domingo, 30 de mayo de 2021

HISTORIA DE ESPAÑA

 SIGLO XII

El laudo arbitral del rey Enrique II de Inglaterra sobre pertenencia territorial y límites fronterizos entre los reyes Alfonso VIII de Castilla y Sancho VI de Navarra el Sabio fue emitido el 16 de marzo de 1177 tras aceptar los reyes de Castilla y el Reino de Navarra un pacto-convenio el 25 de agosto de 1176 en el que aceptaban el arbitrio del rey inglés y que se respetara una tregua de siete años.

En la resolución del laudo no se expresan claramente todos los territorios,:1

Con relación a las querellas mencionadas sobre castillos y tierras con sus términos y pertenencias, arrebatados violenta e injustamente, como decía, cada parte omitía responder a las quejas específicas relativas a actos de violencia alegadas por la otra y como se alegaba que no debían hacerse menos restituciones que las demandas, hemos determinado que se haga a cada una de las partes la restitución plena de todo lo que se solicitaba de acuerdo a Derecho.

En el mismo se entiende que se restablecían las fronteras existentes en 1158, al inicio del reinado de Alfonso VIII2​ y antes de que Navarra tomara territorios de La Rioja.3​ En el mismo el rey navarro había de renunciar a la mayor parte de La Rioja y devolver las plazas riojanas de LogroñoEntrenaNavarreteAusejo y Autol, además de La Bureba. Por su parte Alfonso VIII debería devolver LeguínPortilla y la fortaleza de Don Godin (posiblemente la actual Lapuebla de Labarca) y pagar 30.000 maravedíes en 10 años. Se exceptuaba el de Malvecín que no se devolvía a Navarra.3​ El rey navarro priorizó retener el Duranguesado y Álava, dado que el Señorío de Vizcaya en manos de Diego López II de Haro era proclives al rey castellano, aunque en su reclamación extendía la petición hasta la actual frontera de Cantabria que ostentaba en 1054.

Este laudo no satisfizo ni a castellanos ni a navarros, no siendo respetado por el rey castellano que para julio de ese año 1177 estaba ya en Cuenca junto con el de Aragón conspirando contra Sancho.2​Posteriormente, en marzo de 1179 el Tratado de Cazola entre Castilla y reino de Aragón con un detallado reparto del reino de Navarra,2​ y de la España musulmana. Esta amenaza llevó a la firma del acuerdo de paz el 15 de abril de 1179 en el que se concretan los límites fronterizos que representaba la acomodación y ejecución del laudo arbitral inglés de Westminster de marzo de 1177 que daba para Castilla la Rioja, mientras concedía a Navarra el Duranguesado, Guipúzcoa, Álava sin la villa de Salinas, e incluía las villas riojanas de Leguín y Portilla. Quedaba como línea divisoria la marcada por los ríos Nervión y Bayas precisándose que Iciar y Durango quedaban en la zona navarra:

Y yo, Don Alfonso, Rey de Castilla, hedado al rey Don Sancho de Navarra Leguin y Portilla, y le he dado por quito del castillo que tiene en Godin. Y, además de esto, yo, Don Alfonso Rey de Castilla doy por quito a vos, Don Sancho, Rey de Navarra y de Álava, a perpetuao para vuestro Reino, conviene saber: Desde Içiar y Durango, que quedan dentro de el, exceptuando el castillo de Maluecin, [...]
4

Los textos del laudo y el pacto-convenio previo, se encuentran en el Museo Británico.






Liga de Huesca. Pacto acordado el día 12 de mayo de 1191 en la ciudad de Huesca entre los representantes de los reyes Alfonso II de AragónSancho VI de NavarraAlfonso IX de León y Sancho I de Portugal con el propósito de hacer la guerra al reino de Castilla, donde reinaba Alfonso VIII.

Descripción[editar]

En 1191 Sancho I el Pobladorrey de Portugal, propuso al rey Alfonso II de Aragón un pacto para hacer frente al reino de Castilla. Alfonso II de Aragón, que aceptó la propuesta, comunicó al soberano portugués que deseaba que el pacto de alianza frente al reino de Castilla se extendiera al Reino de Navarra y al Reino de León. El pacto acordado entre los cuatro reinos fue llamado la Liga de Huesca, y fue firmado el día 12 de mayo de 1191, en la ciudad de Huesca.1

