domingo, 30 de mayo de 2021

HISTORIA DE ESPAÑA

 SIGLO XII

La Batalla de Alarcos (en árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak) es una batalla que se libró junto al Castillo de Alarcos (en árabe: al-Arak الأرك), situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de Ciudad Real (España), el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la Batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

Batalla de Alarcos
Reconquista
Parte de Reconquista
Reconquista4.jpg
Miniatura de tropas cristianas y musulmanas, s. XIII
Fecha19 de julio de 1195
LugarBandera de España AlarcosCiudad Real (España)
38°57′10″N 4°00′10″O
Coordenadas38°57′10″N 4°00′00″OCoordenadas38°57′10″N 4°00′00″O (mapa)
ResultadoVictoria almohade
Beligerantes
Pendon del Reino de Castilla.svg Reino de CastillaFlag of Almohad Dynasty.svg Imperio almohade
Comandantes
Kingdom of Castile Arms.svg Alfonso VIII de Castilla
House of Haro COA.svg Diego II de Haro
Flag of Almohad Dynasty.svg Yusuf II
Flag of Almohad Dynasty.svg Abū Yahya ibn Abi Hafs  
Fuerzas en combate
Indeterminadas
~10 000 caballeros de armadura pesadanota 1
Estimación moderna:
Más de 25 0001
Indeterminadas. Estimación moderna:
20 000-30 0001

Antecedentes[editar]

En 1177, el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de ToledoMartín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla). Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya'qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:[cita requerida]

En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
Vicente Silió.[cita requerida]

El 1 de junio de 1195, desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.3​ El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de 30 000 hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro "el Castellano", señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.

El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, a los pies del de Calatrava. Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de LeónNavarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de Reino de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Aun así e imprudentemente, Alfonso VIII decidió presentar batalla al día siguiente de llegar finalmente las tropas a los alrededores de Alarcos (el 17 de julio). Tal vez por confiar en la fuerza de la caballería pesada castellana, en vez de retirarse a Talavera donde habían llegado las tropas leonesas y que les separaban tan solo unos pocos días de distancia. Abū Yūsuf no aceptó dar batalla ese día (el 18 de julio), prefiriendo esperar el resto de sus fuerzas. Al día siguiente, la madrugada del 19 de julio el ejército almohade formó alrededor de la colina "La cabeza" y a dos tiros de flecha de Alarcos como citan las fuentes árabes.

Desarrollo de la batalla[editar]

El arabista decimonónico José Antonio Conde describió así la batalla:

Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cábilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid con sus andaluces, cenetes, musamudes, gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro, como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huiría[n] de la pelea hasta que no quedase hombre a vida, y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdido comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando a los que las defendían apoderándose de cuanto allí había, y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; cautivaron muchas mujeres y niños, y mataron muchos enemigos que no se pudieron contar, pues su número cabal solo Dios que los crio lo sabe. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio CondeHistoria de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).

Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10 000 hombres) al mando de don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.

Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerinesalárabesalgazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.

Ya'qub siguió los consejos del qā'id andalusí Abū 'abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad del ejército almohade, y el agotamiento del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.4

El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā'id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la guardia negra de los esclavos. Se trataba de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.

La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Solo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid.

Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla, siendo en ese momento mediodía. El calor y la fatiga comenzaron a afectar a la caballería cristiana. Aún tras sufrir numerosas bajas, los musulmanes no tardaron en reagruparse, cerrando la salida a la caballería cristiana. Estos, haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y fueron atacados por la retaguardia, lo que, junto a la labor de los arqueros y a las maniobras de desgaste, acabó por cerrar el cerco. Fue entonces cuando Ya'qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica y finalmente se vio en la necesidad de huir, sufriendo así una derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa, teniendo finalmente que refugiarse en el inacabado castillo, que tras haber sido cercado por 5000 hombres, tuvo que rendir. En cuanto a Pedro Fernández "el Castellano", cuyas fuerzas apenas combatieron durante la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A los pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar y se retuvieron doce caballeros como rehenes para el pago del rescate.nota 3​ Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban los obispos de ÁvilaSegovia y SigüenzaOrdoño García de RodaPedro Ruiz de Guzmán y Rodrigo Sánchez; así como los Maestres tanto de la Orden de SantiagoSancho Fernández de Lemus, como de la portuguesa Orden de ÉvoraGonçalo Viegas. Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No solo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla o como consecuencia de las heridas sufridas.

Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Prefería morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que, muy en contra de su voluntad, le sacaron del campo de batalla, hubiera sucumbido.

Consecuencias de la batalla[editar]

Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava y llegaron hasta las proximidades de Toledo, donde se refugiaron los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: MalagónBenaventeCalatravaCaracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).

En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del TajoLa Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra MontánchezTrujilloPlasenciaTalaveraEscalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro "el Castellano", que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.

En un golpe de mano de los caballeros calatravos, solo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.

Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus. Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y el Imperio almohade se derrumbó pocos años después.






