martes, 27 de julio de 2021

HISTORIA DE ESPAÑA

 SIGLO XV EN ESPAÑA - IMPERIO ESPAÑOL

De San Quintín a Lepanto (1556-1571)[editar]

El emperador Carlos repartió sus posesiones entre su único hijo legítimo, Felipe II, y su hermano Fernando (al que dejó el Imperio de los Habsburgo). Para Felipe II, Castilla fue la base de su imperio, pero la población de Castilla nunca fue lo suficientemente grande para proporcionar los soldados necesarios para sostener el Imperio. Tras el matrimonio del rey con María Tudor, Inglaterra y España fueron aliados.

España no consiguió tener paz al llegar al trono el agresivo Enrique II de Francia en 1547, que inmediatamente reanudó los conflictos con España. Felipe II prosiguió la guerra contra Francia, aplastando al ejército francés en la batalla de San Quintín, en Picardía, en 1558 y derrotando a Enrique de nuevo en la batalla de Gravelinas. La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada en 1559, reconoció definitivamente las reclamaciones españolas en Italia. En las celebraciones que siguieron al Tratado, Enrique II murió a causa de una herida producida por un trozo de madera de una lanza. Francia fue golpeada durante los siguientes años por una guerra civil que ahondó en las diferencias entre católicos y protestantes dando a España ocasión de intervenir en favor de los católicos y que le impidió competir con España y la Casa de Habsburgo en los juegos de poder europeos. Liberados de la oposición francesa, España vio el apogeo de su poder y de su extensión territorial en el periodo entre 1559 y 1643.

La bancarrota de 1557 supuso la inauguración del consorcio de los bancos genoveses, lo que llevó al caos a los banqueros alemanes y acabó con la preponderancia de los Fúcares como financieros del Estado español. Los banqueros genoveses suministraron a los Habsburgo crédito fluido e ingresos regulares.

Exploraciones y rutas españolas en el océano Pacífico.

Mientras tanto la expansión ultramarina continuaba: Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín, y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150 hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.

En Asia, el 27 de abril de 1565, se estableció el primer asentamiento en Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi y se puso en marcha la ruta de los Galeones de Manila (Nao de la China). Manila se fundó en 1572.

Después del triunfo de España sobre Francia y el comienzo de las guerras de religión francesas, la ambición de Felipe II aumentó. En el Mediterráneo el Imperio otomano había puesto en entredicho la hegemonía española, perdiéndose Trípoli (1531) y Bugía (1554) mientras la piratería berberisca y otomana se recrudecía. En 1565, sin embargo, el auxilio español a los sitiados Caballeros de San Juan salvó Malta, infligiendo una severa derrota a los turcos.

La muerte de Solimán el Magnífico y su sucesión por parte del menos capacitado Selim II, envalentonó a Felipe II y este declaró la guerra al mismo sultán. En 1571, la Santa Liga, formada por Felipe II, Venecia y el papa Pío V, se enfrentó al Imperio otomano, con una flota conjunta mandada por don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I, que aniquiló la flota turca en la decisiva batalla de Lepanto.

La derrota acabó con la amenaza turca en el Mediterráneo e inició un periodo de decadencia para el Imperio otomano. Esta batalla aumentó el respeto hacia España y su soberanía fuera de sus fronteras y el rey asumió la carga de dirigir la Contrarreforma.

El Reino en dificultades (1571-1598)[editar]

La «furia española» del 4 de noviembre de 1576 en Amberes.

El tiempo de alegría en Madrid duró poco. En 1566, los calvinistas habían iniciado una serie de revueltas en los Países Bajos que provocaron que el rey enviase al duque de Alba a la zona. En 1568Guillermo I de Orange-Nassau encabezó un intento fallido de echar al duque de Alba del país. Estas batallas se consideran como el inicio de la guerra de los Ochenta Años, que concluyó con la independencia de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Felipe II, que había recibido de su padre la herencia de los territorios de la Casa de Borgoña (Países Bajos y Franco Condado), para que la poderosa Castilla defendiese de Francia el Imperio, se vio obligado a restaurar el orden y mantener su dominio sobre estos territorios. En 1572, un grupo de navíos neerlandeses rebeldes conocidos como los watergeuzen, tomaron varias ciudades costeras, proclamaron su apoyo a Guillermo I y rechazaron el gobierno español.

