HISTORIA MEDIEVAL - REINO DE ASTURIAS CONTINUACIÓN
Articulación territorial del Reino de Asturias[editar]
Zona nuclear del reino: las Asturias y Liébana[editar]
Las dos Asturias (Asturias de Oviedo y Asturias de Santillana) y la comarca cántabra de Liébana constituyeron el solar donde se forjó el primer estado cristiano de la Reconquista. En territorio asturiano se sitúan las cuatro capitales que sucesivamente tuvo el reino (Cangas de Onís, Pravia, San Martín del Rey Aurelio y Oviedo) así como las principales muestras del arte prerrománico asturiano.
La Crónica Rotense, al mencionar las campañas de Alfonso I, dice que «en este tiempo se poblaron las Asturias, Primorias, Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, Bardulia, que ahora llaman Castilla y la parte marítima de Galicia».g Se describen en esta cita las diferentes entidades regionales y comarcales existentes en territorio cantábrico.
En principio, el reino original de Pelayo comprendía, al menos, los territorios de la actual Asturias central y oriental, como se desprende de las narraciones de la crónica Albeldense, y de la Crónica Rotense, que sitúan el relato de los orígenes del reino entre la ciuitate Gegione y Covadonga, con Brece, en Piloña, de por medio. Este ámbito territorial es el denominado como patria Asturiensium en la Crónica Sebastianense.
Sin embargo, los sucesores de Pelayo fueron progresivamente extendiendo sus dominios, engullendo territorios como Trasmiera o El Bierzo que, no obstante, conservaron su autonomía bajo la forma de ducados o condados regidos por comtes vinculados a la aristocracia local, como Rodrigo de Castilla o Gatón del Bierzo.
Al este del río Miera se situaban las comarcas de Trasmiera, Sopuerta y Carranza. Estos dos últimos territorios fueron anexionados a Vizcaya (1285) y posteriormente al País Vasco (1979), pero aún hoy siguen conservando buena parte de su cultura montañesa original:5 El habla tradicional de Encartaciones presenta rasgos asturleoneses6 y la mitología tradicional encartada incluye referencias a criaturas como el Ojáncanu o el Trenti que tan familiares son en el folclore de La Montaña de Cantabria.
Desierto del Duero, la ciudad de León y el antiguo Ducado asturiense[editar]
Tras la conquista islámica de España, el territorio de la Submeseta norte comenzó a experimentar un proceso de despoblamiento que se vio agudizado por la rebelión bereber de los años 740 y 741 y por la sequía que afectó a dicha área durante las décadas centrales del siglo VIII. El resultado es que la Cuenca del Duero se convirtió en un territorio de nadie.
Ha habido cierta discusión en la historiografía española en torno a la naturaleza e intensidad del despoblamiento del Valle del Duero. Algunos autores, como Sánchez Albornoz, afirmaban que dicha despoblación fue total, y más aún, fue buscada por los reyes asturianos para de esta manera aislarse estratégicamente del emirato de Córdoba y dificultar la entrada de las aceifas musulmanas en Asturias. Otros autores, como Abilio Barbero y Marcelo Vigil, consideraron que, antes que una despoblación, lo que se produjo fue una desorganización política y económica del territorio que, lejos de haber comenzado en el siglo VIII, hunde sus raíces en la crisis del latifundismo tardorromano y del sistema esclavista. Además, etnólogos como Julio Caro Baroja han llamado la atención sobre el hecho de que hay enormes diferencias entre las culturas cantábricas (gallega, asturiana...) y las de la Meseta (como la leonesa o la castellana).
La zona occidental de la Submeseta Norte, aquella que corresponde a los valles del Esla, el Órbigo y el Sil, estaba poblada en tiempos prerromanos por tribus de lengua céltica como los astures o los vacceos. Con la conquista romana, dichos territorios fueron incorporados al Conventus Asturiensis, que tras la división provincial de Caracalla fue adjudicado a la provincia de Gallaecia. En el periodo visigodo, el área pasó a formar parte del Ducado de Asturia (o Ducado Asturiense), cuyas principales ciudades eran Astorga (Asturica Augusta, capital de los astures cismontanos) y León (Legio VII, fundada por los romanos tras las guerras cántabras).
