sábado, 30 de julio de 2022

HISTORIA DE ESPAÑA

 ÉPOCA MEDIEVAL

Historia medieval de España

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Relieves procedentes de la basílica de San Vicente Mártir (hispanovisigoda, siglo VI) que se convirtió en la Mezquita de Córdoba (hispanoárabe, siglos VIII al X) en medio de la cual se levantó posteriormente la Catedral de Córdoba (desde el siglo XIII).
Un cristiano y un musulmán juegan al ajedrez en una tienda. Ilustración del Libro de los juegos, segunda mitad del siglo XIII.
Interior de la iglesia de San Miguel de Escalada, de estilo denominado de repoblación o mozárabe. Manifiesta una herencia visigoda que también compartía el arte califal (el arco de herradura).
San Juan de Duero, las ruinas del claustro de un monasterio cristiano español medieval, cuyas formas presentan claras influencias de la arquitectura hispanoárabe (entrecruzamiento de arcos apuntados de herradura).
Artesonado mudéjar de la Catedral de Teruel, otra muestra de la convivencia cultural entre comunidades definidas de forma étnico-religiosa.
Lonja de la Seda o de los Mercaderes de Valencia, manifestación de la pujanza económica y social de la burguesía mercantil bajomedieval.
El lema tanto monta (<TÃTO MÕTA> en la imagen) de los Reyes Católicos se impone sobre la decoración árabe de la Alhambra de Granada.

Historia medieval de España es la denominación historiográfica de un periodo de más de mil años, entre los siglos V y XV, en el marco territorial completo de la península ibérica, cuya identificación con la España actual ha sido objeto de debate esencialista acerca de qué sea España.1

Como hitos inicial y final suelen considerarse las invasiones germánicas de 4092​ y la conquista de Granada de 1492.3

El reino visigodo, a partir de la batalla de Vouillé (507), abandonó su presencia en Galia y se centró en las antiguas provincias romanas de Hispania. Fracasado el intento de construir una sociedad dual, en la que la minoría visigoda se mantuviera rígidamente separada de la mayoría hispanorromana, a partir del III Concilio de Toledo (589) se fomentó la construcción de una sociedad y cultura comunes, con un gran peso de las instituciones eclesiásticas, bien adaptadas a las estructuras pre-feudales que se venían imponiendo paulatinamente desde la época tardorromana. Las debilidades internas no desaparecieron, permitiendo el rápido éxito de la invasión árabe de 711, que inauguró una prolongada presencia musulmana en España, redenominada como al-Ándalus. En el periodo del Califato de Córdoba (929-1031) alcanzó su cumbre, convirtiéndose en una potencia económica y militar e iniciando una verdadera "edad de oro" cultural que se prolongó mucho más allá de su desaparición como entidad política.

El surgimiento, consolidación y crecimiento de los reinos hispanocristianos convirtieron ese periodo de ocho siglos, desde su punto de vista, en una "Reconquista" y "Repoblación" de todo el espacio peninsular, al que ya se denominaba "España" en las nacientes lenguas romances.4​ Se construyó una sociedad segregada en comunidades definidas de forma étnico-religiosa (cristianos, moros y judíos, en expresión de Américo Castro);5​ y fuertemente militarizada (como el paisaje, que se llenó de castillos); para la que el uso del término "feudalismo" es objeto de debate historiográfico.6​ En lo que sí hay un consenso generalizado es en destacar el hecho de que, para la configuración de su personalidad histórica, fue decisiva la condición fronteriza cambiante que todas las zonas vivieron en una u otra ocasión.7​ No obstante, las relaciones no fueron siempre violentas: oscilaron entre el enfrentamiento y la tolerancia, permitiendo activos intercambios demográficos, económicos y culturales. Muy frecuentemente, huestes cristianas fueron empleadas por musulmanes, y viceversa. Sólo en algunas ocasiones decisivas se produjeron enfrentamientos entre extensas coaliciones que respondían nítidamente a la división religiosa.

Hasta el siglo XI el predominio fue claramente musulmán. En la Plena Edad Media (el periodo de las cruzadas), entre la conquista de Toledo (1085) y la batalla de las Navas de Tolosa (1212) la situación pasó por distintos puntos de equilibrio, pues los espectaculares avances cristianos conseguidos ante la división andalusí en taifas fueron frenados e incluso revertidos en los momentos en que los imperios norteafricanos almorávide y almohade impusieron su unificación bajo un rigorismo religioso. Las décadas centrales del siglo XIII presenciaron decisivas conquistas cristianas, que dejaron el territorio musulmán reducido al emirato nazarí de Granada, mientras que la estructura territorial peninsular conformaba la denominada "España de los cinco reinos" (el de Granada, el de Portugalel de Navarra y las Coronas de Castilla y de Aragón).8​ En los siguientes dos siglos el proceso reconquistador prácticamente se detuvo, en un contexto de crisis general que incluyó transformaciones estructurales de envergadura (el inicio de la transición del feudalismo al capitalismo), graves conflictos sociales y continuas guerras civiles; mientras surgían las instituciones españolas del Antiguo Régimen, de gran proyección posterior.

La unión de los Reyes Católicos y su compleja política matrimonial permitió, en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, la construcción de una Monarquía Hispánica cuya naturaleza y niveles de integración son, en sí mismas, otro problema historiográfico. Simultáneamente se desarrollaba la Era de los Descubrimientos, cuyo primer beneficiario fue Portugal, que para esa época podía ser vista como la primera monarquía autoritaria de Europa occidental en constituir un Estado moderno (o nación-Estado), condición que se disputa con la propia España (de cuyo destino común no se separó hasta 1640) y los reinos de Inglaterra y Francia.





