Para España la guerra se convirtió en un asunto sin fin. En 1574, los Tercios de Flandes, bajo el mando de Francisco de Valdés, fueron vencidos en el asedio de Leiden después de que los neerlandeses rompieran los diques, causando inundaciones masivas.

En 1576, abrumado por los costes del mantenimiento de un ejército de 80 000 hombres en los Países Bajos y de la inmensa flota que venció en Lepanto, unidos a la creciente amenaza de la piratería en el Atlántico y especialmente a los naufragios que reducían las llegadas de dinero de las posesiones americanas, Felipe II se vio obligado a declarar una suspensión de pagos (que fue interpretada como bancarrota).

El ejército se amotinó no mucho después, saqueando Amberes y el sur de los Países Bajos, haciendo que varias ciudades, que hasta entonces se habían mantenido leales, se unieran a la rebelión. Los españoles eligieron la vía de la negociación y consiguieron pacificar la mayor parte de las provincias del sur con la Unión de Arras en 1579.

Desembarco de los tercios españoles durante la batalla de la isla Terceira.

Este acuerdo requería que todas las tropas españolas abandonasen aquellas tierras, lo que fortaleció la posición de Felipe II cuando en 1580 murió sin descendientes directos el último miembro de la familia real de Portugal, el cardenal rey Enrique I de Portugal. El rey de España, hijo de Isabel de Portugal y por tanto nieto del rey Manuel I, hizo valer su reclamación al trono portugués, y en junio envió al duque de Alba y su ejército a Lisboa para asegurarse la sucesión. El otro pretendiente, don Antonio, se replegó a las Azores, donde la armada de Felipe terminó de derrotarle.

Ilustración de la batalla de San Juan de Ulúa durante la guerra comercial anglo-española (1568-1573).

La unificación temporal de la península ibérica puso en manos de Felipe II el Imperio portugués, es decir, la mayor parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las colonias comerciales en Asia y África. En 1582, cuando el rey devolvió la corte a Madrid desde Lisboa, donde estaba asentada temporalmente para pacificar su nuevo reino, se produjo la decisión de fortalecer el poderío naval español.

España estaba todavía renqueante de la bancarrota de 1576. En 1584, Guillermo I de Orange-Nassau fue asesinado por un católico francés. Se esperaba que la muerte del líder popular de la resistencia significara el fin de la guerra, pero no fue así.

En 1585, la reina Isabel I de Inglaterra envió apoyo a las causas protestantes en los Países Bajos y Francia, y sir Francis Drake lanzó ataques contra los puertos y barcos mercantes españoles en el Caribe y el Pacífico, además de un ataque especialmente agresivo contra el puerto de Cádiz. En 1588, confiando en acabar con los entrometimientos de Isabel I, Felipe II envió la «Armada Invencible» a atacar a Inglaterra. Al contrario de lo que comúnmente se cree, la Armada española no fue derrotada por los buques ingleses17​ sino por una serie de fuertes tormentas, problemas de coordinación entre los ejércitos implicados e importantes fallos logísticos en los aprovisionamientos que la flota había de hacer en los Países Bajos provocaron la derrota de la Armada española.