Mediante dicho acuerdo los monarcas firmantes se comprometieron a no entrar en guerra sin el asentimiento de los demás firmantes. Alfonso IX de León, por su parte, firmó el tratado debido a que no confiaba en que su primo Alfonso VIIIrey de Castilla, le devolviese las fortalezas leonesas que el rey leonés le reclamaba, a pesar de que durante las Cortes de Carrión de 1188 el rey de Castilla se había comprometido a devolvérselas.2​Tras el acuerdo sellado en la ciudad de Huesca, los reyes de Aragón y Navarra invadieron el reino de Castilla, atacando el territorio soriano.3

Sin embargo, la coalición pronto perdió a uno de sus miembros, pues en 1192 Alfonso II de Aragón firmó un tratado de paz con Alfonso VIII de Castilla, a pesar de que lo convenido en la Liga de Huesca le obligaba a no solicitar acuerdos de paz sin el consentimiento de los otros estados miembros de la Liga. La defunción de Sancho VI el Sabiorey de Navarra, ocurrida el año 1194, y el desinterés de su sucesor, el rey Sancho VII de Navarra en proseguir la guerra contra Castilla, así como la fluctuación de las relaciones entre los reinos de Portugal y León, debido al matrimonio de Alfonso IX de León con Teresa de Portugal, que fue considerado incestuoso por la autoridad eclesiástica, debilitaron las intenciones de los soberanos coaligados en la Liga de Huesca para hacer la guerra a Castilla.4

En 1194 Alfonso IX de León y Alfonso VIII de Castilla, mediante la intervención de la Santa Sede, pusieron fin a la guerra mediante la firma del tratado de Tordehumos, que fue firmado en la localidad vallisoletana de Tordehumos el día 20 de abril de 1194.

Fachada principal de la Catedral de Huesca. La liga de Huesca, acordada entre todos los reinos cristianos peninsulares a fin de hacer frente al reino de Castilla, fue pactada en 1191.





La batalla de las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe «batalla de Al-Uqab» o «Al-'Iqāb» “batalla del castigo” (معركة العقاب) y en la cristiana también «batalla de Úbeda», enfrentó el 16 de julio de 1212 a un ejército aliado cristiano formado en gran parte por tropas castellanas de Alfonso VIII de Castillaaragonesas de Pedro II de Aragónnavarras de Sancho VII de Navarra y voluntarios del Reino de León y del Reino de Portugal contra el ejército numéricamente superior del califa almohade Muhammad an-Nasir en las inmediaciones de la localidad jienense de Santa Elena. Se saldó con la victoria de las tropas cristianas y está considerada como una de las batallas más importantes de la Reconquista.

Fue iniciativa de Alfonso VIII entablar una gran batalla contra los almohades tras haber sufrido la derrota de Alarcos en 1195.3​ Para ello solicitó apoyo al Papa Inocencio III para favorecer la participación del resto de los reinos cristianos de la península ibérica y la predicación de una cruzada por la cristiandad, prometiendo el perdón de los pecados a los que lucharan en ella; todo ello con la intercesión del arzobispo de ToledoRodrigo Jiménez de Rada. Saldada con victoria del bando cristiano, fue considerada por las relaciones de la batalla inmediatamente posteriores, las crónicas y gran parte de la historiografía como el punto culminante de la Reconquista y el inicio de la decadencia de la presencia musulmana en la península ibérica, aunque en la realidad histórica las consecuencias militares y estratégicas fueron limitadas, y la conquista del valle del Guadalquivir no se iniciaría hasta pasadas unas tres décadas.

Batalla de las Navas de Tolosa
Reconquista
Parte de Reconquista
Batalla de las Navas de Tolosa, por Francisco van Halen.jpg
Batalla de Las Navas de Tolosa, óleo de Van Halen expuesto en el palacio del Senado (Madrid).

Antecedentes[editar]

El papa Inocencio III concedió el carácter de cruzada al encuentro de las Navas de Tolosa para facilitar el refuerzo de las tropas hispánicas con caballeros de toda Europa. En esta imagen del siglo XIII aparece cabalgando.

Alfonso VIII de Castilla concibió, posiblemente tras la pérdida del castillo de Salvatierra, que era una posición avanzada de la orden de Calatrava en territorio almohade, la idea de librar una batalla decisiva contra el emir almohade Muhammad an-Nasir, llamado Miramamolín por las fuentes cristianas, por adaptación fonética de su sobrenombre de «Amir al-Mu'minin», 'príncipe de los creyentes' en árabe. Para poder enfrentarse al Imperio almohade, rompió la tregua que mantenía hasta entonces con él, procuró la colaboración de todos los reinos cristianos de la península ibérica y consiguió el apoyo de Pedro II de Aragón y, con más dificultades, el de Sancho VII de Navarra, que tardó en incorporarse a la hueste.9

Comenzó los preparativos en 1211, año en que empezó a movilizar tropas y congregarlas en Toledo, que era el punto de reunión de todo el contingente. Además solicitó del papa Inocencio III la consideración de cruzada10​ para recabar caballeros de toda Europa, especialmente de Francia. Para estos preparativos diplomáticos contaba con el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada.

Tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos (1195) y la caída del castillo de Salvatierra (1211), que había tenido como consecuencia que los almohades empujaran la frontera hasta los Montes de Toledo, viendo Alfonso VIII amenazada la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo, el rey de Castilla quería resarcirse venciendo a los musulmanes en un combate decisivo y campal. Habiendo fraguado diferentes alianzas con Aragón y Navarra con la mediación del papa y de Jiménez de Rada, y roto las distintas treguas que mantenía con los almohades, se enfrentó en 1212 contra el califa.

Fuerzas cristianas[editar]

El ejército cristiano estaba formado por:

  • Las tropas de los reyes Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón. Entre las tropas del Pedro II de Aragón se encontraban los obispos de BarcelonaBerenguer de Palou y TarazonaGarcía Frontín I, así como Sancho I de Cerdaña. Las tropas del rey de Aragón al año siguiente lucharían en la batalla de Muret, donde moriría entre otros el alférez real Miguel de Luesia. Aproximadamente se congregaron mil caballeros del rey de Aragón y unos doscientos navarros. El ejército aragonés no solo contaba con caballeros aragoneses, sino que también acudieron de sus dominios occitanos, entre ellos el conde Bernardo IV de Cominges. Algunos caballeros portugueses y leoneses combatieron voluntariamente, pero sus reyes Alfonso IX de León y Alfonso II de Portugal rechazaron el llamamiento de Alfonso VIII y el papa por conflictos entre ellos y con Castilla. Por ello, Alfonso VIII pidió la mediación pontificia para evitar ser atacado por otros reinos peninsulares. Inocencio III accedió y amenazó con la excomunión a todo aquel que se atreviera a violar la paz mientras los castellanos lucharan contra los musulmanes. Este hecho contrasta con lo sucedido años atrás, cuando el mismo papa había obligado al monarca castellano, sin éxito, a devolver esos castillos a Alfonso IX, que eran los que causaban el litigio entre los reyes castellano y leonés.
Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet entregan en 1174 el castillo de Uclés al Maestre de la Orden de Santiago Pedro Fernández de Fuentecalada (Magister P. Ferrandi[z]). Tumbo menor de Castilla. Leyendas:
ALIENOR : REGINA | ALFONSUS REX : | MAGISTER : P : FERRANDI[Z] | CASTELLUM DE : UCLES | QUIDAM FRATER.
Leonor, reina; Alfonso, rey; maestre P. Fernández; castillo de Uclés y un fraile (literalmente 'un hermano'), respectivamente.
  • Las tropas (freires) de las órdenes militares de SantiagoCalatravaTemple y Hospital de San Juan. Eran caballeros fuertemente pertrechados y especializados en la guerra, que formaban parte de las fuerzas permanentes al servicio del ejército cristiano. No sería un gran número de caballeros, pero cada freire contaba con un escudero a caballo y uno o dos peones. Un contingente de cien freires podía suponer un cuerpo de medio millar de efectivos en el combate. Además, su disciplina y jerarquización los convertía en una fuerza de élite, que habitualmente se integraba en las grandes batallas en la mesnada real o militia regis, que tenía como obligación constituir la guardia personal del rey y estaba formada por los nobles del séquito regio. Junto con los caballeros de las órdenes militares habría que incluir las guarniciones de los castillos, que en gran parte estaban defendidos por freires de estas órdenes militares, pero no solo por ellos. Los castillos más importantes y expuestos al ataque enemigo (como los de Calatrava, Consuegra o Uclés) podían llegar a contar con una guarnición de cincuenta caballeros, a los que habría que añadir los peones, con un número total de 100 a 200 hombres. Pero había fortalezas guarnecidas por dos o tres caballeros y muchas estaban defendidas por una decena o dos de caballeros y medio centenar de hombres en total.11
  • Un gran número de cruzados (Alfonso VIII los cifra en 2000, aunque las fuentes medievales suelen exagerar) provenientes de otros países europeos o ultramontanos, llamados así por haber llegado desde más allá de los Pirineos. Estos guerreros, en su mayoría franceses, vinieron atraídos por el llamado del papa Inocencio III, quien a su vez había sido contactado por el arzobispo de ToledoJiménez de Rada, por encargo del rey de Castilla. La mayor parte de ellos no llegó a participar en la batalla, ya que abandonó el ejército antes de entrar en liza. Entre los convocados extranjeros figuraban también varios obispos, como los de Nantes o Burdeos. Quedaron unos 150, occitanos sobre todo, con el arzobispo de Narbona Arnaldo Amalric, cuya archidiócesis era una importante sede vinculada a la Corona de Aragón.12