Desde la segunda mitad del siglo VIII estas regiones pasaron a ser progresivamente absorbidas por el Reino de Asturias. Sin embargo, dicha absorción se realizó de diferentes maneras, dependiendo del territorio. Así, de un lado, parece que las regiones de la montaña leonesa, el Bierzo y la Maragatería nunca llegaron a despoblarse del todo y conservaron toda su personalidad étnica: De este modo, es muy probable que los territorios de Valdeón, Laciana y Babia pertenecieran a la monarquía asturiana desde tiempos de Pelayo. Asimismo, se constata la existencia de un condado del Bierzo desde tiempos del rey Alfonso II, y es muy probable que sea bastante anterior al reinado de este monarca. Por otro lado, los estudios etnográficos que se han realizado sobre el pueblo maragato, revelan un posible origen astur, que fue expresado de una manera bastante poética por el folklorista asturiano Constantino Cabal.h En todas estas comarcas, se han preservado hasta la actualidad modalidades lingüísticas asturleonesas y rasgos culturales que son muy próximos a los asturianos. Por el contrario, la colonización del Páramo Leonés, Coyanza y Tierra de Campos tuvo un fuerte componente mozárabe: Por todas estas comarcas abundan formas toponímicas correspondientes a dicha lengua, en las que predominan los sufijos -el y -iel, en lugar del asturleonés -iellu.
En cualquier caso, lo cierto es que la ciudad de León se convirtió en el principal bastión asturiano en la Meseta Central, llegando, ya en vida de Alfonso III, a convertirse en sede regia. Otro hito más en el avance cristiano hacia el Sur lo constituyó la fortificación y repoblación de Zamora, verdadera guardiana del río Duero y que por su importancia llegó a ser calificada por algunos historiadores árabes como la capital de los gallegos.i La expansión leonesa se articularía durante los siglos siguientes en torno a la antigua calzada romana que unía Asturica con Emerita Augusta, que daría lugar con posterioridad a la Vía de la Plata.
Marcas occidentales: Galicia y el Condado portucalense[editar]
La vinculación entre el norte de Galicia y Asturias se constata ya en el Parroquial Suevo, documento del siglo VI donde se habla de la sede obispal de Britonia, que se extendía por territorios de la provincia de Lugo y de Asturias.
En el transcurso de la conquista musulmana los musulmanes conquistaron Tuy, y establecieron allí un señorío que tenía por base el valle bajo del Río Miño. La rebelión bereber de los años 740 y 741 trajo como consecuencia el abandono por parte de las guarniciones bereberes de todas sus posiciones al norte de la Sierra de Gredos. De este modo el sur de Galicia se vio libre del dominio musulmán, aunque sufrió un proceso de despoblación similar al del Valle del Duero que llevó al abandono de todo tipo de vida urbana.[cita requerida]
Por el contrario, el norte de Galicia fue incorporado al naciente reino asturiano por el rey Alfonso I, que instaló en la ciudad de Lugo al obispo Odoario. La débil posición asturiana tuvo que ser consolidada por su sucesor, Fruela I, que aplastó una insurrección de los gallegos y derrotó en Pontuvia una expedición de castigo enviada por el emir de Córdoba Abderramán I. Décadas después, otra insurrección de los gallegos fue derrotada por el rey Silo en la batalla de Montecubeiro, cerca de Castroverde.
En cualquier caso, el descubrimiento en tiempos del rey Alfonso II del sepulcro del apóstol Santiago y el surgimiento del Camino que lleva su nombre aseguraron la integración espiritual de Galicia en el Reino de Asturias y posteriormente en los de León y Castilla.
La expansión hacia el Sur fue iniciada por Ordoño I, que repobló Tuy. En décadas posteriores Vímara Pérez, vasallo de Alfonso III, llegó hasta Oporto (tomada en 868) sentando las bases del Condado Portucalense que más tarde daría lugar a Portugal.
Frontera oriental: Ducado de Cantabria, Castilla y el alto valle del Ebro[editar]
Las zonas más orientales de la Submeseta norte estaban pobladas a finales del siglo VIII por pequeñas comunidades rurales de muy diversos orígenes étnicos. La población indígena era descendiente de las diferentes tribus que poblaban el lugar en tiempos prerromanos, como los várdulos, vacceos, los turmogos y los celtíberos, y se dedicaba fundamentalmente a labores de pastoreo. Sobre esta población originaria se fue asentando una oleada migratoria procedente del área cántabro-pirenaica, que venía integrada fundamentalmente por clanes pertenecientes a dos pueblos diferentes: Los cántabros y los vascones.
La expansión más temprana es la de los cántabros. La Cantabria descrita por los geógrafos romanos se extendía casi exclusivamente por territorios de la Cordillera, pero sin embargo ya a partir del siglo II y probablemente fruto de la sedentarización de este pueblo, comienza su expansión por tierras de la Meseta, testimoniada arqueológicamente por infinidad de lápidas vadinienses que registran un intenso movimiento migratorio de los habitantes de la zona de los Picos de Europa hacia la zona de Cistierna (León). Sin embargo, la colonización más intensa fue la que se llevó a cabo en el valle alto-medio del río Ebro, en las actuales provincias de Burgos y La Rioja.
