ANTIGUO RÉGIMEN
Abadengo es una de las diferentes especies de señorío que antiguamente se conocieron en los pueblos de España.
Se entendió porque concedida la gracia o merced que de algún pueblo hacia el rey u otro señor a algún convento o monasterio. Empezaba aquel desde entonces a estar bajo su jurisdicción, reconociéndole por señor. De esta clase fue la que dispensó el rey Alfonso VII al insigne monasterio y parroquia de San Martín de Madrid, en el año de 1126, según refiere fray Prudencio de Sandoval en las adiciones a la crónica del referido monarca, concediendo en su privilegio al abad y convento la facultad de que admitiesen en su barrio varios vecinos para su población y asimismo la jurisdicción y vasallaje con otras prerrogativas dignas de leerse.
Igualmente se llamaba pueblo abadengo a aquel a quien los mismos monasterios concedían sus propias tierras y términos para que diversas personas particulares construyesen en un punto dado sus habitaciones y aumentasen la portación, por cuyo beneficio venían obligados estos nuevos vecinos a reconocer su señorío prestándoles en su virtud algún tributo o aquel en que mutuamente se habían convenido y obligado.
Absolutismo español es una etiqueta de la historiografía y de la ciencia política que se aplica a diferentes contextos históricos y políticos.
La historiografía y el surgimiento del absolutismo[editar]
Algunos autores, especialmente los pertenecientes a la historiografía anglosajona,1 no hacen distinción entre diferentes grados en la formación de la monarquía absoluta y utilizan el término para las monarquías de comienzos de la Edad Moderna o incluso finales de la Edad Media. Ese periodo, que en la historiografía francesa y española se suele denominar Antiguo Régimen, está caracterizado por un incremento de la autoridad de los reyes. Aunque existió algún uso histórico del término (como la expresión poderío real absoluto, utilizada por Enrique III de Castilla -1393- y más frecuentemente por Juan II de Castilla), tal uso reflejaba poco más que la pretensión de los reyes de ser la fuente de la ley, con grandes salvedades y limitaciones. Hasta el siglo XVII no se suele hablar de absolutismo en estas tradiciones historiográficas, utilizándose denominaciones alternativas, como la de monarquía autoritaria. La necesidad de mantener el ejercicio del poder real en pacto con las instituciones de representación estamental (las Cortes) permitió también la definición de estos sistemas políticos como un pactismo.2
Austrias y Borbones[editar]
De hecho, la Monarquía Hispánica, primero con los Reyes Católicos y luego con los Habsburgo, era muy diferente al concepto de monarquía absoluta de los Borbones tal como se conformó en el reinado de Luis XIV (El Estado soy yo, formulaciones teóricas de Bossuet). La propia concepción del poder de la dinastía austro-borgoñona (incluyendo a la idea imperial de Carlos V) era mucho más respetuosa con las particularidades locales y estamentales, como evidenció la necesidad que tuvo el Conde Duque de Olivares de mostrar al rey Felipe IV lo poderoso que se haría si dejara de ser rey de cada uno de sus reinos y pasara a ser rey de España (según expone en su Gran Memorial de 1624).3 La reflexión sobre estos asuntos de los pensadores españoles (especialmente de la Escuela de Salamanca) ha sido interpretada no tanto como una reacción contra un absolutismo nacional, sino como una respuesta a las tendencias protagonizadas por otros países europeos (por ejemplo, el Defensio Fidei de Francisco Suárez).4
La monarquía de Felipe V de España, desde 1700 introdujo el absolutismo de origen francés propio de la dinastía Borbón, y la resistencia suscitada provocó que la Guerra de Sucesión fuera para España una verdadera guerra civil, en la que algunos territorios (especialmente Cataluña y Valencia) se caracterizaron por apoyar claramente al candidato Habsburgo. La conformación de un fuerte regalismo frente al papado alcanzó cotas incluso superiores a las obtenidas por el Patronato regio anterior.4