No obstante, la derrota del contraataque inglés contra España, dirigido por Drake y Norris en 1589, marcó un punto de inflexión en la guerra anglo-española a favor de España. A pesar del fracaso de la armada española, la flota española siguió siendo la más fuerte en los mares de Europa hasta el siglo XVIII, a pesar de que en 1639, fue derrotada por los neerlandeses en la batalla naval de las Dunas, cuando una visiblemente exhausta España empezaba a debilitarse. El tratado de Londres fue favorable a España y el desastre de la contra armada inglesa dejó en bancarrota al Reino de Inglaterra, que había reunido una flota de 200 naves y 20 000 hombres (aún mayor que la Gran Armada española de 1588) con la intención de sublevar Portugal y afianzar un estado hostil a España, cosa que no consiguió, y también con el deseo de amenazar a los territorios de ultramar de la monarquía hispánica.

España se involucró en las guerras de religión francesas tras la muerte de Enrique II de Francia. En 1589Enrique III de Francia, el último del linaje de los Valois, murió a las puertas de París. Su sucesor, Enrique IV de Francia y III de Navarra, el primer Borbón rey de Francia, fue un hombre muy habilidoso, consiguiendo victorias clave contra la Liga Católica en Arques (1589) y en Ivry (1590). Comprometidos con impedir que Enrique IV tomara posesión del trono francés, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e invadieron Francia en 1590. Implicada en múltiples frentes, la potencia hispana no pudo imponer su política en el país galo y finalmente se llegó a un acuerdo en la Paz de Vervins.

«Dios es español» (1598-1626)[editar]

Imperio español de Felipe II, III y IV (de 1556 a 1665) incluyendo los territorios cartografiados y reclamados, reclamaciones marítimas (mare clausum) y otros aspectos.

Pese a que actualmente sabemos que la economía española estaba minada y que su poderío se debilitaba, el Imperio seguía siendo con mucho el poder más fuerte. Tanto es así que podía librar enfrentamientos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos al mismo tiempo. Este poderío lo confirmaban el resto de pueblos europeos; así el hugonote francés Duplessis-Mornay, por ejemplo, escribió tras el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard:

La ambición de los españoles, que les ha hecho acumular tantas tierras y mares, les hace pensar que nada les es inaccesible.

Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas18​ indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo xvi d. C., ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; asimismo, de unas 600 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 300 años) solo dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra no por piratas ni corsarios.18​ Los ataques corsarios en todo caso, entre los cuales destacó Francis Drake causaron serios problemas de seguridad tanto para las flotas como para los puertos, lo que obligó al establecimiento de un sistema de convoyes así como al incremento exponencial en gastos defensivos destinados al entrenamiento de milicias y a la construcción de fortificaciones. Sin embargo, fueron las inclemencias meteorológicas las que bloquearon con mayor gravedad todo el comercio entre América y Europa. Más grave era la piratería mediterránea, perpetrada por berberiscos, que tenía un volumen diez o más veces superior a la atlántica y que arrasó toda la costa mediterránea así como a las Canarias, bloqueando a menudo las comunicaciones con este Archipiélago y con las posesiones en Italia.

Pese a todos los ingresos provenientes de América, España se vio forzada a declararse en bancarrota en 1596.

Victoria holandesa en la batalla de Nieuwpoort en 1600.
Naves holandesas embistiendo a galeras españolas frente a la costa inglesa, en octubre de 1602.

El sucesor de Felipe II, Felipe III, subió al trono en 1598. Era un hombre desinteresado por la política, prefiriendo dejar a otros tomar decisiones en vez de tomar el mando. Su valido fue el duque de Lerma, quien nunca tuvo interés por los asuntos de su país aliado, Austria.

Los españoles intentaron librarse de los numerosos conflictos en los que estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (católico desde 1593) como rey de Francia, y restableciendo muchas de las condiciones de la Paz de Cateau-Cambrésis. Con varias derrotas consecutivas y una guerra de guerrillas inacabable contra los católicos apoyados por España en Irlanda, Inglaterra aceptó negociar en 1604, tras la ascensión al trono del Estuardo Jacobo I.