De este modo, de la lectura de la Crónica del Biclarensej (siglo VI), donde se describen las campañas del rey visigodo en tierras de los cántabros, se deduce que la Cantabria visigoda no coincidía con la descrita por los geógrafos romanos, sino que se extendía por las tierras de La Rioja y la Ribera Navarra. Se la describe como una región ubicada junto al territorio de los vascones, y cuya capital era una urbe que portaba el mismo nombre, la Ciudad de Cantabria, asentada un kilómetro al norte de la actual ciudad de Logroño y cuyas ruinas son aún visibles. Dicha ciudad recibió las admoniciones de San Millán, que exhortó a sus habitantes a la conversión, sino querían ser aniquilados por las fuerzas del mal. Una advertencia que no fue escuchada por los lugareños, que al año siguiente verían sus hogares destruidos por las tropas del rey arriano Leovigildo.k Más tarde, este lugar fue sede del Ducado de Cantabria, creado por Ervigio a finales del siglo VI y que tenía como objetivo pacificar a los cántabros y contener la expansión vasca. Se conoce el nombre de uno de sus duques, Pedro, que fue padre del rey asturiano Alfonso I y también algunas de sus instituciones, como el Senado de Cantabria, que tenía su sede en la ciudad homónima y que es citado por San Braulio en su obra Vida de San Millán.
Todavía en el siglo XI el obispo de Astorga, Sampiro, llama a Sancho III el Mayor de Pamplona Rex Cantabriensis, y ya en el reinado de García Sánchez III, a un noble navarro, Fortún Ochoa, aparece en la documentación como señor de Cameros, de la Val de Arnero y 'de Cantabria por ejercer la tenencia de estas plazas bajo el mandato del rey.
La expansión vasca tuvo lugar a principios de la Reconquista. La toponimia demuestra que la lengua éuskara fue hablada en buena parte de La Rioja y de Burgos y en las Glosas Emilianenses se conservan algunas frases en vasco que fueron anotadas probablemente por monjes hablantes nativos de esta lengua. De hecho, la lengua castellana ha heredado de la vasca su sistema fonológico y buena parte de su antroponimia (García, Sancho, Jimeno) e incluso en el poema del Mio Cid y en las obras de Gonzalo de Berceol algunos de sus personajes emplean expresiones vascuences.
En cualquier caso, la zona comenzó a caer bajo la órbita de los reyes de Asturias a partir de Ordoño I y Alfonso III, que con ayuda de sus vasallos Rodrigo y después su hijo Diego Rodríguez Porcelos repoblaron la Peña de Amaya y fundaron la ciudad de Burgos.
Los primeros avances significativos desde la Cordillera Cantábrica hacia la Meseta fueron protagonizados por los foramontanos, nombre con el que se designa a los colonos que abandonaban los territorios montañosos del Norte y se dirigían hacia el Sur a colonizar el llano: Unas veces la colonización se llevaba a cabo por iniciativa de la pequeña nobleza y los monasterios, y en otras ocasiones eran amplios grupos de parentela los que migraban a la Meseta, en un movimiento no muy diferente al que los vadinienses realizaron en los primeros siglos de nuestra era. Durante el reinado de Alfonso II fueron ocupadas la zona de Campoo, el territorio de las fuentes del Ebro así como las zonas más septentrionales de la Cuenca del Duero. Era este un territorio difícil de colonizar, puesto que el flanco oriental del reino era con diferencia el más desprotegido: Las aceifas que se dirigían a Galicia y León habían de atravesar el Desierto del Duero, un lugar poco propicio para el aprovisionamiento de las tropas, y por ello sus bases se situaban en Toledo, Coria, Talamanca y Coímbra, poblaciones que se situaban a más de 400 kilómetros de sus objetivos. Sin embargo, la zona de la Rioja estaba relativamente poblada, se encontraba en manos de una poderosa familia de señores locales, los Banu Qasi, y estaba atravesada por una calzada romana que pasaba por Amaya y llegaba hasta Astorga. Esta misma carretera había sido utilizada por Leovigildo durante sus campañas contra los cántabros en el año 574 y por Muza, durante su extensa operación de conquista llevada a cabo en los años 712–714.
El rey Ramiro I realizó un intento de colonización y fortificación de la ciudad de León, aunque este intento fue desbaratado por una aceifa musulmana. Sin embargo, su sucesor, Ordoño, aprovechó el creciente poderío militar astur así como los problemas internos del Emirato para establecer y fortificar plazas estratégicas en la Cuenca del Duero. Rodrigo, primer conde de Castilla por Ordoño I repobló la Peña de Amaya, con lo que aseguró la presencia asturiana en la margen derecha del río Ebro.