Despotismo ilustrado[editar]
El despotismo ilustrado en España, por su parte, es una etiqueta historiográfica que se aplica con mayor o menor extensión temporal, pero que suele restringirse a los reinados de la segunda mitad del siglo XVIII (Carlos III y Carlos IV). La aplicación de la etiqueta a la primera mitad del siglo XVIII (reinados de Felipe V y de Fernando VI) es menos usual.5
Opuesta a la tendencia ilustrada (también denominada afrancesada, antes de que este término designara más concretamente a los partidarios de Napoleón), el germen del movimiento político que posteriormente se conocerá como absolutismo español fue la tendencia que se denominaba casticista, representada por clérigos e intelectuales (Fray Diego de Cádiz, Fernando de Ceballos, Lorenzo Hervás y Panduro o Francisco Alvarado -el Filósofo Rancio-) opuestos a las influencias extranjerizantes y anticlericales identificadas con la Enciclopedia francesa y el volterianismo; o concretadas en la política del marqués de Esquilache contra el que se hizo el motín de Esquilache (del que fueron culpados los jesuitas, que fueron expulsados de España). En términos de afinidad a la cultura francesa, tanto "casticistas" como "afrancesados" dependían intelectualmente de la traducción o adaptación de los modelos franceses de cada una de las opciones políticas (más o menos reaccionarios -como el abate Augustin Barruel-, más o menos revolucionarios o bonapartistas). Las polémicas intelectuales fueron frecuentes, como la conocida como Pan y Toros, panfleto del liberal León de Arroyal.
Los absolutistas como grupo político[editar]
El grupo político de los absolutistas españoles durante el siglo XIX (desde las Cortes de Cádiz hasta la configuración del carlismo) fue designado de forma peyorativa con el término serviles, especialmente por sus adversarios, los liberales españoles.6 También se utilizaba el término realistas.7 En el debate público entre liberales y absolutistas que se producía en la prensa gaditana y en libelos de contenido político editados en la misma ciudad, destacaron por el lado absolutista Pedro Inguanzo, Francisco Alvarado, motejado el filósofo rancio, y María Manuela López de Ulloa.8 Asimismo se han denominado como ultrarrealistas, ultraabsolutistas o apostólicos (específicamente se recoge un Indulto de 30 de mayo de 1825 en favor de ultrarrealistas y apostólicos9). Entre sus representantes estaría la mayor parte del clero de la época: encabezado por Pedro de Quevedo y Quintano (obispo de Orense e Inquisidor General, miembro de la Regencia, que al jurar ante las Cortes de Cádiz lo hizo acompañando el juramento de tales protestas contra el principio de la soberanía nacional -21 de octubre de 1810- que éstas ordenaron su destierro -10 de diciembre de 1810-); y por Blas de Ostolaza (deán, confesor del rey en Valençay y diputado por el Perú en las Cortes). Entre otros diputados que se significaron por su oposición a la mayoría liberal estuvieron Miguel de Lardizábal y Juan López Reina (quien fue sancionado por un discurso considerado anticonstitucional).
El Manifiesto de los Persas, presentado a Fernando VII de España en 1814 por 69 diputados absolutistas de las Cortes de Cádiz (posiblemente redactado por su primer firmante, Bernardo Mozo de Rosales -Marqués de Mataflorida-, aunque también se ha supuesto la intervención de Juan Pérez Villamil o de Pedro Gómez Labrador), puede considerarse la explicitación del absolutismo español como ideología política. Fue también en ese mismo año de 1814 en que se acuñó el lema ¡Vivan las cadenas!