Pese a que las cifras son inciertas, quien mejor ha contribuido a esclarecer el número de soldados en la batalla es Carlos Vara Thorbeck, quien calculando el espacio que ocupó el campamento cristiano (2,5 hectáreas) llegó a la conclusión de que el bando cristiano lo formaban aproximadamente 12 000 hombres. Alvira Cabrer juzga esta cifra compatible con sus cálculos, similar a las que dan las fuentes de fines del siglo XIII, razonable, verosímil y aceptada por los trabajos más recientes, como el de Rosado y López Payer (2001) o García Fitz (2005).13​ El número de caballeros cristianos estaría entre 3500 y 5500 jinetes, y de 7000 a 12 000 infantes (según las estimaciones de Martín Alvira Cabrer). García Fitz concluyó en 2014 que el número de caballeros cristianos sería de alrededor de 4000, a los que acompañarían 8000 peones, lo que suma un total de 12 000 efectivos. Los musulmanes contarían con aproximadamente el doble de combatientes. De todos modos, era un número extraordinario para una época en que los ejércitos cristianos no llegaban casi nunca a 3000 soldados: un millar de caballeros y dos mil peones ya era un importante contingente, pues lo normal es que las batallas medievales se dirimieran con unos centenares de caballeros por bando.2

Sello de Pedro II de Aragón (1196-1213), donde se le representa con lanzapendónescudo y gualdrapas del caballo ornamentadas con su señal real.

En cuanto al desglose del ejército cristiano, y ateniéndose solo a las fuentes que ofrecen cifras creíbles, y concordantes con las estimaciones científicas actuales, el mayor número de caballeros lo aportaba Castilla, que contaría con aproximadamente el doble que Aragón, también era muy nutrido, con unos mil según el consenso de los especialistas actuales. En las fuentes cronísticas más verosímiles, para el contingente aragonés se da una estimación que va desde los 1300 caballeros de la Crónica ocampiana (una de las crónicas de la familia alfonsí), hasta los 1700 de la Crónica de veinte reyes. Para los navarros se documentan cifras de 200 a 300 caballeros, aunque la mayor parte de los estudiosos se decantan por la primera de las estimaciones. El número de ultramontanos venidos a Toledo se suele exagerar. Las fuentes más verosímiles ofrecen datos de entre 1000 (Crónica latina de los reyes de Castilla) y 2000 caballeros (Carta de Alfonso VIII al papa Inocencio III). Pero para resaltar la magnitud de la deserción y el valor de los reyes españoles tras perder buena parte del ejército, minimizan la cantidad de caballeros que permanecieron, que cifran entre 130 y 150, y por ello los historiadores tienden a quedarse con la mayor de estas cifras. A estos números habría que sumar el de los caballeros villanos de las milicias concejiles, cuyo armamento podía ser muy heterogéneo, yendo desde caballeros de frontera equipados como los de linaje, hasta tropas de caballería ligera por la precariedad de su armamento. Finalmente habría que sumar los caballeros de las órdenes militares (que serían pocos, unas decenas, aunque bien armados) y las milicias de los prelados, que también dispondrían de caballería concejil y altos aristócratas, equipados como caballería pesada. Por cada caballero hay que sumar, dependiendo de la posición social, entre uno y cuatro soldados más, que pueden llegar a ser un escudero a caballo y dos o tres peones en los casos de los ricoshombres, de modo que podría estimarse el total de tropas como el triple, aproximadamente, del de caballeros. Según estos datos, podría ofrecerse el siguiente cuadro sinóptico, donde la primera cifra es la de las estimaciones medias o más frecuentes de los estudiosos recientes, y entre paréntesis las más veraces de entre las que aparecen en las fuentes, indicándola a pie de página:14

Caballeros del ejército cristiano
CastillaAragónNavarraUltramontanos (inicio)Ultramontanos (batalla)
2000 (2000-2300)15161000 (130016​-1700)15200 (20017​-300)151500 (100018​-2000)17150 (13015​-150)17

Orden de batalla cristiano en las Navas de Tolosa.jpg

Fuerzas musulmanas[editar]

La Historia de los hechos de España (De rebus Hispaniae) fue una historia de la península ibérica escrita en latín por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada en la primera mitad del siglo XIII por encargo del rey Fernando III el SantoEl Toledano estuvo presente en la batalla y en toda la campaña, en la que tuvo un papel muy destacado, por lo que su obra es una de las fuentes más valoradas por los historiadores para conocer los sucesos del enfrentamiento de Las Navas de Tolosa.