Su sucesor, Diego Rodríguez Porcelos, procedió ya en tiempos de Alfonso III a una política aún más expansiva: Se fija la frontera oriental del condado en el río Arlanzón y los Montes de Oca.m Se funda Burgos y se arrebatan a los musulmanes algunas de sus fortalezas fronterizas, como Pancorbo, que servían de base para las aceifas con las que los emires de Córdoba asolaban estas comarcas. Para proteger la frontera oriental del Reino de Asturias tuvieron que construirse multitud de castillos que pronto darían nombre a la región: Castilla.n
En las décadas siguientes a la muerte de Diego Porcelos, otros nobles como Vela Jiménez, conde de Álava, o Munio Núñez, conde de Castilla, continuarán con el avance asturiano hacia el Sur, que alcanzará el valle del Duero a principios del siglo X. Se procederá a la ocupación de la ciudad de Osma y a la penetración hacia la zona de Sepúlveda. Todas estas tierras, pertenecientes al Valle alto del río Duero, estuvieron habitadas por los celtíberos y los arévacos, y en ellas se enclavaban poblaciones de abolengo como Numantia (destruida por las tropas de Escipión), y Uxama (Osma), que según todos los indicios siguió poblada aún después de la conquista islámica. La carta de Beato a Eterio, obispo de Osma, demuestra que a finales del siglo VIII dicha ciudad seguía conservando incluso su sede obispal. El filólogo español Rafael Lapesa, expone en su obra Las lenguas circunvecinas del castellano, su tesis de que el castellano hablado en Soria así como en la zona de Montes de Oca, tenía un sustrato mozárabe, lo que parecería dar argumentos a los que afirman que hubo una continuidad demográfica y cultural en determinadas zonas de la Cuenca de Duero.
Territorios de los vascones[editar]
A principios de la era cristiana, los territorios de la depresión vasca estaban poblados fundamentalmente por tres pueblos diferentes: Los várdulos, los caristios y los autrigones. Algunos autores, como el lingüista Koldo Mitxelena, consideran que dichos pueblos hablaban una lengua antepasada del vasco actual.
En cualquier caso, lo cierto es que la lengua vasca nunca sobrepasó el límite del río Nervión en la época de la Monarquía Asturiana. En ese momento, los vascones de los territorios más occidentales, cayeron en la órbita asturiana durante los reinados de los reyes Alfonso I y Fruela. El segundo casó con una alavesa, Munia, que le daría un hijo, el futuro rey Alfonso II. Durante el reinado de Mauregato, el joven príncipe Alfonso hubo de refugiarse con sus parientes maternos en la zona de Álava hasta que al fin, tras la muerte de Bermudo I, pudo acceder definitivamente al trono asturiano. La constitución del Condado de Álava se remonta a la rebelión del conde Eglyón contra el rey Alfonso III. Tras sofocar la rebelión, el monarca encomendó el gobierno de Álava a un noble leal a su causa, Rodrigo de Castilla, aunque nunca se intituló conde de Álava y su gobierno fue efímero pues en el 882 aparece Vela Jiménez en la documentación como conde de Álava. Tuvo este magnate una importancia fundamental en la repoblación y la fortificación de Castilla, especialmente en la defensa de Cellorigo en el año 882 contra las tropas de Al-Mundir de Córdoba. El Condado de Álava se extendía por parte de las actuales provincias de Álava y Vizcaya, llegando hasta el río Deva ya en Guipúzcoa.o
El cronista vizcaíno Lope García de Salazar sitúa en sus obras Crónicas de Vizcaya (del año 1454) y Bienandanzas e fortunas (1471) el nacimiento del señorío de Vizcaya en esta época. Se menciona en ellas la existencia de un héroe fundador, Jaun Zuria, de tez blanca y cabellos rubios que creó el señorío tras su victoria sobre las tropas asturianas en la legendaria Batalla de Arrigorriaga (año 840). Sin embargo, la falta de documentación al respecto hace que todas estas cuestiones queden en un terreno especulativo: Lo único que constatan las crónicas contemporáneas es que Alfonso III hizo frente exitosamente a una rebelión de los vascones.
Cultura y sociedad[editar]
El reino tenía una economía de subsistencia puramente agrícola y ganadera, eminentemente rural, con Oviedo como único núcleo urbano en la actual Asturias. Sin embargo, había una serie de ciudades importantes en las demás partes del reino, como Braga, Lugo, Astorga, León, Zamora. La sociedad, de tipo igualitario en un primer momento, se va feudalizando progresivamente, sobre todo con la llegada de población mozárabe de cultura visigoda. Paradójicamente, esta población va cristianizando el reino, que inicialmente se asentaba en una zona con muchos elementos culturales paganos (la iglesia de Santa Cruz, en Cangas de Onís, primer vestigio arquitectónico, se construye sobre un dolmen).
Pese a que tradicionalmente se consideró que la actividad cultural era muy escasa, el trabajo de Beato, el acróstico dedicado a Silo, las construcciones prerrománicas, etc., hacen que este punto de vista esté cambiando.
La organización territorial estaba ligada a comtes, que estaban al mando de las partes más alejadas, estando el núcleo inicial astur bajo mandato directo del rey. La estructura de la corte, el oficio palatino, era mucho más simple que el de los visigodos.