Antigüedad Tardía[editar]

El final de la Hispania romana[editar]

Desde la crisis del siglo III se manifestaron en la Hispania romana los elementos que condujeron a la descomposición del Imperio: incremento de la conflictividad social (rebeliones campesinas que derivan en bandolerismo –bagaudas–, interpretadas como un síntoma del inicio de la secular transición del esclavismo al feudalismo), decadencia de la vida urbana (que se corresponde con la mayor presencia arqueológica de villae rurales –ruralización–), primeras invasiones germánicas, como la de los francos en el año 257-258 a lo largo de la mitad este de la Península,10​ narrada por los historiadores Aurelio VíctorEutropioOrosio y San Jerónimo entre otros,11​ en la que fue particularmente saqueada Tarragona.12​ Esto dio lugar además a un efímero Imperio galo que incluía además de Hispania (conquistada en el 261) a la Britania y la Galia y duró hasta el año 274 (batalla de Châlons-sur-Marne), cuando recuperó estas provincias para Roma el emperador Aureliano, aunque Hispania ya había vuelto a Roma en el 269. Aún hubo en el año 270 otra invasión de Hispania por parte de francos y alamanes, pero esta vez por Roncesvalles, siguiendo la calzada romana que llevaba desde Burdeos a Astorga y, por otro lado, la ruta de la Plata, saqueando PamplonaAstorgaMérida y Lisboa y las villas romanas que encontraron a su paso.13​ Las reformas de Diocleciano supusieron un reforzamiento de la autoridad imperial, y concretamente en Hispania una profunda transformación y revitalización de las instituciones romanas, pero en un sentido que intensificaba los procesos que a largo plazo transformaron la civilización romana en la medieval. La cristianización fue muy temprana en determinadas zonas de Hispania, y se generalizó desde el siglo IV (véase historia del cristianismo en España).

A comienzos del siglo V Roma fue incapaz de contener la invasión de los suevosvándalos y alanos, que cruzaron el Rin (31 de diciembre de 406) y devastaron las Galias. Máximo (uno de los líderes militares que reclamaba la dignidad imperial, y era considerado usurpador por sus adversarios –tyranicus exactor lo llama el obispo Hidacio–) pactó la incorporación de estos pueblos a su ejército como auxiliares (mediante un tratado o foedus), y los hizo cruzar los Pirineos. La imposibilidad de darles ninguna paga implicaba consentir sus actividades de pillaje sobre el terreno, aunque la distribución espacial se debió organizar mediante un sistema prefijado: la hospitalitas, que preveía la concesión de sortus o lotes de tierras que se obligaba a ceder a los propietarios locales (este hecho, descrito por Hidacio como un reparto "a suertes", en el contexto providencialista de su Chronicon puede entenderse como una referencia evangélica al sorteo de la túnica de Cristo).

Los bárbaros se desparraman furiosos por las Españas, y el azote de la peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas.

Asoladas las provincias de España por el referido encruelecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas: los vándalos y los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad occidental del mar Océano; los alanos, la Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos, La Bética. Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y castillos se someten a la dominación de los bárbaros que se enseñoreaban de las provincias.14

Los visigodos (un pueblo germánico más romanizado que los anteriores, tras siglos de presencia dentro del Imperio), se instalaron por su propia iniciativa en la Tarraconense. Durante un breve periodo, Narbona y Barcelona fueron sede de la corte de Ataúlfo, en la que la reina era la romana Gala Placidia (tomada durante el saqueo de Roma como parte del botín). Después de que una tempestad aniquilara la flota con que intentaba cruzar el estrecho de Gibraltar para asentarse en África, el rey Walia decidió acordar con el emperador Honorio un foedus (418) que le encargaba intentar restaurar la autoridad imperial en Hispania (además de devolver a Gala Placidia). Únicamente los suevos consiguieron resistir las ofensivas visigodas, asentándose en la zona noroccidental de la península donde formaron el reino suevo de Braga; mientras que los vándalos consiguieron cruzar el estrecho de Gibraltar, continuando su trayectoria por el norte de África. El resultado no fue la restauración de la autoridad imperial romana, sino la creación de una entidad política completamente independiente de Roma: el reino visigodo de Tolosa. La desaparición final del Imperio de Occidente (476) no tuvo ninguna consecuencia ya para las antiguas provincias.

Alta Edad Media[editar]

Nobles y clérigos acudiendo a un Concilio de Toledo, ilustración del Codex Vigilanus (976).
Corona votiva de Recesvinto, del Tesoro de Guarrazar.
Braulio de Zaragoza e Isidoro de Sevilla, en un manuscrito del siglo X.

Hispania visigoda[editar]

Tras la derrota ante los francos en la batalla de Vouillé (507), los visigodos se vieron forzados a replegarse hacia el sur, asentándose principalmente en torno a Toledo y zonas de la Meseta (Campus Gothorum).15​ Esa estrategia era compatible con su mantenimiento como élite dominante rígidamente separada (se mantenían en su versión arriana del cristianismo y no se consentían los matrimonios con la población local), pero obligaba a dejar amplias zonas poco controladas: no sólo el reino suevo de Braga (que se mantenía independiente), sino también la cordillera Cantábrica (poblada por comunidades locales poco romanizadas –ástures, cántabros, váscones–), la Bética y la Lusitania (dominadas por la aristocracia hispanorromana local, que protagonizó frecuentes sublevaciones –SevillaCórdobaMérida–). La franja costera entre Alicante y la bahía de Cádiz, junto con las Baleares y el norte de África, fue objeto de la denominada Recuperatio Imperii de Justiniano, que organizó la Provincia de Spania, con capital en Carthago Spartaria (Cartagena), controlando las rutas del comercio a larga distancia. De lo agitado de la vida política del periodo es muestra que a mediados del siglo VI dos reyes sucesivos tuvieran una muerte violenta y muy breves reinados (Teudiselo y Agila I).