Otros destacados absolutistas fueron: clérigos como los obispos Víctor Damián Sáez (confesor del rey), Jerónimo Castillón y Salas (último Inquisidor General) Antonio Joaquín Pérez, Salvador Sanmartín, Gregorio Ceruelo de la Fuente, Ignacio Ramón de Roda, Gerardo Vázquez Parga, Jacinto Rodríguez Rico, Mariano Rodríguez de Olmedo o Francisco Javier Mier, y los canónigos Juan Escóiquiz, Pablo Fernández de Castro, Juan Francisco Martínez, Alejandro Izquierdo, Manuel Márquez Carmona, Andrés Mariano de Cerezo y Muñiz, Joaquín Palacín, Manuel Ribote o Jerónimo Merino (el "cura Merino", famoso guerrillero); militares como Francisco Javier Castaños (el vencedor de Batalla de Bailén), Luis Rebolledo de Palafox (marqués de Lazán, hermano del general Palafox y también destacado en los sitios de Zaragoza, pero de orientación política opuesta), Luis Fernández de Córdova (que realizó un intento fracasado de sublevación militar durante el Trienio Liberal y volvió a España con la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis), Francisco Javier de Elío (protagonista de la entrada de Fernando VII en Valencia en 1814), Francisco Chaperón, Vicente González Moreno, Francisco de Eguía, Nazario Eguía, Cayetano de Miramón, Antonio de Arce, Agustín Saperes o Josep Busoms; y aristócratas como José Miguel de Carvajal y Manrique (duque San Carlos), Francisco Tadeo Calomarde (duque de Santa Isabel) o Carlos de España (conde de España, de origen francés).
En 1823 se creó el Cuerpo de Voluntarios Realistas, que tres años más tarde contaba con 200.000 miembros, aunque sólo la mitad encuadrado en unidades militares.10
En Madrid se hizo famosa María de la Trinidad (Tía Cotilla) por su afán en averiguar la ideología política de sus vecinos y denunciar a los liberales.
La denominada regencia de Urgel (formada por el marqués de Mataflorida -Mozo de Rosales-, el obispo de Tarragona -Jaime Creus Martí- y el barón de Eroles -Joaquín Ibáñez-) durante el Trienio liberal; y la formación de partidas absolutistas en zonas especialmente propicias (como las denominadas Los Apostólicos),11 en distintos momentos del reinado de Fernando VII; antecedieron a la posterior movilización de las fuerzas sociales reaccionarias (es decir, contrarias a la Revolución Liberal o defensoras de la continuidad del Antiguo Régimen) durante la Primera Guerra Carlista.
Paradójicamente, el absolutismo español, identificado con el carlismo o tradicionalismo, terminó identificándose con el respeto a los fueros (del inicial lema Dios, Patria, Rey, se pasó al Dios, Patria, Fueros, Rey).1213
Absolutistas y moderados[editar]
Un destacado grupo de aristócratas, siguiendo la tradición de los jovellanistas, se esforzaron por reconciliar la corriente absolutista con los liberales más moderados. Estuvieron representados por figuras como Carlos Martínez de Irujo (marqués de Casa-Irujo), Narciso Heredia (conde de Ofalia y marqués de Heredia), Pedro Alcántara (duque del Infantado) y Francisco Cea Bermúdez.
Otra corriente que convergió con el moderantismo desde posiciones tradicionalistas fue la de los neocatólicos (marqués de Villuma, Jaime Balmes, Donoso Cortés).
Albistas es un término utilizado por la historiografía para referirse a diferentes facciones nobiliarias o políticas en distintos contextos de la historia de España, denominadas así por estar lideradas por el Duque de Alba o por un personaje, apellidado Alba (Santiago Alba Bonifaz), que no tiene relación familiar con ese linaje.