El reino de Asturias empleó la representación de la Cruz de la Victoria como símbolo protector en Iglesias y fundaciones públicas y también en construcciones militares, como la fortaleza de Alfonso III en Oviedo, constituyéndose así en emblema del reino.
Pero lo que aquí debemos subrayar es la frecuencia de las representaciones de la cruz con evidente valor emblemático, de manera idéntica a como se habría dispuesto más tarde un escudo de armas. Alfonso III el magno la hizo grabar en una lápida sobre la puerta de su palacio de Oviedo en el año 875. [..] La cruz procesional cumple también la función de enseña o guion del ejército real. El liber ordinum describe la partida a la guerra del rey de Asturias al frente de sus tropas: el diácono toma del altar la cruz áurea que encierra el Lignum crucis, la entrega al obispo, y éste al rey, quien la da al sacerdote que la llevará precediéndole.8
Arte asturiano[editar]
Los monumentos de arte prerrománico en Asturias son exponentes de la pequeña civilización que estaba forjándose en el área cantábrica. En este sentido, el arte asturiano es, junto con el catalán, uno de los dos principales exponentes del prerrománico en España. Si bien en este último las influencias lombardas son evidentes, en el arte prerrománico asturiano se deja sentir sobre todo el influjo carolingio.
Sin embargo, a pesar de que tradicionalmente se han venido subrayando los vínculos entre el estilo asturiano y el visigótico, algunos autores no dejan de señalar el hecho de que probablemente buena parte de sus características deriven del arte romano y paleocristiano del que existen algunos exponentes en territorio asturiano. También hay ciertas influencias autóctonas, puramente astures, y en este sentido en algunos monumentos prerrománicos, como San Miguel de Lillo, pueden observarse medallones en los que aparecen grabados motivos paganos como la hexapétala o la espiral solar, que aún hoy se siguen empleando para decorar los hórreos asturianos.
El arte prerrománico asturiano puede estructurarse en los siguientes periodos: Prerramirense (mediados del siglo VIII–842), en el que se insertan tanto las iglesias construidas por el rey Silo en Pravia como los monumentos que construyó Alfonso II alrededor de su corte en Oviedo, entre los que destacaban la catedral prerrománica de San Salvador, que fue sustituida por la actual gótica (construida en el siglo XIV), el Palacio Real, que también fue derruido con posterioridad y del que tan solo se conservan la capilla palatina (actual Cámara Santa) y algunas arquetas que hoy en día están integradas en la iglesia de San Tirso; Ramirense, que recibe su nombre del rey Ramiro I, bajo cuyo reinado se construyeron los principales monumentos pertenecientes al arte asturiano, como Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo; Postrramirense, que abarca todas aquellas construcciones realizadas durante los reinados de Ordoño II y Alfonso III el Magno, como San Salvador de Valdediós.
Junto con todos estos logros en materia arquitectónica, en el Reino de Asturias se desarrolló una orfebrería refinada cuyos exponentes más renombrados lo constituyen la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas.
Religiosidad y espiritualidad en el Reino de Asturias[editar]
Restos de paganismo celta y megalítico[editar]
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Aunque los primeros testimonios cristianos de Asturias datan del siglo Vp la verdadera progresión del cristianismo en Asturias solo tuvo lugar a partir de mediados del siglo VI, cuando toda una serie de anacoretas, como Santo Toribio de Liébana y otros monjes pertenecientes a la orden de San Fructuoso de Braga, se fueron asentando en territorios de la cordillera Cantábrica e iniciaron la predicación de la doctrina cristiana entre los lugareños.
La cristianización de Asturias avanzó de una manera muy lenta y puede decirse que jamás llegó a significar el olvido de las antiguas divinidades. Como en muchos otros lugares (aunque quizá aquí en mayor medida), pervivieron en las creencias populares coexistiendo sincréticamente con la nueva religión. En este sentido, San Martín de Braga reprendía de este modo en su obra De correctione rusticorum a los campesinos de la Gallaecia por su apego a los cultos paganos: «Muchos demonios de los expulsados del cielo presiden en el mar, en los ríos, en las fuentes o en las selvas y se hacen adorar de los ignorantes como dioses. A ellos hacen sacrificios: en el mar invocan a Neptuno; en los ríos, a las Lamias; en las fuentes, a las Ninfas; en las selvas, a las Dianas».q
El folclorista asturiano Constantino Cabal fue el que sostuvo por vez primera la existencia de parentesco etimológico, hoy generalmente aceptado por los filólogos,91011 entre el vocablo latino diana, que menciona la cita de San Martín de Braga, y el asturiano xana, que designa a la conocida criatura de la mitología asturiana: ello podría indicar la existencia de una cierta continuidad entre la antigua religión astur y las creencias míticas presentes en la actualidad en las zonas rurales de Asturias. No en vano el arroyo que brota del santuario de Covadonga lleva aún hoy el nombre de la antigua diosa celta Deva, a cuyo culto estaba consagrado el lugar antes de su cristianización. Según otros autores, deva es una palabra céltica e indoeuropea que significa simplemente diosa, por lo que sería posible que tras esta denominación se escondieran otras divinidades femeninas como Navia o Briga. En todo caso, Deva era una advocación que, según la opinión de renombrados historiadores,1213 etnólogos14 y filólogos,1516 gozaba de gran predicamento en época precristiana, tal y como testimonian topónimos como La Isla de Deva (en Castrillón) o el pozo del Güeyu la Deva (Gijón). De la primera se dice aún hoy que vienen las niñas que nacen en el territorio de dicho concejo. Del Güeyu la Deva, que sus aguas rojas no son más que la sangre de los moros derrotados en la batalla de Covadonga.
