ÉPOCA MEDIEVAL
María Manzanares (Miraflores de la Sierra, circa 1584)1 conocida como la bruja de Miraflores, fue una curandera española acusada de brujería en el siglo XVII.
Proceso inquisitorial[editar]
En 1644 tras extenderse el rumor en Miraflores de que había brujas en el pueblo,2 Manzanares es denunciada ante la Inquisición y posteriormente detenida bajo la acusación de ser bruja. Los testimonios de los vecinos en su contra fueron numerosos.3 Junto a ella fue detenida Ana de Nieva,4 que contaba entonces con 64 años. Fueron descritas en los documentos de la época como "pobres y feas y de físico desagradable".5 Aunque estos rasgos se corresponden más con los mitos donde las mujeres acusadas de brujería siempre eran vistas como feas y malvadas desde el modelo social masculino.6
Existe documentación original del proceso de Manzanares en el Archivo Histórico Nacional,7 en el que se menciona que este caso de brujería terminó con un juicio abierto a estas dos mujeres delatadas por 28 vecinos.8 Se las acusaba de alegrarse de las desdichas de los demás, provocar calenturas y enfermedades. Además, Manzanares fue acusada de correr desnuda por la sierra y de secar a la gente con polvos obtenidos a partir de las hierbas del campo y de utilizar ingredientes y ungüentos preparados con tierra de cementerio, pan negro mojado en sangre de hombre, trozos de ombligo de niño, o polvos de animales machacados.2
Ante las acusaciones, Manzanares se defendió indicando que en la primera ocasión se estaba sacudiendo las pulgas y en la otra secando su ropa. De Nieva culpó a María Manzanares de invocar a los demonios y relató cómo aparecieron muchas brujas montando un cabrón negro y un brujo que las iba sacando a bailar al son de panderos y cantando:
De cabrío en cabrío, con la ira del Diablo.
Después del baile, se cuenta que se marcharon a Torrelaguna y bebieron tres tinajas de vino en una bodega,9 práctica que de Nieva confirmó que había ocurrido en otras ocasiones.
Durante el juicio, los mismos habitantes de Miraflores que antaño acudieron a la ayuda de Manzanares por su destreza como curandera, la culparon de ser la responsable de las desgracias ocurridas en el pueblo.2
En 1700, en el expediente de un proceso inquisitorial contra Isabel de la Maza, discípula de Manzanares y vecina del pueblo Manzanares el Real, se encuentran los detalles sobre Manzanares que De la Maza proporciona en una de las audiencias voluntarias en las que decía:
"La que había echado sal en la lumbre y llamado al Demonio mayor fue la maestra de oficios, y María Manzanares, que ambas lo hacían y de ellas aprendió hacía 17 años...".8
Considerada culpable, fue condenada al destierro temporal.10 La pena se fue reduciendo y, aunque en 1645 no podía residir en el arzobispado de Toledo, posteriormente bastó con que se mantuviese a una distancia de 10 leguas de Miraflores y Madrid y, finalmente, a 5 leguas de su pueblo, Toledo y Madrid, durante al menos 3 años.11
Menciones actuales[editar]
Su historia es recordada en la enseñanza universitaria gracias a profesores como James S. Amelang,12 profesor de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Madrid, que lo hace en el programa de la asignatura de 'Antropología cultural: Brujería',13 en la que trata las identidades de género y el tema de las mujeres como víctimas, citando el de Manzanares como un caso concreto.
En marzo de 2013, el programa de televisión Cuarto Milenio hizo un reportaje sobre Manzanares volviendo a atraer la atención sobre su figura.
Gregorio Mayans
Gregorio Mayans | ||
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![]() Retrato de Gregorio Mayans y Siscar, buril, 1755. Grabado de Joaquín Giner Grau según dibujo de José Vergara. Madrid, Biblioteca Nacional de España. | ||
Información personal | ||
Nombre en español | Gregorio Mayans y Siscar | |
Nacimiento | 9 de mayo de 1699 Oliva (España) | |
Fallecimiento | 21 de diciembre de 1781 (82 años) Valencia (España) | |
Nacionalidad | Española | |
Educación | ||
Educado en | ||
Información profesional | ||
Ocupación | Historiador, bibliotecario, catedrático, escritor de no ficción y latinista | |
Empleador | Universidad de Valencia | |
Gregorio Mayans y Siscar (Oliva, Valencia, 9 de mayo de 1699 - Valencia, 21 de diciembre de 1781) fue un erudito, jurista, historiador, lingüista y polígrafo español; el mayor representante, junto a Benito Jerónimo Feijoo, de la primera Ilustración española,123 y hermano mayor del también erudito Juan Antonio Mayans (1718-1801).