Atanagildo fijó la capital en Toledo (año 567, a partir del cual se suele denominar al Estado visigodo como reino visigodo de Toledo). En el periodo de Leovigildo (573-586) se produjo un notable fortalecimiento de la monarquía, con reformas monetarias y una serie de campañas militares que vencieron a suevos y bizantinos. La rebelión de su hijo Hermenegildo, que se había convertido al catolicismo y obtuvo el apoyo de los hispanorromanos de la Bética, fue sofocada en el 584, tras la que se produjo su ejecución. En el reinado siguiente, el de Recaredo, hijo de Leovigildo y hermano de Hermenegildo, se produjo la conversión del rey, la reina Baddo y la mayor parte de la élite visigoda (587); solemnizando la nueva confesionalidad del Estado con la convocatoria del III Concilio de Toledo (589), que condenó oficialmente el arrianismo. Los siguientes reinados fueron de nuevo breves y con violentos finales. Suintila consiguió expulsar a los bizantinos en el 620.

Recesvinto emprendió una labor legislativa (Liber Iudiciorum de 654, basado en el Codex revisus de Leovigildo, que a su vez se basaba en el Codex Euricianus o Código de Eurico, 480) que continuó Wamba y tendrá una especial trascendencia posterior.

Culturalmente se produjo un verdadero "renacimiento visigodo"16​ con figuras de la influencia de Ildefonso de ToledoBraulio de Zaragoza o Isidoro de Sevilla (Etimologías, 627-630) y sus hermanos LeandroFulgencio y Florentina (los cuatro santos de Cartagena), de gran repercusión en el resto de Europa (a través del posterior renacimiento carolingio) y en los futuros reinos cristianos de la Reconquista. La vida monástica se expandió, con características propias (monasterio hispanoSan Fructuoso de Braga y la Tebaida berciana), y se desarrolló una liturgia hispánica que se mantuvo diferenciada de la romana. La conversión de los suevos al catolicismo se produjo antes incluso que la de los visigodos, en un contexto religioso muy polifacético (presencia de arrianismo, priscilianismo y paganismo), con figuras como San Martín de Dumio, "el apóstol de los suevos", y los Concilios de Braga.

El arte visigodo, especialmente su arquitectura y su orfebrería,17​ destacó entre las rudas manifestaciones artísticas de la época en Occidente.

RodrigoWitizaÉgicaErvigioWambaRecesvintoChindasvintoTulgaChintilaSisenandoSuintilaRecaredo IISisebutoGundemaroWitericoLiuva IIRecaredo ILeovigildoLiuva IAtanagildoAgila ITeudiseloTeudisAmalaricoGesaleicoAlarico IIEuricoTeodoricoTurismundoTeodoredoWaliaSigericoAtaúlfo

La lista de los reyes godos, tópico de la historia de la educación en España, se proponía como proeza mnemotécnica a los escolares.

"Al - Andaluz no pertenece ni a una España indefectiblemente romana y cristiana ni a una civilización islámica uniforme, centralizada y homogénea. Su especificidad proviene sin duda de la fusión entre múltiples elementos, de los cuales muchos existían allí antes del 711 y otros muchos tenían orígenes tan diversos como Persia, Arabia, África del norte y las antiguas posesiones bizantinas del Oriente Medio".18

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Emirato de GranadaTerceros reinos de taifasAlmohadesSegundos reinos de taifasAlmorávidesPrimeros reinos de taifasCalifato de CórdobaEmirato de Córdoba

Conquista musulmana de España
Noria elevadora de agua en el molino de la Albolafia (Córdoba), de origen romano y modificado en época califal. También fue la fábrica de papel más importante de Europa en la Edad Media. La cultura del agua fue fundamental en la España musulmana.20

Al-Ándalus omeya[editar]

Conquista musulmana[editar]

Gran Mezquita de Kairuán, en Ifriqiya (antigua Cartago, actual Túnez), el centro político del Occidente musulmán (Maghreb) en la primera mitad del siglo viii y modelo para la Mezquita de Córdoba.

A partir del año 702, con el ascenso al trono de Witiza, y en medio de una gran hambruna, se produjeron enfrentamientos de sus partidarios con los del antiguo rey Ervigio, encabezados ahora por Rodrigo. En 710, a la muerte de Witiza, los nobles partidarios de Rodrigo le proclamaron rey, mientras que los partidarios de Witiza proclamaron rey a uno de sus hijos, Agila II. Los sucesos de 711 aparecen en las crónicas y la épica posterior21​ con todo tipo de matices legendarios, y una narración muy gráfica (frente a la que se han construido todo tipo de interpretaciones historiográficas divergentes –destacando, por su planteamiento provocativo, la de Ignacio Olagüe, que niega la condición "invasora" de la islamización de España–22​):

Mientras Rodrigo acudía a Pamplona para sofocar una rebelión, se produjo el paso del Estrecho de las tropas del bereber musulmán Táriq, con la connivencia de Julián, conde de Ceuta (presuntamente ofendido por Rodrigo, que habría tenido relaciones en Toledo con su hija, la Cava). Las fuerzas que consiguió reunir Rodrigo para la batalla de Guadalete (o de la laguna de la Janda) fueron traicionadas por los hijos de Witiza y el obispo Oppas, que les facilitaron su penetración al interior, en un avance imparable.23​ En 712, se le sumó una expedición posterior, dirigida por el gobernador árabe Musa ibn Nusair, interesado en controlar a su subordinado (así como el botín que se estaba reuniendo24​ y cuya forma de repartir fue objeto de discusiones –que terminaron llevando a ambos caudillos a consultas con el Califa en Damasco, donde Musa fue juzgado y posteriormente asesinado–). El contingente militar reunido quizá ascendiera a unos 18 000 hombres, entre bereberes y árabes. Abd al-Aziz ibn Musa, el hijo de Musa, y los siguientes walíes ("gobernadores") consiguieron controlar la práctica totalidad del territorio peninsular hacia el 714 o 716. Incluso sobrepasaron los Pirineos, terminando con el núcleo visigodo de Narbona (rey Ardón –sucesor de Agila II–) en 720 y enfrentándose al reino franco, que les detuvo en la batalla de Poitiers (732).