La paz con Francia e Inglaterra implicó que España pudiera centrar su atención y energías para restituir su dominio en las provincias neerlandesas. Los neerlandeses, encabezados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo I, tuvieron éxito en la toma de algunas ciudades fronterizas en 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. A esto se sumaron las victorias ultramarinas neerlandesas que ocuparan las colonias portuguesas (y por tanto españolas) en Oriente, tomando Ceilán (1605), así como otras islas de las Especias (entre 1605 y 1619), estableciendo Batavia como centro de su imperio en Oriente.

Después de la paz con Inglaterra, Ambrosio Spínola, como nuevo general al mando de las fuerzas españolas, luchó tenazmente contra los neerlandeses. Spínola era un estratega de una capacidad similar a la de Mauricio, y únicamente la nueva bancarrota de 1607 evitó que conquistara los Países Bajos. Atormentados por unas finanzas ruinosas, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas. La Pax Hispanica era un hecho.

España tuvo una notable recuperación durante la tregua, ordenando su economía y esforzándose por recuperar su prestigio y estabilidad antes de participar en la última guerra en que actuaría como potencia principal. Estos avances se vieron ensombrecidos por la expulsión de los moriscos entre 1611 y 1614 que dañaron gravemente a la Corona de Aragón, privando al imperio de una importante fuente de riqueza. Aunque como contrapartida a la expulsión, se desterraba a un grupo que apoyaba el principal problema de piratería de España, la piratería berberisca, que asolaba las costas de levante, produciéndose rebeliones moriscas, y con el peligro de que el apoyo a la piratería otomana, pasara a ser apoyo de una invasión del Imperio Otomano de la península, razón esta última de la expulsión de los moriscos.

Actualmente, la opinión de los historiadores es casi unánime respecto al error de involucrarse en guerras europeas por la única razón de que los reinos heredados debían transmitirse íntegros. Sin embargo, esta postura también existía en aquellos años. Así un procurador en cortes escribió:

¿Por ventura serán Francia, Flandes e Inglaterra más buenos cuanto España más pobre? Que el remedio de los pecados de Nínive no fue aumentar el tributo en Palestina para irlos a conquistar, sino enviar la persona que los fuera a convertir.

En 1618 el rey reemplazó a Spínola por Baltasar de Zúñiga, veterano embajador en Viena. Este pensaba que la clave para frenar a una Francia que resurgía y eliminar a los neerlandeses era una estrecha alianza con los Habsburgo austriacos. Ese mismo año, comenzando con la Defenestración de Praga, Austria y el emperador Fernando II se embarcaron en una campaña contra Bohemia y la Unión Protestante. Zúñiga animó a Felipe III a que se uniera a los Habsburgo austriacos en la guerra, y Ambrosio Spínola fue enviado en cabeza de los Tercios de Flandes a intervenir. De esta manera, España entró en la guerra de los Treinta Años.

En 1621 el inofensivo y poco eficaz Felipe III murió y subió al trono su hijo Felipe IV. Al año siguiente, Zúñiga fue sustituido por Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de conde-duque de Olivares, un hombre honesto y capaz,[cita requerida] que creía que el centro de todas las desgracias de España eran las Provincias Unidas. Ese mismo año se reanudó la guerra con los Países Bajos. Los bohemios fueron derrotados en la batalla de la Montaña Blanca en 1621, y más tarde en Stadtlohn en 1623.

La rendición de Breda (1625) o Las Lanzas, de Velázquez.

Mientras, en los Países Bajos, Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención de Cristián IV de Dinamarca en la guerra inquietó a muchos —Cristian IV era uno de los pocos monarcas europeos que no tenía problemas económicos—, pero las victorias del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en la batalla del puente de Dessau y de nuevo en Lutter, ambas en 1626, eliminaron tal amenaza.

Había esperanza en Madrid acerca de que los Países Bajos pudiesen ser reincorporados al Imperio, y tras la derrota de los daneses, los protestantes en Alemania parecían estar acabados. Francia estaba otra vez envuelta en sus propias inestabilidades (el asedio de La Rochelle comenzó en 1627) y la superioridad de España parecía irrefutable. El conde-duque de Olivares afirmó «Dios es español y está de parte de la nación estos días», y muchos de los rivales de España parecían estar infelizmente de acuerdo.