Biografía[editar]
Su padre, Pascual Mayans, luchó en el bando austracista en la Guerra de Sucesión Española y acompañó al archiduque Carlos a Barcelona en 1706; esto le supondría cierta marginación ulterior a su hijo en la España de los Borbones. Hasta 1713, cuando vuelve a Oliva, estudió con los jesuitas de Cordelles, pero ya en el pueblo natal su abuelo, el abogado Juan Siscar le incita al estudio del Derecho. Lo cursa en la Universidad de Valencia, donde trata a los novatores más destacados: Tomás Vicente Tosca, Juan Bautista Corachán o Baltasar Iñigo, que le facilitan lecturas esenciales en su formación, como Locke y Descartes.
En 1719 va a Salamanca para profundizar sus estudios jurídicos. Uno de sus profesores, José Borrull, le pone en contacto con el helenista Manuel Martí, deán alicantino, que será su mentor y guía de lecturas clásicas, tanto españolas como latinas o griegas, y que encauzará su vocación hacia las humanidades inclinándole al estudio del Renacimiento y los humanistas españoles del XVI: Antonio de Nebrija, Benito Arias Montano, Fray Luis de Granada y Fray Luis de León, Francisco Sánchez de las Brozas el Brocense, Juan Luis Vives, San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Miguel de Cervantes... Toda su vida se consagrará a recuperar esta tradición, que el gusto ilustrado consideraba dilapidada u olvidada por la España del Barroco.
Ganó la cátedra de Código Justinianeo de la Universidad de Valencia, pero sus colegas de la Facultad de Derecho le hostigaron continuamente. Tras un panfleto en latín contra sus detractores, publicó en 1725 la Oración en alabanza de las obras de D. Diego Saavedra Fajardo y en 1727 la Oración en la que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española, donde critica los excesos barrocos y pondera la sencillez hispana y ática de los Fray Luises, Vives o el Brocense. Viaja a Madrid en ese año, donde le acogen con afecto el director de la Real Academia Española (Mercurio Antonio López Pacheco, Marqués de Villena), y el Bibliotecario Real (Juan de Farreras). Se cartea con Benito Jerónimo Feijoo, pero romperá con él, al igual que con el padre Enrique Flórez, por la presunta superficialidad de sus conocimientos.
Defendió por entonces la reforma de los estudios jurídicos en el sentido de disminuir la preponderancia del derecho romano y aumentar la atención sobre el derecho autóctono español, nudo de una reforma general de la educación que expondrá más tarde, sin fruto, al ministro José Patiño. En esa ocasión recomendaba, por ejemplo, que el latín se enseñe en lengua vulgar y se funde en el estudio de los autores clásicos y no en el latín eclesiástico, opinión que ya sostuvo el humanista español del siglo XVI Pedro Simón Abril.
En 1730, tras perder en favor de Arbuixerch la pavordía de la universidad valenciana, oposiciones en las que se mezclaron insidias políticas de borbonistas y austracistas, foralistas y antiforalistas y, naturalmente, las envidias y rencores suscitadas entre sus colegas por Mayans, marchó a Madrid, donde consiguió el cargo de bibliotecario regio. Allí editó en 1732 sus Epistolarum libri sex, que le abrieron las puertas entre los humanistas de media Europa, y en 1733 su Orador Cristiano. Durante siete años fue oficial de la Biblioteca Real; en 1740 se retiró a su Oliva natal para dedicarse a sus estudios e investigaciones, pero siguió sosteniendo una activísima correspondencia intelectual con eruditos españoles y extranjeros en latín y en castellano. En 1737 envía la Carta-Dedicatoria al ministro Patiño con un ambicioso plan de renovación académica y cultural de España que ni siquiera recibió respuesta.
Al fin se retira en 1739 a Oliva y se casa con una prima, Margarita Pascual. Funda en 1742 la Academia Valenciana «dedicada a recoger e ilustrar las memorias antiguas y modernas, pertenecientes a las cosas de España». Su censura de la España Primitiva de Francisco Javier de la Huerta y Vega, «fábula indecorosa y opuesta a las verdaderas glorias de España», le enemista con las Academias de la Historia y de la Lengua. Su edición de la Censura de historias fabulosas de Nicolás Antonio enfrentó a la Academia Valenciana con la Inquisición.
Al llegar Fernando VI al trono, el ministro Ensenada le rescata del forzado retiro y, totalmente reivindicado por Carlos III, le nombra Alcalde de Casa y Corte. Este le encarga, tras la expulsión de los jesuitas (1767), un nuevo plan de educación que los rectores universitarios trocearon y arruinaron sin piedad. Fue socio de la Real Sociedad Económica Valenciana de Amigos del País, en la que ingresó en el año 1776. En Oliva y Valencia lo siguen visitando viejos y nuevos ilustrados: el médico valenciano y filósofo ecléctico Andrés Piquer, Francisco Pérez Bayer, Muñoz, Cerdá Rico, Cavanilles, Blasco... Dedicó sus últimos años a preparar la edición de la Obra Completa de su adorado Juan Luis Vives, pero le sorprendió la muerte ya octogenario en 1781. Se encuentra enterrado en la catedral de Valencia.