La organización del territorio conquistado se fue efectuando mediante pactos de capitulación (ama) que permitieron la rápida conquista y la integración de comunidades completas de forma prácticamente inalterada a la nueva estructura sociopolítica. Otros grupos establecían pactos de clientela (wala), convirtiéndose al islam y manteniendo ciertas obligaciones. Se otorgaron distintos grados de autonomía local a los nobles y de pago de tributos a cada población, según el grado de afinidad que mostraran. No hubo ninguna voluntad inicial de imponer la religión islámica, aunque las conversiones fueron produciéndose, dando origen a una población musulmana de origen hispanorromano-visigodo: los muladíes (como el conde Casio, que dio origen a la poderosa familia de los Banu Qasi, que controlaban el valle del Ebro y mantuvieron relaciones fluidas con los cristianos no sometidos del norte –con los que mantenían relaciones de parentesco–, llegando incluso a aliarse contra el poder central de Córdoba). Los que permanecieron cristianos, pero aceptaron someterse a las nuevas autoridades musulmanas, son llamados mozárabes (como Teodomiro, al que se permitió mantener un extenso territorio en el sureste –el llamado reino de Tudmir–).

En puntos estratégicos las autoridades musulmanas mantuvieron algunas guarniciones militares (cuya principal finalidad era asegurar el cobro de las rentas). Han pervivido en la toponimia con la raíz qalat. En el valle del Duero se intentó la instalación de contingentes bereberes; volviendo a poblar (con población autóctona) asentamientos hacía tiempo abandonados, incluso de época prerromana. Tales enclaves se fortificaron con castillos, orientados más a mantener una cierta independencia frente Córdoba que a defenderse de los cristianos del norte.

La recaudación tributaria y el reparto del botín se realizaba dividiendo los bienes en dos categorías: bienes muebles (amwal) y los bienes raíces (aradi –especialmente las tierras–), con un régimen fiscal distinto para cada caso. A partir del 730 se endureció el régimen fiscal, en una coyuntura crítica de malas cosechas, que coincidió con un levantamiento de los bereberes (iniciado en el norte de África y convertido en el 740 en una gran revuelta que afectó a toda la península hispánica). La minoría árabe dirigente buscó el apoyo del centro político del occidente islámico (Maghreb), que por entonces estaba en Ifriqiya (Kairuán, antigua Cartago, actual Túnez), llegando incluso un contingente militar sirio. La revuelta fue sofocada, pero trajo como consecuencia el abandono de los bereberes de puntos estratégicos de la península, como el valle del Duero, pasando a concentrarse en torno a Mérida.

El abandono bereber del valle del Duero, sumado a las expediciones de castigo asturianas (Alfonso I), que estimularon a la población local para replegarse a la cordillera Cantábrica, motivaron a Claudio Sánchez Albornoz a acuñar el discutido concepto historiográfico de "desierto del Duero".

La necesidad de incrementar la presión fiscal para satisfacer las necesidades de una creciente élite dirigente musulmana sobre una población decreciente de dimmíes (no-musulmanes) llevó al incumplimiento de los pactos de capitulación.

Emirato Omeya independiente[editar]

División administrativa en koras al final del emirato.
El músico y poeta Ziryab, llamado a al-Ándalus por Alhakén I, convirtió la corte cordobesa en un foco de refinamiento cultural.
Ruinas de la iglesia rupestre de Bobastro.

Un acontecimiento ocurrido en el centro del mundo islámico tuvo trascendentales consecuencias: en el 750 los Abbasíes derrocaron a los Omeyas, asesinando a toda la familia con excepción de Abderramán I, que consigue escapar, cruzando todo el norte de África y refugiándose en al-Ándalus, donde tomó el título de emir de Córdoba (756) y gobernó independientemente de los nuevos califas, que cambiaron la capital musulmana de Damasco a Bagdad.

Abderramán, su hijo Hisam I y sus sucesores intensificaron la islamización y arabización de al-Ándalus, haciendo venir a alfaquíes del norte de África. Se creó un grupo de presión religiosa, que se hizo sentir contra los mozárabes y los núcleos cristianos del norte (independientes de hecho, pero teóricamente subordinados a la autoridad de Córdoba). Al Hakam I pretendió hacer cumplir en todo su rigor las antiguas condiciones de capitulación de los visigodos, y presionaba tanto a los denominados dhimmies (cristianos y judíos) como a las koras fronterizas del norte, que se gobernaban de forma muy autónoma (marca superior –Zaragoza, dominada por los muladíes–, marca inferior –Mérida, dominada por los bereberes– y marca media –Toledo, de gran presencia mozárabe–). Una episodio de fortísima represión se produjo en la jornada del foso de Toledo (797). En la propia Córdoba se produjo la revuelta del Arrabal (818), sofocada con dureza.25

Abderramán II multiplicó los gastos suntuarios. El emirato comenzó una crisis visible en el incremento de las revueltas internas (revuelta de Toledo –Sindola, 853–,26​ revueltas en Tudela de Muza ibn Muza –un Banu Qasi, que se apoya en sus parientes cristianos de Pamplona, los Arista–, 842-850,27​). Entre el 850 y el 859 se produjo la crisis de los mozárabes cordobeses seguidores de San Eulogio que se enfrentaban voluntariamente al martirio provocando a las autoridades musulmanas. Los pactos de capitulación, que se habían mantenido en mayor o menor medida desde el siglo VIII, dejaron de tener vigencia. La primera incursión vikinga se dio en el 844. Tras ser rechazados en la costa cantábrica (por Ramiro I de Asturias), bordearon la fachada atlántica, saquearon Lisboa y remontaron el Guadalquivir hasta Sevilla. Abderramán II se vio obligado a desviar las tropas de la marca superior para vencerlos. En época de Muhámmad I otra incursión normanda saqueó Galicia, Lisboa y Algeciras, y remontando el curso del Ebro llegó a hacer prisionero al rey de Pamplona. A raíz de este episodio, el reino de Pamplona pasó a buscar apoyos cristianos frente a su anterior apoyo en los muladíes de Tudela.