El camino a Rocroi (1626-1643)[editar]

Olivares era un hombre avanzado para su tiempo y se dio cuenta de que España necesitaba una reforma que a su vez necesitaba de la paz. La destrucción de las Provincias Unidas se añadió a sus necesidades, ya que detrás de cualquier ataque a los Habsburgo había dinero neerlandés. Spinola y el ejército español se concentraron en los Países Bajos y la guerra pareció marchar a favor de España, retomándose Breda. En ultramar se combatió también a la flota neerlandesa, que amenazaba las posesiones españolas. Así, la presencia neerlandesa en Taiwán y su amenaza sobre las Filipinas llevó a la ocupación del norte de la isla, fundándose la ciudad de Santísima Trinidad (actual Keelung) en el año 1626 y Castillo (actual Tamsui) en 1629.

El año 1627 acarreó el derrumbamiento de la economía hispana. Los españoles habían devaluado su moneda para pagar la guerra y la inflación explotó en España como antes lo había hecho en Austria. Hasta 1631, en algunas partes de Castilla se comerció con el trueque, debido a la crisis monetaria, y el gobierno fue incapaz de recaudar impuestos del campesinado de las colonias. Los ejércitos españoles en Alemania optaron por pagarse a sí mismos. Olivares fue culpado por una vergonzosa e infructuosa guerra en Italia. Los neerlandeses habían convertido su flota en una prioridad durante la Tregua de los Doce Años y amenazaron el comercio marítimo español, del cual España era totalmente dependiente tras la crisis económica; en 1628 los neerlandeses acorralaron a la Flota de Indias provocando el Desastre de Matanzas, el cargamento de metales preciosos que era fundamental para el sostenimiento del esfuerzo bélico del Imperio fue capturado y la flota que lo transportaba totalmente destruida, con parte de las riquezas obtenidas los neerlandeses iniciaron una exitosa invasión de Brasil.

La guerra de los Treinta Años también se agravó cuando, en 1630, Gustavo II Adolfo de Suecia desembarcó en Alemania para socorrer el puerto de Stralsund, último baluarte continental de los alemanes beligerantes contra el emperador. Gustavo II Adolfo marchó hacia el sur y obtuvo notables victorias en Breitenfeld y Lützen, atrayendo numerosos apoyos para los protestantes allá donde iba.

La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo II Adolfo precisamente en Lützen en 1632 y la victoria en la batalla de Nördlingen en 1634. Desde una posición de fuerza, el emperador intentó pactar la paz con los estados hastiados de la guerra en 1635. Muchos aceptaron, incluidos los dos más poderosos: Brandeburgo y Sajonia. Francia se perfiló entonces como el mayor problema. Paralelamente, la guerra de Sucesión de Mantua, en Italia, dio una nueva victoria a España, consolidando su presencia en Italia.

El cardenal Richelieu había sido un gran aliado de los neerlandeses y los protestantes desde el comienzo de la guerra, enviando fondos y equipamiento para intentar fragmentar la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que la Paz de Praga, recientemente firmada, era contraria a los intereses de Francia y declaró la guerra al Sacro Imperio Romano Germánico y a España dentro del periodo establecido de paz. Las fuerzas españolas, más experimentadas, obtuvieron éxitos iniciales: Olivares ordenó una campaña relámpago en el norte de Francia desde los Países Bajos españoles, confiando en acabar con el propósito del rey Luis XIII y derrocar a Richelieu.

En 1636, las fuerzas españolas avanzaron hacia el sur hasta llegar a Corbie, amenazando París y quedando muy cerca de terminar la guerra a su favor. Después de 1636, Olivares tuvo miedo de provocar otra bancarrota y el ejército español no avanzó más. En la derrota naval de las Dunas en 1639, la flota española fue aniquilada por la armada neerlandesa, y los españoles se encontraron incapaces de abastecer a sus tropas en los Países Bajos.