En el valle medio del Sella, zona donde se asienta Cangas de Onís, existía un área dolménica que databa de época megalítica, probablemente del periodo 4000–2000 a. C. En ella, particularmente en el dolmen de Santa Cruz, se realizaban los enterramientos rituales de los jefes tribales de la comarca. Dicha práctica pervivió tras las conquistas romana y visigótica, y lo hizo hasta tal punto que todavía en el siglo VIII el rey Favila fue enterrado allí, en el mismo lugar donde reposaban los restos de caudillos ancestrales. Aunque la propia monarquía asturiana patrocinó la cristianización del lugar (ordenando la edificación de una iglesia), lo cierto es que aún hoy existen tradiciones paganizantes que afirman que el dolmen de Santa Cruz está poblado por xanas y que la tierra que se extrae de su suelo tiene propiedades curativas.
Según la lápida encontrada en la tumba de Favila, la iglesia fue consagrada en el año 738 por un personaje llamado Asterio, al que se califica de vate, palabra latina que quiere decir 'adivino, profeta', y que tiene cognados en las lenguas célticas, como el gaélico irlandés oaith, que designaba a aquellos bardos que realizaban profecías y adivinaciones (por ejemplo, el mago Suibhne, equivalente irlandés de Merlín). Esta terminología contrasta con la que encontramos en los textos cristianos más comunes, donde se suele designar a los sacerdotes con el término presbyterus (del griego Πρεσβυτερος, 'hermano mayor').
En tal sentido, no está de más recordar que la cristianización de Asturias se llevó a cabo por vías no demasiado ortodoxas: el Parroquial Suevo atribuía a la sede de los bretones las parroquias existentes en el territorio asturiano, por lo que es probable que las primitivas formas de cristianismo usuales en Asturias no difirieran demasiado de las existentes entre las iglesias celtas de las islas Británicas, entre ellas la tonsura de sus monjes, que por sus reminiscencias paganas fue condenada por el IV Concilio de Toledo.17 Quedan hoy en día en Galicia numerosas leyendas pías relativas a religiosos que viajaron por mar hasta las costas del Paraíso, como por ejemplo San Amaro, Trezenzonio o Ero de Armenteira: leyendas que guardan enormes paralelismos con las historias de San Brandán el Navegante, San Maclovio de Gales o los imramma irlandeses. Por otro lado, lo cierto es que el paganismo influyó incluso en las prácticas de la Iglesia Católica en Asturias: no era infrecuente que los sacerdotes participasen en los conjuros para impedir la llegada del Ñuberu a una determinada parroquia, y en la figura de los freros se conservan los últimos vestigios de la poesía mitológicar en la Asturias tradicional.
El proceso de cristianización fue fomentado por los reyes de Asturias, que a diferencia de los monarcas de la Inglaterra pagana (como Penda de Mercia), de la Irlanda gaélica (Conn el de las Cien Batallas) o la Sajonia del siglo VIII (el duque Witikindo), no cimentaron su poder sobre las tradiciones religiosas indígenas sino que tomaron sus mitos fundacionales de los textos de las Sagradas Escrituras cristianas (particularmente del Apocalipsis, y de los libros proféticos de Ezequiel y Daniel) y de los textos de los Padres de la Iglesia, como veremos en la sección siguiente.
Religiosidad cristiana: milenarismo y culto jacobeo[editar]
Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas [...] y entonces veréis venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria.Lc, 21:25–27
Durante los reinados de Silo y de Mauregatos se sentaron las bases de la cultura del Reino de Asturias y de la España cristiana de la Alta Edad Media. En este periodo aparentemente anodino, en el que los reyes de Asturias se sometieron a los dictados de los emires cordobeses, vivió Beato de Liébana, que es probablemente la mayor figura intelectual del Reino de Asturias, y cuya obra dejó una huella imperecedera en la cultura cristiana de la Reconquista.