Numerosas revueltas buscaron incluso el apoyo de los cristianos del norte, incrementando la debilidad del poder central y la situación de inseguridad, que hizo surgir poderes locales autónomos. Particular importancia tuvo la rebelión de Omar ibn Hafsún, muladí que renegó del Islam y se convirtió al cristianismo, consiguiendo el control de un amplio territorio en torno a Bobastro desde el año 880, que su hijo mantuvo hasta el 928.

Tanto estos poderes autónomos como los gobernadores fieles al emir recurrieron a la fortificación. Se constata la existencia de torres defensivas en la costa y de ribats (regiones controladas mediante fortificaciones a cargo de grupos religioso-militares dedicados a la guerra santa –Yihad–, predecesores de las órdenes militares cristianas) que resguardaban los accesos a zonas costeras y valles de los ríos. En los distritos fortificados se dio una progresiva feudalización. Aunque se mantenía la dependencia teórica con Córdoba, los que ocupaban cargos locales de poder lo hacían en forma patrimonializada, como un tasgil ("señorío")28​ que el emir sólo podía ratificar. La iqtá suponía una base patrimonial de tierras y rentas.29

Asbag ben Isa el Xarac me contó lo siguiente:

Un día iba yo en compañía del juez Áhmed ben Baquí a tiempo en que casi nos tropezamos con un borracho que iba delante de nosotros. El juez tiró de las riendas de su caballería y refrenó su marcha, esperando que el borracho advirtiera o notara que el juez estaba cerca y se largase apresuradamente; pero cuanto más lentamente iba el juez, el borracho se paraba más. Hasta que el juez no tuvo mas remedio que acercarse y darse por entendido. Yo pude notar, viéndole perplejo ante ese espectáculo y sabiendo que era hombre de muy blando corazón, la repugnancia que sentía en imponer a nadie la pena de azotes, y dije entre mí:

— ¡Ah caramba! A ver cómo te las compones para salir de este apuro, ¡oh Abenbaquí!

Y al acercarnos al borracho, me veo, con gran estupefacción mía, que se vuelve hacia mí y me dice:

— Mira, mira ese desdichado transeúnte, me parece que ha perdido el seso.

— Sí — contestéle — es una gran desgracia.

El juez se puso a compadecerse de él y a pedir a Dios que le curase la locura y le perdonara sus pecados.

También cuenta Asbag lo siguiente: Estábamos un día en su casa, yo y su secretario Abenhosn, cuando se presentó un almotacén trayendo un hombre que olía a vino. El almotacén le denunciaba como bebedor. El juez dijo a su secretario Abenhosn:

— Huélele el aliento.

Y el secretario se lo olió y dijo:

— Sí, sí, huele a vino.

Al oír eso pintóse en la cara del juez la repugnancia y el disgusto que esto le causaba, e inmediatamente me dijo a mí:

— Huélelo tú.

Yo lo hice y le dije:

— Efectivamente encuentro que huele a algo; pero no percibo con seguridad que sea olor de bebida que pueda emborrachar.

Al oír eso brilló en la cara del juez la alegría y dijo inmediatamente:

— Que lo pongan en libertad; no está probado legalmente que haya cometido esa falta.

AljoxaníKitáb al-qudá bi-Qurtuba ("historia de los jueces de Córdoba"), año 969.30
Vista aérea de Córdoba. Con más de cuatrocientos mil habitantes en torno al año 1000, la Córdoba califal era posiblemente la ciudad más grande de Europa y una de las mayores del mundo, más poblada incluso que la Córdoba actual.
Arqueta procedente de Medina Azahara.
Capitel de Medina Azahara.
Campañas de Almanzor.

Califato de Córdoba[editar]

El año 929 el emir Abderramán III puso fin a la teórica dependencia religiosa de los musulmanes andalusíes respecto a Bagdad y se proclamó califa (sucesor del Profeta y jefe de los creyentes). El título, usado por sus herederos hasta los primeros años del siglo XI, también cuestionaba los derechos de los fatimíes que, desde el norte de África, pretendían reunificar el mundo musulmán como sucesores de Fátima, la hija del profeta; amenazando las rutas comerciales controladas por los mercaderes de Al-Ándalus. Tras recibir el juramento de fidelidad de Muhammad ben Jazar, jefe de las tribus bereberes zanatas, tropas omeyas controlaron TángerMelilla (927) y Ceuta (931). El control andalusí de la zona (un verdadero protectorado) llegó a su máximo a finales del siglo, con las campañas contra los idrisíes, que permitieron las tomas de Arcila (986) y Orán (998); y hacia el sur el enclave caravanero de Siyilmasa. Los fatimíes se vieron obligados a orientar su interés hacia el este, conquistando Egipto (969) y desplazando su capital de Ifriqiya a El Cairo. A pesar de que buena parte de la historiografía se centra en la dimensión peninsular del Califato, su principal preocupación estratégica fue norteafricana.31

Abderramán III también modificó la organización militar, introduciendo en el ejército a mercenarios bereberes y a saqaliba (término para referirse a los "esclavos" comprados en los mercados europeos, especialmente los reconocibles por su piel clara y pelo rubio, que dio origen al término "eslavo", aunque no todos tendrían este origen étnico).

Su programa constructivo en torno a Córdoba no se limitó a la ampliación de la Mezquita (tradición iniciada con Abderramán I y que mantuvieron prácticamente todos los principales emires y califas), sino que incluyó una entera ciudad palatina de magnificencia legendaria: Medina Azahara, planificada para deslumbrar a las embajadas que llegaban desde todo el mundo conocido.