El ejército cristiano tenía un tamaño ciertamente respetable, pero el gran número de tropas convocadas por el califa almohade Muhammad an-Nasir (Miramamolín para los cristianos) hacía que pareciera pequeño a su lado. Su tamaño fue enormemente exagerado por las crónicas, tanto cristianas como musulmanas: «80 000 caballeros y peones sin cuenta» según Rodrigo Jiménez de Rada y las crónicas alfonsíes, la Carta de Alfonso VIII cifra los caballeros en 185 000, a los que Alberico de Trois-Fontaines suma otros «925 000 jinetes además de incontables peones»; Al-Maqqari, por la parte islámica, habla de 600 000 hombres.19​ Frente a todas estas cifras irreales, hoy en día se tiende a cifrar su número en poco más de 20 000 efectivos. Su composición no era menos heterogénea que la de su oponente. Además del ejército regular, que estaba profesionalizado y dependía del Estado, se componía de levas temporales (reclutamientos forzosos) y de voluntarios yihadistas. El ejército regular estaba formado, a su vez, por diferentes etnias y tribus: bereberes almorávides, otras tribus bereberes, árabes (caballería ligera, especialistas en la táctica del tornafuye), andalusíes, kurdos (los agzaz, la caballería ligera de arqueros), esclavos negros de la guardia personal del emir e incluso mercenarios cristianos, como fue el caso de Pedro Fernández el Castellano, que combatió en el bando almohade en la batalla de Alarcos (1195).

  • En primera línea se situaban los peones voluntarios, encargados de entrar en combate los primeros contra las filas enemigas, aunque su preparación militar era muy irregular y su valor como tropa, escaso. Muchos acudían a la llamada desde la yihad o guerra santa de todos los rincones del mundo islámico.
  • Inmediatamente detrás se situarían arquerosballesteros, además de peones armados con jabalinas y caballería ligera que podía desplazarse con rapidez hacia los flancos, y que también podía utilizar lanzas arrojadizas. Un cuerpo fundamental era el contingente de arqueros a caballo kurdos conocidos como agzaz. Esta unidad de mercenarios de élite había llegado a la Península tras haber sido capturados en lo que ahora es Libia durante la guerra que mantenían los almohades del Magreb con los ayubíes de Egipto. Todo este despliegue tenía como fin recibir la primera carga del enemigo y lanzar sobre él dardos.
  • El grueso del ejército regular almohade (formado por cuerpos heterogéneos) se encontraba en una segunda línea o haz detrás de los peones voluntarios, con la potente caballería andalusí, cuyo armamento era similar al de los caballeros cristianos, y la caballería ligera almohade y árabe, que había sido muy eficaz contra los ejércitos cristianos maniobrando por los flancos. La mayoría de sus veteranos y bien armados hombres procedían del noroeste de África, pertenecían a tribus árabes y guerreaban con rápidos movimientos de caballería.
  • En la retaguardia había otro haz del ejército regular almohade y tras él, formando una apretada línea en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra (también denominados imesebelen), integrada por soldados-esclavos procedentes de zonas subsaharianas, que protegían con sus grandes lanzas dispuestas hacia el enemigo y las conteras apoyadas o clavadas en el suelo el palenque o recinto fortificado (mediante objetos del bagaje, los recipientes de las flechas, bestias de carga e incluso camellos) en que se encontraba la tienda del emir. La Guardia Negra era un cuerpo de élite que conformaba la guardia personal del emir, y cuya misión era protegerlo hasta el final de la batalla. Finalmente, lo reforzaban arqueros y ballesteros. En las Navas este dispositivo de la zaga del ejército islámico se situó en una colina (posiblemente el cerro de los Olivares), lo que aumentaba la seguridad y permitía al califa una mayor visibilidad para seguir el curso de los acontecimientos de la batalla.20

Orden de batalla musulmán en las Navas de Tolosa.jpg

Movimientos previos

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