En 1643 el ejército de Flandes, que constituía lo mejor de la infantería española, se enfrentó a un contraataque francés en Rocroi liderado por Luis II de Borbónpríncipe de Condé. Aunque fuentes francesas decimonónicas y sobre todo las fuentes originales, siempre informaron de que los españoles, liderados por Francisco de Melo, no fueron ni mucho menos arrasados, la propaganda gala logró un notable éxito exagerando aquella victoria.19​ La infantería española fue seriamente dañada pero no destruida, mil muertos y dos mil heridos de un total de seis mil soldados de los tercios, los tercios resistieron hasta seis ataques conjuntos de la infantería, artillería y caballería francesas sin perder la integridad. Agotados ambos bandos, se acabó negociando la rendición y el asedio fue levantado. La batalla tuvo pocas repercusiones a corto plazo, pero un impacto tremendo a nivel propagandístico.

La gran habilidad del cardenal Mazarino para manejar esa victoria logró dañar la reputación de los Tercios de Flandes, creando una falsa propaganda que aún permanece; el de una victoria en la que, para saber el número de enemigos al que se enfrentaron, los franceses solo tenían que «contar los muertos». Tradicionalmente, los historiadores señalan la batalla de Rocroi como el fin del dominio español en Europa y el cambio del transcurso de la guerra de los Treinta Años favorable a Francia.

Sublevaciones internas (1640-1665)[editar]

Juan de Braganza fue proclamado rey de Portugal en 1640.

Durante el reinado de Felipe IV y concretamente a partir de 1640 hubo múltiples secesiones y sublevaciones de los distintos territorios que se encontraban bajo su cetro. Entre ellas, la guerra de Separación de Portugal, la rebelión de Cataluña (ambos conflictos iniciados en 1640), la conspiración de Andalucía (1641) y los distintos incidentes acaecidos en Navarra, Nápoles y Sicilia a finales de la década de 1640. A estos hechos se sumaban los distintos frentes extrapeninsulares: la guerra de los Países Bajos (reanudada en 1621 tras expirar la Tregua de los Doce Años) y la guerra de los Treinta Años. A su vez, el enfrentamiento con Francia en esta última (desde 1635) quedó conectado con el problema catalán.

Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan de Braganza, pretendiente al trono. Este había recibido un apoyo general del pueblo portugués, y los españoles que tenían múltiples frentes abiertos fueron incapaces de responder. Españoles y portugueses mantuvieron un estado de paz de facto entre 1641 y 1657. Cuando Juan IV murió, los españoles intentaron luchar por Portugal contra su hijo Alfonso VI de Portugal, pero fueron derrotados en la batalla de Ameixial (1663), en la batalla de Castelo Rodrigo (1664) y en la batalla de Montes Claros (1665), lo que llevó a España a reconocer la independencia portuguesa en 1668.

En 1648 los españoles firmaron la paz con los neerlandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia, que acabó al mismo tiempo con la guerra de los Ochenta Años y la guerra de los Treinta Años. A esto le siguió la expulsión de Taiwán y la pérdida de TobagoCurazao y otras islas en el mar Caribe.

La guerra con Francia continuó once años más, ya que Francia quería acabar totalmente con España y no darle la oportunidad de que se recuperara. La economía española estaba tan debilitada que el Imperio era incapaz de hacerle frente. La sublevación de Nápoles fue sofocada en 1648 y la de Cataluña en 1652 y además se obtuvo una victoria contra los franceses en la batalla de Valenciennes (1656, última de las victorias españolas), pero el fin efectivo de la guerra vino en la batalla de las Dunas (o de Dunquerque) en 1658, en la que el ejército francés bajo el mando del vizconde de Turenne y con la ayuda de un importante ejército inglés, derrotó a los restos de los Tercios de Flandes. España aceptó firmar la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos como Artois. Además se pactó el matrimonio de una infanta española con Luis XIV.