El Califato de Córdoba se convirtió en una gran potencia económica y militar, y culturalmente llegó a una verdadera "edad de oro": no sólo los califas, sino un gran número de personajes de la élite social, competían en mantener en su torno grandes o pequeños cortejos de poetas y músicos, y nutridas bibliotecas (aunque la función que pretendían no era tanto expandir el conocimiento, sino prestigiar al propietario). La biblioteca de Al-Hakem II, que incluía una escribanía y un taller de encuadernación, reunió miles de libros de todo tipo de procedencias en su biblioteca (el catálogo ocupaba cuarenta y cuatro volúmenes). A su muerte, los malikíes consiguieron que muchos de ellos (de temáticas problemáticas, como filosofía y astronomía) fueran quemados o arrojados a un pozo.32​ Es imposible precisar el grado que alcanzó la alfabetización, pero sin duda fue muy superior al de otras zonas.33​ El fluido intercambio de ideas entre teólogos, juristas, médicos, matemáticos y cientíticos de los más diversos ámbitos (muchos de ellos especialistas en varios de esos campos) estimulaba el progreso intelectual. La escuela o madraza de la mezquita de Córdoba en la época de Hixem II era un centro de saber no sólo comparable, sino probablemente superior a otros centros similares del ámbito islámico, y muy superior a las precarias escuelas monásticas y catedralicias de la Europa cristiana contemporánea (la comparación con los conceptos posteriores de studium generale y universidad medieval, que se hace con frecuencia, es innecesariamente anacrónica).34

A finales del siglo X los califas pasaron a ser figuras sin poder efectivo, que delegaron su ejercicio, con el cargo de hiyab, en un ambicioso personaje: Almanzor. Tanto para legitimar su posición como para frenar el desarrollo de los reinos cristianos del norte y para obtener botín, organizó las famosas aceifasrazzias o campañas de Almanzor; una serie de cincuenta y dos expediciones de saqueo que repitió con una frecuencia casi anual (aunque llegó a realizar cinco en un solo año, el 981), en los meses de verano (aceifa viene de sayf –"verano", "cosecha"–), muy a menudo desde la base de Medinaceli. El objetivo no era la ampliación territorial, excepto en la zona al sur del Duero, donde la toma de RuedaSepúlveda y Atienza en 981, le hicieron ganar su sobrenombre: al-mansur ("el victorioso").

La ciudad de León fue saqueada cuatro veces, pero también se vieron afectadas Pamplona o Barcelona, llegando hasta Narbona. En el saqueo de Santiago de Compostela de 997 hizo llevar las campanas de la catedral hasta Córdoba, cargadas por los esclavos que fueron tomados. El predominio militar musulmán de la época era evidente, y en pocas ocasiones se encontró con una oposición eficaz, salvo en algún caso en que tuvo que enfrentarse a coaliciones cristianas (batalla de Cervera, año 1000).

La muerte de Almanzor (legendariamente, en la batalla de Calatañazor, 1002) no significó inmediatamente el final del Califato Omeya ni del predominio musulmán, pero sí evidenció las tensiones políticas internas que condujeron a su descomposición; que no obstante tardaría en producirse más de veinte años, tras prolongados enfrentamientos entre jefes militares rivales, incluidos los propios hijos de Almanzor (Abd al-Malik al-Muzaffar y Abderramán Sanchuelo).

Taifas en torno a 1080.
Astrolabio andalusí de 1067.

Crisis del califato y primeras taifas[editar]

En el 1008 Abd al-Malik al-Muzaffar, el hijo de Almanzor, había realizado la última incursión de castigo contra los cristianos del norte tomando botín y recaudando tributos. Entre 1009 y 1010 las revueltas y sublevaciones protagonizadas por Muhammad II al-Mahdi, con la intervención de mercenarios cristianos proporcionados por los condes de Barcelona y Urgel, iniciaron la crisis final del Califato. Aunque este que no dejó de tener titular hasta la muerte de Hixam III (1031), con anterioridad muchos territorios se habían independizado por iniciativa de los gobernadores provinciales de las koras (ya administradas desde el emirato con mucha autonomía y diversidad étnica y tribal) que se denominaron taifas (palabra que en árabe significa "bando" o "facción"), imponiéndose a sus dirigentes los pretenciosos títulos de walí o emir.

Hubo taifas gobernadas por bereberes (taifa de Badajoztaifa de Toledotaifa de Granada) y por saqaliba o eslavos (las de Levante). Las élites burocráticas, terratenientes o de origen militar, se rodearon de séquitos armados y llegaron a formar una nueva aristocracia que, independientemente de su origen étnico real, se arabizaban o presentaban como árabes, prestigiándose sobre la mayoría de la población muladí y sobre los de origen bereber.

Mientras la sociedad andalusí evolucionaba hacia una gran complejidad política y social y refinamiento cultural, las necesidades militares aumentaban. Los dirigentes de las taifas recurrieron cada vez más a mercenarios cristianos, que terminaron imponiendo su dominio militar y pasaron a cobrar no por sus servicios militares, sino precisamente por no emplearlos contra sus pagadores (el cobro denominado parias). La creciente participación de los reinos cristianos, cada vez más fuertes, en los asuntos internos de las taifas, llevaron a un grado de subordinación política que las convertía en verdaderos estados-vasallo.

La evidencia de la posibilidad de una conquista cristiana, el incremento de la presión fiscal (por encima de las normas islámicas) y las predicaciones de los alfaquíes suscitaron constantes revueltas. Tras la caída de la taifa de Toledo (1085), Al Mutamid de Sevilla y otros reyes de taifas decidieron llamar en su ayuda a sultán almorávideYusuf ibn Tasufin, que había unificado el norte de África bajo una doctrina rigorista. Tal intervención significó el final de la independencia de las propias taifas.