Beato se vio directamente involucrado en la querella adopcionista, en el seno de la cual combatió con fuerza a Elipando, obispo de Toledo. Los adopcionistas defendían que Jesucristo nació hombre y que solo tras su muerte y resurrección fue adoptado por el Padre y adquirió la cualidad divina. El adopcionismo tenía raíces en el arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, y en el paganismo grecorromano, donde existían algunos ejemplos de héroes como Hércules que después de su muerte alcanzaron la apoteosis. No han de descartarse asimismo influencias musulmanas en el surgimiento del adopcionismo, pues Elipando fue impuesto en su cargo por las autoridades musulmanas, cuya religión negaba la divinidad de Jesús, al que se consideraba profeta pero no Hijo de Dios. Sin embargo, la herejía adopcionista fue combatida por Beato desde su monasterio de Santo Toribio de Liébana, al par que defendió la independencia de la iglesia asturiana frente a la toledana y estrechó lazos con Roma y el Imperio Carolingio: En este sentido, Beato fue apoyado en su lucha contra la iglesia toledana por el Papa así como por Alcuino de York, estudioso anglosajón afincado en Aquisgrán con el cual cultivó una gran amistad.
La obra de mayor trascendencia creada por Beato fueron sus Comentarios al Apocalipsis, que fueron copiados en manuscritos en los siglos posteriores (denominados usualmente Beatos) y de los que el escritor italiano Umberto Eco ha llegado a decir: «Sus fastuosas imágenes han dado lugar al mayor acontecimiento iconográfico de la historia de la humanidad».t Beato expone en ellos una interpretación personal del relato apocalíptico, a la que añade citas procedentes del Antiguo Testamento y de los Padres de la Iglesia, y todo ello acompañado por magistrales ilustraciones.
En los Comentarios se da una nueva interpretación a los símbolos del Apocalipsis: Babilonia ya no representa a la ciudad de Roma, sino a Córdoba, sede de los emires de Al Ándalus; la Bestia, antiguo símbolo del Imperio Romano, encarna ahora al invasor islámico que amenazaba con destruir la cristiandad occidental y que en esa época atribulaba con sus frecuentes razzias a los territorios del Reino de Asturias.
En el prólogo al segundo libro de esta obra se encuentra uno de los Mapa Mundi más conocidos de la cultura altomedieval europea. El objetivo de este mapa no es la representación geográfica del mundo sino el de servir como ilustración de la diáspora evangelizadora de los Apóstoles durante las primeras décadas del cristianismo. Beato se basó para confeccionarlo en los datos proporcionados por San Isidoro de Sevilla, Ptolomeo y las Sagradas Escrituras. El mundo se representa como un disco de tierra rodeado por el Océano y que se divide en tres partes: Asia (semicírculo superior), Europa (cuadrante inferior izquierdo) y África (cuadrante inferior derecho). El Mar Mediterráneo (Europa–África), el Río Nilo (África–Asia) y el Mar Egeo y el Bósforo (Europa–Asia) separaban a las masas continentales. El Mapa Mundi de Beato de Liébana es la primera obra cartográfica que muestra la existencia de la Terra Australis. A pesar de que esta tierra hipotética ya había aparecido citada en las obras de Claudio Ptolomeo o San Agustín de Hipona, lo cierto es que el mapa contenido en los Comentarios al Apocalipsis, es el primero que refleja la existencia de este continente austral, que a partir de este momento aparecerá repetidamente multitud de mapas y originará innumerables expediciones en su búsqueda, como las de Fernández de Quirós y Abel Tasman, que culminarán en el descubrimiento de Australia. Beato estaba convencido de la llegada inminente llegada del Fin de los Tiempos, que vendrían precedidos por el reinado del Anticristo, cuyo imperio duraría 1290 años. Basándose en el esquema expuesto por San Agustín en su obra la Ciudad de Dios, el creador de los Comentarios consideraba que la historia del mundo se estructuraba en seis edades: Las cinco primeras se extendían entre la creación de Adán y la crucifixión Jesucristo, mientras que la sexta, posterior a Cristo y contemporánea a nosotros, debía culminar con el desencadenamiento de los sucesos profetizados por el Apocalipsis.
Los movimientos de carácter milenarista eran comunes en la Europa de entonces: En el periodo 760–780 se producen en las Galias toda una serie de fenómenos astrales que provocan pánico entre la población; un monje visionario, Juan, predice la llegada del Fin del Mundo en el reinado de Carlomagno. Aparece en estas mismas fechas el Apocalipsis de Daniel, un texto escrito en lengua siríaca durante el reinado de la emperatriz Irene en Bizancio en el que se profetizaban toda una serie de guerras entre árabes, bizantinos y pueblos del Norte que finalizarían con la llegada del Anticristo.