En los últimos años del reinado de Felipe IV, concluidos los grandes conflictos, Felipe IV pudo concentrarse en el frente portugués. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Meses antes de su muerte (ocurrida en Madrid, el 17 de septiembre de 1665), la derrota en la batalla de Villaviciosa (17 de junio) permitía vaticinar la pérdida de Portugal. La situación en España no era más halagüeña, y la crisis humana, material y social afectaba profundamente a las regiones del interior.

España tenía un inmenso imperio en ultramar (ahora reducido por la separación de Portugal y su imperio así como por ataques franceses e ingleses), pero Francia era ahora la primera potencia en Europa.

El Imperio con el último Habsburgo (1665-1700)[editar]

Carlos II de España, último rey español de la dinastía Habsburgo. Cuadro de Juan Carreño de Miranda.

A la muerte de Felipe IV, su hijo Carlos II tenía solo cuatro años, por lo que su madre Mariana de Austria gobernó como regente. Esta acabó por entregarle las tareas de gobierno a un valido, el padre Nithard, un jesuita austriaco. El reinado de Carlos II puede dividirse en dos partes. La primera abarcaría de 1665 a 1679 y estaría caracterizada por el letargo económico y las luchas de poder entre los validos del rey, el padre Nithard y Fernando de Valenzuela, con el hijo ilegítimo de Felipe IV, don Juan José de Austria. Este último dio un golpe de Estado en 1677 que obligó al monarca a expulsar a Nithard y a Valenzuela del gobierno.

La imagen que se ha tenido siempre de Carlos II y su reinado es la de una decadencia y estancamiento totales en España; mientras el resto de Europa se embarcaba en tremendos cambios en los gobiernos y las sociedades —la Revolución de 1688 en Inglaterra y el reinado del Rey Sol en Francia—, España continuaba a la deriva. La burocracia que se había constituido alrededor de Carlos I y Felipe II demandaba un monarca fuerte y trabajador; la debilidad y dejadez de Felipe III y Felipe IV contribuyeron a la decadencia española. Carlos II tenía pocas capacidades, era impotente y murió sin un heredero en 1700. Sin embargo, la historiografía moderna tiende a ser más condescendiente con Carlos II y sus limitaciones, haciendo ver que el rey, pese a estar en el límite de la normalidad mental, era consciente de la responsabilidad que tenía, la situación de codicia que vivía su imperio y la idea de majestad que siempre trató de mantener. Esto lo demostró en su testamento que, según la canción popular, fue su mejor obra; en él declaraba:

Declaro mi sucesor (en el caso de que Dios se me lleve sin dejar hijos) el de Anjou, hijo segundo del Delfín de Francia; y, como a tal, lo llamó a la sucesión de todos mi reinos y dominios sin excepción de ninguna parte de ellos.

La segunda parte de su reinado comenzaría en 1680 con la toma de poder del duque de Medinaceli como valido, quien retoma las medidas tomadas por don Juan José de Austria para llevar a cabo el proyecto económico del rey para estabilizar la economía. El valido consiguió una de las mayores deflaciones de la historia, si no la mayor, lo que perjudicó las arcas de la monarquía, pero supuso un incremento considerable del poder adquisitivo de los ciudadanos.20

En 1685, ocupa el cargo Manuel Joaquín Álvarez de Toledoconde de Oropesa, al dimitir el de Medinaceli. Álvarez de Toledo propuso un presupuesto fijo para los gastos de la Corte como medio para evitar nuevas bancarrotas, reducir impuestos, condonar deudas a varios municipios, reformar el catastro y colocar en los puestos clave a expertos en lugar de a nobles.20

A lo largo de todo su reinado terminaron las guerras contra Francia, especialmente tras el Tratado de Ryswick por el que se produce la partición de la isla de La Española entre Francia y España. Tras él el proyecto de Carlos II para sus reinos se consiguió: mantuvo bajo su poder los dominios de América y Europa, además de posibilitar una recuperación económica de la que disfrutaría después su sucesor.

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