Una vez, en Almería, estaba yo de visita sentado en corro, en la tienda de Isma’il ibn Yunus, el médico judío, que era ducho en el arte fisiognómica y muy perito en ella, cuando Muxahid ibn al-Husayn al-Qaysi le dijo, señalando a un hombre, llamado Hatim Abu-l-Baqa’, que pasaba frente a nosotros:

- “¿Qué dices de ese?”

Isma’il lo miró un momento y luego dijo:

- “Que es un enamorado”

- “Acertaste”, dijo Muxahid; “pero ¿cómo lo sabes?”

- “No más”, contestó, “que por la excesiva abstracción que lleva pintada en el semblante, para no hablar de sus otros ademanes. He deducido que se trata de un enamorado, sin que haya lugar a dudas.”

Ilustración del Beato de Urgel.

Reinos cristianos del norte peninsular[editar]

La aparición de los reinos hispanocristianos del norte plantea una serie de problemas historiográficos que aún siguen sin resolverse. La interpretación goticista tradicional pretende verlos como una continuidad de los visigodos, especialmente el reino de Asturias (que se legitimó a sí mismo de este modo a través de sus Crónicas). La interpretación de Abilio Barbero y Marcelo Vigil35​ da un peso mucho mayor a los pueblos prerromanos de la Cordillera Cantábrica (cántabrosastures y vascones), de precaria romanización y cristianización (basada sobre todo en los eremitas) y problemáticamente sujetos al reino visigodo. Posteriores interpretaciones historiográficas y arqueológicas lo cuestionan.36​ La continuidad visigoda era más clara en la Septimania (la zona al noreste de los Pirineos con centro en Narbona, donde Ardón se mantuvo como rey visigodo hasta el 720); y precisamente fue allí donde la intervención del reino franco fue más evidente, tras el fracaso de la intervención de Carlomagno en Zaragoza (778), con la creación de una Marca Hispánica que también comprendió los demás núcleos pirenaicos tras la conquista de Barcelona (801) y de Pamplona (806).

La presencia de los invasores musulmanes en estas zonas marginales no pudo ser muy intensa. Su derrota en el enfrentamiento denominado en las crónicas cristianas como batalla de Covadonga (722) no supuso un freno a los planteamientos expansivos de los musulmanes en otras zonas, que se mantuvieron al menos hasta la batalla de Poitiers (732). Tampoco la independencia de estos núcleos era totalmente efectiva, como demuestra la capacidad musulmana de intervenir en su política interior (reposición del rey Mauregato), realizar expediciones de castigo (aceifas) cuando lo consideraban adecuado, o imponer signos de sumisión (como el mantenimiento de rehenes en Córdoba o el más o menos mítico tributo de las cien doncellas); y, en el terreno religioso, la continuidad de la dependencia a la autoridad del obispo de Toledo (perfectamente adaptado a la convivencia con las autoridades musulmanas) hasta la restauración de los primeros obispados locales (Lugo en 741 –no hubo obispo de Oviedo hasta 802–) y la apología de Beato de Liébana contra el obispo Elipando de Toledo (794). La diócesis de Pamplona se mantuvo precariamente (pudo trasladarse a Leyre durante la invasión), y su obispo Wilesindo aparece como referente de San Eulogio de Córdoba ya en 851. Algo similar ocurrió con las diócesis de Gerona y de Barcelona.

Mientras que del siglo VIII apenas quedan testimonios materiales, en los siglos IX y X se desarrollaron programas constructivos de cierta envergadura, así como un notable florecimiento de la iluminación de manuscritos (especialmente, los Beatos). La historiografía del arte utiliza las etiquetas arte prerrománicoarte asturianoarte mozárabearte de repoblación o arte condal para designar a estas piezas, no siempre de forma unívoca.37​ Las formas estilísticas mantienen cierta continuidad con el arte visigodo, y paralelismos con el prerrománico europeo (arte carolingioarte otoniano). Para los tejidos de lujo y las artes suntuarias, de fácil importación, los reinos cristianos de esta época (y de los siglos posteriores) recurrieron en buena medida al arte andalusí (arqueta de Leyrepíxide de Zamorapíxide de Al-Mughiraarqueta de Palencia).38

Véanse referencias y galería de imágenes de Prerrománico español en la nota al pie.39

Núcleos occidentales[editar]

Reino astur-leonés[editar]
Santa María del Naranco, que ocupa el Aula Regia del desaparecido complejo palaciego del rey Ramiro I de Asturias.
El Lignum Crucis de Santo Toribio de Liébana, el mismo monasterio del que provenía Beato de Liébana.
Tímpano románico que representa la mítica batalla de Clavijo (844), intervención de Santiago matamoros en favor de los cristianos que justificaba el pago anual del voto de Santiago a la diócesis de Santiago de Compostela.
El obispo Teodomiro halla la tumba de Santiago, ilustración del Tumbo A.

Evolución de la sociedad gentilicia tradicional con la incorporación de la influencia muladí y mozárabe. Transformación de los jefes de tribus y clanes en cabezas de linajes aristocráticos feudales. Constitución de poderes territoriales. Aparece un príncipe que a veces tiene el título de rey y otras de conde: la monarquía astur, respaldada por la Iglesia que la presenta como representación de la monarquía cristiana y defensora de la España cristiana. En el proceso de institucionalización de la monarquía, la influencia de los clérigos mozárabes emigrados desde el sur, incorpora el ideal "neogoticista" como un propósito de "reconquista": reconstruir el antiguo reino godo y su monarquía; independientemente del hecho de que el reino visigodo tuviera una problemática presencia en la zona cantábrica.

La estructura económica, basada inicialmente en la ganadería extensiva, incorpora la estabulación y un peso cada vez mayor de la agricultura, hasta convertirse en la actividad principal. La sociedad, inicialmente tribal y seminómada, se hace sedentaria; y la propiedad, inicialmente comunal, va cediendo cada vez más terreno a la propiedad privada.