Edad Moderna[editar]
Siglo XVI: albistas y ebolistas[editar]
En la segunda mitad del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II de España se hablaba de la división de la corte en dos facciones: albistas y ebolistas, a los que se atribuían posiciones centralistas y federalistas, respectivamente, y que también han sido denominados imperiales y humanistas.1
La facción o partido albista, al que pertenecían destacados grandes, como los duques de Alburquerque o los Pimentel, estaba dirigida por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes, el gran Alba, eximio general y estratega que se caracterizó por su dureza en la represión de la revuelta flamenca -el mandarle a Flandes fue precisamente una manera de alejarle de la corte-;2 mientras que sus opuestos, la facción o partido ebolista, a la que pertenecían familias no menos importantes, como los Mendoza, los duques de Gandía o los Enríquez, estaba dirigido por el príncipe de Éboli (Ruy Gómez de Silva). Los "ebolistas" gozaron de la mayor confianza del rey, incluso después de la muerte de su líder (1573), hasta la caída de Antonio Pérez y de la princesa de Éboli (1579, protagonistas de una enigmática intriga contra el hermanastro del rey, Juan de Austria, y su secretario Juan de Escobedo -ambos muertos en 1578-). En este contexto histórico está ambientada la película La conjura de El Escorial.
A partir de ese momento pasaron a denominarse romanistas o papistas (los antiguos ebolistas) e hispanistas o castellanistas (los antiguos albistas, ahora aglutinados en torno a Mateo Vázquez).3 En los reinados siguientes (los denominados Austrias menores) la política de la Monarquía Hispánica se encauzó a través de las figuras de los validos, cuya pertenencia a una u otra facción nobiliaria fue también crucial.
Siglo XVIII: albistas y ensenadistas[editar]
A mediados del siglo XVIII, durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, se hablaba de albistas y ensenadistas.
La facción o partido albista estaba dirigida a mediados de siglo por Fernando de Silva y Álvarez de Toledo (XII duque de Alba); mientras que sus opuestos, la facción o partido ensenadista, estaba dirigido por el marqués de la Ensenada (Zenón de Somodevilla).
Aunque Ensenada había sido aliado de los Alba durante el reinado de Felipe V (los Alba estuvieron entre los más destacados filipistas o borbónicos en la crisis sucesora de finales del siglo XVII que condujo a la Guerra de Sucesión Española4 -al contrario que sus tradicionales rivales, los Mendoza-5), a partir de su elevación a la mayor responsabilidad política (1748) se fue creando una facción en su contra, que logró su destitución en 1754 (en la que no actuaron principalmente los Alba, sino una conjunción de intrigas diplomáticas en medio de un difícil equilibrio internacional de España con Francia, Inglaterra y Portugal, en la que los albistas eran anglófilos y los ensenadistas francófilos).
Durante los primeros años del reinado de Carlos III (desde 1759), que levantó a Ensenada su destierro de la corte, pero no le otorgó ningún cargo de confianza, se identificaban como ensenadistas a un grupo de nobles y eclesiásticos caracterizados por su oposición a la política de los ministros ilustrados de mayor confianza del rey, varios de ellos italianos; mientras que el duque de Alba y otros nobles alcanzaban mayor protagonismo en la corte. Entre los más destacados miembros de la facción ensenadista estaban los colegiales (provenientes de colegios mayores controlados por los jesuitas y que establecían sólidas redes clientelares en puestos clave de la administración y la iglesia, suscitando los recelos de otros -golillas y manteístas-). A este grupo de ensenadistas y jesuitas se atribuyó la responsabilidad del motín de Esquilache (1766).6 La victoria de la facción albista reafirmó el poder del grupo de ilustrados españoles (Campomanes, Roda) y del denominado "partido aragonés" en torno al Conde de Aranda.7 El de Alba tuvo incluso el atrevimiento de sugerir al rey que castigara al levantisco Madrid trasladando la corte a Sevilla (donde el duque concentraba la mayor parte de sus posesiones, algo similar a lo que hizo en su día el duque de Lerma al trasladar la corte a Valladolid); aunque esta idea fue desechada. El reforzamiento del Consejo de Castilla eclipsó el poder que parecían estar alcanzando los grandes albistas, en beneficio de Aranda y Campomanes.8
Los Alba siguieron siendo una de las familias aristocráticas más importantes durante el resto del siglo XVIII, y lo continuaron siendo con posterioridad gracias a su incomparable concentración de títulos y propiedades territoriales, que les garantizaron una privilegiada posición social y económica; aunque su protagonismo político no volvió a ser comparable al que gozaron durante el Antiguo Régimen.