La batalla de Huete fue un combate que tuvo lugar en la localidad conquense de Huete en el año 1164 entre las fuerzas de la Casa de Lara y sus aliados, comandadas por el conde Manrique Pérez de Lara, y las tropas de la Casa de Castro y sus partidarios, a las órdenes de Fernando Rodríguez de Castro el Castellano. Se produjo en el contexto de la minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla, hijo de Sancho III de Castilla.

Historia[editar]

La batalla de Huete formó parte de la guerra civil que se desencadenó en el reino de Castilla tras la muerte de Sancho III el Deseado, y la posterior minoría de edad de su hijo Alfonso VIII. Durante la minoría de edad de este último, dos grandes casas nobiliarias disputaron por el derecho a ejercer la Regencia del Reino en nombre del joven rey, la Casa de Castro y la Casa de Lara, cuyos miembros descendían de los primeros pobladores del condado de Castilla. En 1160 las dos casas rivales lucharon entre sí en la Batalla de Lobregal, resultando vencedoras las tropas de la Casa de Castro, comandadas por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, miembro de la Casa de Castro.

Durante el verano de 1164 Fernando Rodríguez de Castro estuvo en el Castillo de Huete reuniendo tropas, a fin de invadir con ellas el reino de Castilla. De acuerdo con la Crónica de la población de Ávila, escrita a mediados del siglo XIII, las milicias de la ciudad de Ávila, junto al rey Alfonso VIII y sus aliados, los miembros de la familia Lara, fueron a sitiar la ciudad de Toledo, que se hallaba en manos de Fernando II de León desde 1162.a​Los castellanos comenzaron entonces a perseguir al rey de León por todo su reino, al tiempo que intentaban forzarle a abandonar el reino de Toledo.b

Es probable que Fernando Rodríguez de Castro huyese hacia la localidad de Huete en ese momento, al tiempo que Manrique Pérez de Lara le perseguía, en compañía de Alfonso VIII. En palabras de la Chronica latina regum castellae:"En ese momento el conde Manrique luchó contra Fernando Rodríguez, contando este último con el apoyo de la localidad de Huete, mientras que el conde Manrique tenía con él al niño rey"c​Las tropas de Fernando Rodríguez de Castro el Castellano procedían del reino de Toledo y, sobre todo, del municipio de Huete, de Toledo y de Zorita de los Canes.1​ Según refiere la Crónica de Veinte Reyes, el conde Manrique Pérez de Lara exigió a Fernando Rodríguez de Castro que entregase el castillo de Huete, negándose a ello este último, pues afirmó que el difunto Sancho III había ordenado que los tenientes de las fortalezas no deberían entregarlas a persona alguna hasta que Alfonso VIII alcanzase la mayoría de edad.1​ El conde Manrique ordenó entonces a su hermano Nuño proteger al niño rey y trasladarlo a Zorita de los Canes en caso de peligro.

Desarrollo y consecuencias de la batalla[editar]

En la batalla de Huete, tres hermanos fueron los jefes de las fuerzas de la Casa de LaraManrique Pérez de Lara, que se hallaba al frente, Nuño Pérez de Lara y Álvaro Pérez de Lara, al tiempo que el ejército de la Casa de Castro estaba al mando de Fernando Rodríguez de Castro"el Castellano, quien, a pesar de su origen castellano, servía a las órdenes del rey Fernando II de León, hermano del difunto Sancho III el Deseado y tío de Alfonso VIII de Castilla.

La batalla se libró frente al municipio de Huete y, al igual que en la Batalla de Lobregal, las tropas de la Casa de Castro resultaron victoriosas y, en el transcurso de la batalla, Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano" mató al conde Manrique Pérez de Lara. Sin embargo, a pesar del resultado de la batalla, la custodia del niño rey siguió estando a cargo de la Casa de Lara, y Fernando Rodríguez de Castro hubo de regresar al reino de León.

Después de la muerte del conde Manrique, sus hermanos dirigieron la retirada de las tropas derrotadas hasta Zorita de los Canes con el rey, dirigiéndose desde allí a la ciudad de Ávila, donde los prelados negociaron con ellos su entrada en la ciudad y, por otra parte, solicitaban el cese de las hostilidades a los leoneses.1

La fecha exacta de la batalla de Huete es incierta. Los Anales toledanos primeros señalan la muerte del conde Manrique: Mataron al conde Manrique a nueve días de julio de la Era Hispánica 1202.2​Existe una carta en el Becerro Mayor de Aguilar de Campoo, que es el principal cartulario del Monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, fechada el 21 de junio de 1164, una fuente más primitiva que los Anales toledanos primeros, y que señala que la batalla tuvo lugar el 3 de junio.d​No obstante, la copia del Cartulario de esta carta es posterior al año 1164, lo que sugiere que la fecha señalada sea un error.1

Trascendencia literaria[editar]

La rivalidad entre las casas de Lara y Castro por la regencia del reino se plasmó en una comedia de Luis de Belmonte BermúdezEl sastre del Campillo.

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