Para Beato, los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Hispania (el dominio islámico, la herejía adopcionista, la progresiva asimilación de los mozárabes...) eran señales que indicaban la proximidad del eón apocalíptico. Según cuenta Elipando en su Carta de los obispos de Spania a sus hermanos de la Galia, el abad de Santo Toribio llegó a anunciar a sus paisanos de la Liébana la llegada del Fin del Mundo para la pascua del año 800: la víspera de ese día, cientos de aldeanos se agruparon en torno al Monasterio de Santo Toribio, esperando —aterrados— el prodigio. Durante casi día y medio permanecieron en aquel lugar sin probar bocado hasta que uno de ellos, de nombre Ordoño, exclamó: «¡Comamos y bebamos, de manera que si llega el fin del mundo estemos hartos!».
Las visiones proféticas y milenaristas de Beato de Liébana tuvieron una huella perdurable en el desarrollo del Reino de Asturias: La Crónica Profética, que fue redactada en torno al año 880, predice la caída final del Emirato de Córdoba y la conquista y redención de toda España por el rey Alfonso III. Asimismo, el icono de la Cruz de la Victoria, que terminó convirtiéndose el emblema del Reino de Asturias, tiene su origen en un pasaje del Apocalipsis en el que San Juan tiene la siguiente visión de la Parusía: Ve a Jesucristo sentado en majestad compañado de nubes y afirmando «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el que Fue, el que Es y el que Será. El Todopoderoso».u El uso del lábaro se remonta a tiempos de Constantino el Grande, que lo empleó durante la célebre batalla del Puente Milvio. Pero en Asturias, el uso de la Cruz de la Victoria adquirió tintes de veneración. En casi todas las iglesias prerrománicas aparece grabado dicho icono,vw a menudo acompañado de la expresión «Hoc signo tuetur pius, in hoc signo vincitur inimicus»,x que se convirtió en el lema de los monarcas asturianos.
Otro de los legados espirituales del Reino de Asturias lo constituye el surgimiento de una de las vías de transmisión cultural más fascinante de Europa: El Camino de Santiago. El primer texto que hace referencia a la predicación de Santiago el Mayor es el Breviario de los Apóstoles, texto del siglo VI que cita a un lugar denominado Aca Marmárica como su lugar de descanso definitivo. San Isidoro de Sevilla insistió en esta idea en su tratado De ortu et obitu patrium. Siglo y medio después, en tiempos del rey Mauregato fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al apóstol de «áurea cabeza de España, nuestro protector y patrono nacional»,y y se hace referencia a su predicación en la Península durante las primeras décadas del cristianismo. Algunos atribuyen dicho himno a Beato, aunque esto es discutido por los historiadores.
Pero no fue hasta el reinado de Alfonso II cuando desde Galicia llegaron noticias de un acontecimiento prodigioso: En la diócesis de Iria Flavia un ermitaño llamado Pelayo había observado durante varias noches sucesivas resplandores misteriosos sobre el bosque de Libredón. Canciones de ángeles acompañaban el baile de luminarias. Impresionado por este fenómeno, Pelayo se presentó ante el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, que acudió al lugar con su séquito. En la espesura del bosque se halló un sepulcro de piedra con tres cuerpos, que fueron identificados con los del apóstol Santiago el Mayor y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. Según la leyenda, el rey Alfonso fue el primer peregrino en acudir a ver al Apóstol: Durante las noches que duró el trayecto fue guiado por el curso de la Vía Láctea, que a partir de ese momento tomaría el nombre popular de Camino de Santiago.
El hallazgo de la tumba de Santiago supuso un éxito político de primer orden para el Reino de Asturias: Hispania podía reclamar para sí el honor de albergar los restos de uno de los apóstoles de Jesucristo, un galardón solo compartido con Asia (concretamente Éfeso) donde reposaba el cuerpo de San Juan, y con Roma, donde fueron enterrados los restos de San Pedro y San Pablo. A partir de este momento, Santiago de Compostela se convertiría junto con Roma y Jerusalén en una de las tres ciudades santas de la Cristiandad. Al abrigo del Camino de Santiago penetraron en la península ibérica multitud de influencias procedentes de Centroeuropa durante los siglos siguientes, desde los estilos gótico y románico hasta la trova provenzal.
Sin embargo, la historia del descubrimiento de los restos del Apóstol presenta ciertos trazos enigmáticos. La tumba fue encontrada en un lugar que venía siendo usado como necrópolis desde el Bajo Imperio, por lo que es posible que se tratara de los restos de un notable de la zona: El historiador británico Henry Chadwick lanzó la hipótesis que identificaba el sarcófago hallado en Compostela con las reliquias de Prisciliano. Otros autores, como Constantino Cabal, ponen de relieve que muchos lugares de Galicia como el Pico Sacro, la Pedra da Barca (Mugía) o San Andrés de Teixido eran objetivo de peregrinaciones de fieles paganos, que consideraban que aquellos lugares, identificados con el Fin del Mundo, eran puertas de entrada al Otro Mundo. Con el descubrimiento de la tumba de Santiago se inició la progresiva cristianización de estas rutas de peregrinación.
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