Edad Contemporánea[editar]
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, se hablaba de gamacistas y albistas en el contexto de la vida política de Valladolid en la Restauración; siendo "gamacistas" los partidarios de Germán Gamazo (hasta 1901, en que éste muere) y "albistas" los de Santiago Alba Bonifaz (desde ese mismo año, en que obtiene el escaño).9
El albismo tuvo prolongación posterior en la vida política nacional, por el protagonismo de Santiago Alba durante la monarquía de Alfonso XIII y la Segunda República Española; periodos en los que representa a la Izquierda Liberal.10
Notas[editar]
- ↑ Esther Alegre Carvajal, La configuración de la ciudad nobiliaria en el renacimiento como proyecto ideológico de una élite de poder, Tiempos Modernos, vol. 6, nº 16, 2008)Los miembros del partido imperial, antigua facción fernandina y durante el reinado de Felipe II, partido albista, siempre capitaneados por el Duque de Alba, al que apoyaron aristócratas como el Duque de Benavente o el Duque de Alburquerque, aunque con una composición interna en la que la presencia de letrados y altos funcionarios, como el secretario Francisco de los Cobos, es abundante, defendían la doctrina política según la cual la naturaleza del Estado respondía a un orden político natural, y por lo tanto se ordenaba bajo una jerarquía divinamente establecida; reconocían el origen divino de la monarquía organizada en una pirámide jerárquica, perfectamente definida, con el rey en el vértice y solo responsable ante Dios. Declaraban la superioridad de Castilla en el conjunto de los reinos, y los intereses de Castilla como centro de la política de la monarquía en un ámbito unificado bajo un solo monarca. Teoría política que había sido expresada por Alfonso de Cartagena en 1434, en su discurso ante el Concilio de Basilea, recogida por Alfonso de Palencia en sus Décadas y nuevamente formulada por el cronista de los Reyes Católicos Andrés Bernáldez. Igualmente, este grupo defendía la necesidad de establecer una administración eficaz como medio de centralizar el reino, justificaba su ideología en una espiritualidad ascética y en la defensa de la ortodoxia mediante el formalismo en la práctica religiosa y la intransigencia, con el fin de impedir la entrada de ideas protestantes. Esta doctrina se tradujo en una práctica política de intolerancia y de enfrentamiento de Castilla con el resto de los reinos.
Los miembros del partido humanista, en el reinado de Felipe II denominado partido ebolista, integrado por el amplio y poderoso linaje de los Mendoza, que sumó, a través del vínculo del matrimonio, a su jefe efectivo en la Corte, Ruy Gómez de Silva, Príncipe de Éboli, y al que pertenecieron aristócratas como el Duque de Feria, el Duque de Gandía, Don Francisco de Borja, el Duque de Medina de Rioseco, Almirante de Castilla, o el Duque de Medinaceli; cultivaron una filosofía política que amparaba una visión más compleja de la Monarquía; el Estado se componía de grupos políticos contrapuestos, dependientes unos de otros y siempre en precario equilibrio; el monarca era el garante de ese equilibrio, al tiempo que los aristócratas eran partícipes con él de un gobierno secular, particularista y, desde luego, aristocrático; teoría que había sido desarrollada por Pedro López de Ayala en su Crónica de los Reyes de Castilla, por Fernán Pérez de Guzmán en Generaciones y semblanzas, de 1450 y por el cronista Diego de Varela; defendían una práctica religiosa más vivencial y poco formalista, buscaban resolver sus inquietudes piadosas en una espiritualidad más interiorista y personal, asumiendo las diversas corrientes reformistas del siglo XV de religiosidad y místicismo, mucho más acordes con el humanismo erasmista y sirviéndose de la Universidad de Alcalá como centro de enseñanza.
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