Del rey Don Pelayo, el vencedor de la batalla de Covadonga en 722, hay apenas noticias en las crónicas, que sugieren la posibilidad de que fuera un noble de la corte visigoda que se estableciera en las montañas de Asturias al huir de la invasión musulmana. Más que esa batalla (posiblemente una escaramuza inicial sin mayores consecuencias que las crónicas mitificaron) fue el hostigamiento mantenido durante los años siguientes, que provocó la evacuación de las reducidas guarniciones musulmanas presentes en las ciudades (OviedoGijón) y logró el control de los puertos de la cordillera, lo que permitió al grupo de Pelayo convertirse en el poder local efectivo.

Inicialmente la monarquía asturiana fue electiva, similar a la visigoda, pero también a la tradición que la arqueología detecta para los liderazgos preexistentes en las comunidades de clanes y tribus locales, basada en redes de parentesco matrilineales y matrilocales. Es muy significativo que el segundo rey, Favila, muriera al intentar cumplir con el ancestral ritual de enfrentarse con un oso. Al igual que ocurrió con la monarquía visigoda, con el tiempo fue imponiéndose el concepto de monarquía hereditaria. Se fueron estableciendo alianzas con comunidades de toda la Cordillera Cantábrica, desde la antigua provincia romana y visigoda de Gallaecia hasta el territorio del duque Pedro de Cantabria (de localización confusa –identificado con el ducado de Cantabria visigodo o con una zona más amplia habitada por vascones–), que fue el padre de Alfonso I (yerno de Pelayo y sucesor de Favila).

Fue determinante para la personalidad del nuevo reino la constitución en el valle del Duero de una "tierra de nadie" de profundidad estratégica a mediados del siglo viii (reinado de Alfonso I). A ello contribuyó tanto el fracaso de la implantación de los bereberes en la zona (por causas internas) como las expediciones de castigo que destruyeron las defensas de la zona y atrajeron a la población local hacia las montañas del norte.

Durante el reinado de Alfonso II "el Casto", además de mantener la presión militar (batalla de Lutos, 794), se produjo un hecho de gran trascendencia posterior: el descubrimiento de la tumba de Santiago (la denominada "invención de Teodomiro", 813 –"invención" es el término que se usaba para "descubrimiento"–); entendible dentro del proceso de legitimación religiosa en el que se hallaba comprometido el clero local, muy interesado en diferenciarse de los mozárabes que permanecían en Toledo y el resto de la España musulmana (polémica entre Beato y Elipando, restauración y creación de obispados y monasterios –el de Santo Toribio de Liébana se prestigió afirmando que disponía de un fragmento del Lignum Crucis enviado desde Roma–). Totalmente mítica, aunque ambientada en la histórica relación que mantuvieron Alfonso II y Carlomagno, es la historia de Bernardo del Carpio.

Ramiro I emprendió un programa constructivo que dio nombre al estilo prerrománico local (ramirense).

Alfonso el Magno reinó cincuenta y un años... En Oviedo construyó con piedra y cal un templo dedicado al Salvador y a los doce Apóstoles. También edificó una iglesia con tres altares en honor a la Virgen María. Igualmente cimentó con muchas esquinas un edificio admirable, la basílica de san Tirso. Diligentemente decoró todas estas casas de Dios con arcos y columnas marmóreas, oro y plata. Lo mismo decoró los palacios reales con diversas pinturas. Y estableció en Oviedo, tanto en el palacio como en la iglesia, todo el orden de los godos (ordo gotorum) tal como había existido en Toledo.

A lo largo del siglo IX, coincidiendo con la época de crisis del Emirato de Córdoba, se produjo la repoblación de la zona entre la Cordillera Cantábrica y el río Duero. La ciudad de León pasó a ser la capital del reino con Ordoño I en 856. Con Alfonso III "el Magno" la extensión de lo que ya se llama reino de León es de una dimensión considerable, la mitad del tercio norte peninsular. El proceso de patrimonalización de la monarquía se había completado de tal modo que a su muerte se divide el reino entre sus hijos (910), iniciándose una época de enfrentamientos entre esas nuevas entidades políticas, que también afectaron al vecino reino de Navarra.

El proceso repoblador en esta extensa tierra de frontera, expuesta a las incursiones musulmanas, se realizó inicialmente con la institución de la presura, que permitía a quien pudiera poner en cultivo y defender por sí mismo una tierra, considerarla propia; a veces se estimulaba la repoblación concediendo fueros o privilegios locales mediante documentos, como la Carta Puebla de Brañosera. Con el paso de los siglos, a medida que la frontera se desplazaba hacia el sur, y según cada zona iba quedando relativamente segura, los descendientes de los primitivos repobladores fueron siendo sometidos a condiciones sociopolíticas de menor libertad personal, vinculándose a los señoríos que establecían nobles laicos o eclesiásticos.

A comienzos del siglo X se había sobrepasado la línea del Duero, y ni siquiera un poderoso ejército reunido por Abderramán III pudo imponerse a una coalición cristiana (batalla de Simancas, 930). Pero en el periodo siguiente, coincidiendo con el apogeo del poder del Califato y las campañas anuales de Almanzor, que detuvieron la repoblación y obligaron al pago de tributos, la monarquía leonesa atravesó su periodo de mayor debilidad, tanto frente a los musulmanes como frente a los poderes aristocráticos locales. A pesar de ello, la institucionalización política se siguió desarrollando, produciendo incluso los pretenciosos títulos de rex magnus o imperator que aparecen en la diplomática de los reyes de León con otros reinos cristianos (y que parecen indicar un reconocimiento de superioridad protocolaria cuando lo utilizan el abad Oliba de Ripoll o Sancho Garcés III de Navarra)41​ o en las actas de algunos concilios (como el convocado por Alfonso V de León al que acudieron obispos, cargos cortesanos y grandes magnates de León y Asturias).

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