo incrementado su territorio con un nuevo convento, el Cluniacensis, con capital en Clunia Sulpicia.
A comienzos del siglo V la Gallaecia fue ocupada por los suevos y los alanos a pesar de la resistencia de sus habitantes. Estos bárbaros establecieron reinos en territorio romano a través de pactos con el poder imperial. El rey suevo Hermerico firmó un foedus con el Imperio, mediante el cual se convertía en federado de Roma, ocupando la provincia de Gallaecia y aceptando al Emperador como su superior (411). La parte occidental de la Gallaecia fue para los suevos, en tanto que la oriental correspondió a los alanos, dirigidos por su rey Gunderico. Enfrentados ambos, Hermerico fue derrotado por los alanos en los montes Nervasos, en la actual provincia de León.
Con ello, la antigua Gallaecia llegó a su fin. En pocos años, el reino suevo quedaría restringido a la Galicia actual, el norte de Portugal y extremo occidental de León, en tanto que el resto del territorio quedó bajo dominio visigodo o de las propias élites hispanorromanas (tal es el caso de la costa cantábrica hasta la conquista visigoda en tiempos de Leovigildo).
Sociedad en la Gallaecia antigua[editar]
Véase también: Romanización de Galicia
La cohesión social y territorial de la cultura castreña explica la extraordinaria resistencia de los galaicos a la dominación romana1, que se prolongó durante más de un siglo cuando esta ya se extendía por el resto de la Hispania. Así lo constatan diversas crónicas, como las de Orosio, que cuenta cómo en el año 137 a. C., el Praetor Décimo Junio Bruto Galaico inició una campaña de castigo debido a las continuas incursiones bélicas y de saqueo celtas en el área romana lusitana. Por esta campaña, en la que hubo de enfrentarse con 60 000 gallaicoi en el río Duero, volvió a Roma convertido en héroe, por lo que fue llamado 'Gallaicus'. En ese mismo año, las legiones romanas llegarían al río Limia, que al identificarlo al río Lethes de la mitología romana, sólo pudo ser cruzado cuando el Praetor llamó por sus nombres a sus soldados para demostrar que no había perdido la memoria. El avance hacia el norte se detendría al año siguiente al llegar al río Miño, donde los gallaicoi provocaron el repliegue romano hacia el sur.
La situación se mantendría durante los siguientes cien años, sin que las esporádicas expediciones romanas consiguieran internarse más en territorio galaico, siendo la única significativa la de Publio Licinio Craso del 96-94 a. C. Sin embargo, en el 73 a. C. Quinto Sertorio es derrotado, de forma que la región al norte del río Tajo recupera su independencia. La situación seguiría así hasta que diez años después Julio César es designado Propraetor de la Hispania Ulterior. En el año 61 a. C. retoma el avance hacia el norte, penetrando en la región lusitana situada entre los ríos Tajo y Duero, y de forma personal conduce una incursión marítima que arribaría a Brigantium. No obstante, el interior del territorio galaico continúa una resistencia que se recrudece en su última etapa durante la campaña de César Augusto entre los años 39 al 24 a. C., de la que sería su exponente más significativo la batalla del Monte Medulio. Esto impediría la declaración de la Pax Romana hasta el año 23 a. C., si bien la resistencia proseguiría en las áreas fronterizas astures y cántabras hasta el 19 a. C.
Una vez finalizados los enfrentamientos bélicos, comenzó una fructífera romanización que se prolongaría durante los siguientes cuatro siglos, iniciándose oficialmente entre los años 64 y 70 cuando Vespasiano convierte en pueblo romano a los 451 000 gallaicoi2. De esta forma, los castros se transformarían en las villae y la población incorporaría las nuevas tecnologías, como la arquitectura, la agricultura basada en el arado, el Derecho romano o la minería. En este último aspecto cabe destacar el sistema de extracción de metales denominado ruina montium, que consistía en excavar túneles en los montes, por los que se introducía de golpe el agua de embalses preparados al efecto, reventando el monte y rescatando aguas abajo los minerales valiosos (específicamente, el oro).
La cohesión social y territorial definida por los celtas en el territorio galaico se mantendría durante toda la romanización. Una importante aportación, que contribuiría a definir la posterior división territorial, sería la infraestructura viaria compuesta de puentes y calzadas utilizada para los desplazamientos de tropas y el transporte de mercancías. A lo largo de estas vías había mansiones y estaciones de descanso para las tropas, que fueron el origen de numerosas villas que han llegado hasta nuestros días. Si bien existían otras vías secundarias, las principales eran cuatro - numeradas como XVII a XX en el itinerario de Caracalla- y enlazaban las ciudades fundadas por Augusto con el resto de los dominios romanos. Estas tres ciudades, Lucus Augusti (Lugo), Bracara Augusta (Braga) y Asturica Augusta (Astorga), pasarían a ser la cabecera de los tres 'conventus' (Lucensis, Bracarensis y Asturiacensis, respectivamente), que con la reforma de Diocleciano del año 298 quedarían unificados bajo una única provincia segregada de la Tarraconensis: Gallaecia. Así pues, fue durante esta época cuando la Gallaecia alcanzó sus máximas fronteras, llegando por el oriente hasta las fuentes del río Ebro.
La romanización de la cultura galaica se produjo también en la lengua y la religión, si bien de forma inversa. Aunque en la lengua el sustrato céltico original acabaría disolviéndose en el latín, se mantuvieron las raíces de topónimos y antropónimos. En el caso de la religión, el fenómeno fue el contrario.
Gallaecia en la Alta Edad Media[editar]
Tras la desaparición del Imperio Romano el nombre de Gallaecia siguió aplicándose al cuadrante noroeste de la Península Ibérica durante los primeros siglos de la Alta Edad Media. Ello quedó muy patente sobre todo en los escritos de los historiadores del Califato de Córdoba, que sistemáticamente se referían con ese nombre al Reino de Asturias.
Igualmente, las crónicas escandinavas y las escasas referencias documentales del Imperio carolingio al Reino de Asturias lo mencionan como Gallaecia.
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