Aparte de las obras ya citadas, editó las Advertencias a la historia del padre Mariana del Marqués de Mondéjar y las obras de Antonio Agustín. Admiró especialmente a Ambrosio de Morales y a Páez de Castro. Colaboró en el Diario de los Literatos con el seudónimo de «Plácido Veranio». Publicó unos monumentales Orígenes de la lengua española (1737), donde sacó a la luz por primera vez el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés; además, reimprimió dos veces las Reglas de Ortographía de Antonio de Nebrija y compuso una Rhetórica (1757), que es también una interesante antología de la literatura española y un análisis insuperable de la prosa castellana hasta que llegó el Teatro de la elocuencia española de Capmany; es más, a él se le debe también la primera biografía de Miguel de Cervantes, impresa en 1738.
Sostuvo correspondencia con numerosas personalidades de su época, como es el caso del obispo Climent, al que manifestó sus inquietudes en 1768
Celebro mucho que V.S. Ilma. vaya introduciendo la lengua castellana para que los catalanes se aficionen a los buenos libros que ella tiene, pero siempre es necessaria la conservación de la catalana para la inteligencia de las leyes, escritos antiguos i libros; i para entender mejor la Dotrina Christiana. pues en nuestro reino ai muchos que la aprenden en castellano, i no la entienden porque no saben la lengua extraña, como la nativa.
Narbona de Cenarbe o Narbona Dacal o D'Arcal (Cenarbe, ¿? – Zaragoza, 12 de febrero de 1498) fue una curandera española del siglo XV procesada y condenada por la Inquisición en 1498 acusada de brujería.
Dacal pertenecía a una familia que poseía secretos sobre el manejo de las plantas y sustancias medicinales,1 y tenía dos hermanos, Juan y María (que también fueron acusados de brujería).2 Estaba casada con Juan de Portañya, aunque él la abandonó y vivía sola manteniéndose por sus medios.
En 1498, un vecino de Cenarbe aseguró que su nieta había superado una grave enfermedad gracias a las oraciones ofrecidas a San Cebrián. Poco después de su fallecimiento, otro de sus nietos enfermó y su familia se lamentaba de que ya no viviese para rezar por él. Sin embargo, Dacal se burlaba de estas creencias y recomendó a la familia la curación mediante plantas. A raíz de este hecho, otros vecinos del lugar manifestaron haber sido embrujados por ella causando abortos a mujeres del pueblo, obligándolos a ladrar en la iglesia e incluso afirmaban que no les permitía ver el Santísimo Sacramento, viendo en su lugar una mancha negra cuando la hostia era alzada en el altar.34
Al igual que ocurrió con Guirandana de Lay, las acusaciones de los vecinos hicieron que estas mujeres fueran llevadas ante la justicia y se hablaba de ellas como las Brujas de Villanúa.
Proceso inquisitorial y sentencia[editar]
El 12 de febrero de 1498 comenzó el Proceso Inquisitorial contra Cenarbe, que fue juzgada por los siguientes delitos:
"Dize el dicho procurador fiscal que la dicha denunciada, usando del dicho officio de bruxa, ha dado pozonyas a muchas personas y a otras fazía fetillerías y sortilegios, por loqual algunas de las dichas personas morían y otras quedavan baldadas, otras ladravan en la Yglesia y en otras partes como perros y otros animales, y otras vezes estando en la Yglesia no veyan el Corpus quando se alçava y si lo veyan lo veyan muy negro y todo esto prevenía a causa de los fetillos y pozonyas que la dicha demandada ha dado y dava a la[s]dichas personas. Y esto es verdad".5
Según el expediente del proceso contra Narbona, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, ésta fue condenada a morir en la hoguera por el delito de brujería,6 y fue quemada en el Palacio de la Aljafería.
El potro o ecúleo1 era un instrumento y un método de tortura en el que el acusado era atado de pies y manos a una superficie conectada a un torno (el potro). Al girar, el torno tiraba de las extremidades en sentidos diferentes, usualmente dislocándolas pero también pudiendo llegar a desmembrar.
Sin embargo, el método de tortura del potro usado por la Inquisición Española fue diferente, ya que consistía, según Henry Kamen, en atar al prisionero "fuertemente a un bastidor o banqueta con cuerdas pasadas en torno al cuerpo y las extremidades, que eran controladas por el verdugo, que las iba apretando mediante vueltas dadas a sus extremos. Con cada vuelta las cuerdas mordían la carne atravesándola".2
Actualmente también se da esta denominación a un mueble usado por la subcultura BDSM en sus juegos de rol dominante-sumisa/o.

Un potro de tortura en la Torre de Londres.
Inquisición española[editar]
El potro fue uno de los tres métodos de tortura más empleados por la Inquisición española junto con la «garrucha» y el «tormento del agua».3 Según Henry Kamen "fue el procedimiento más corriente a partir del siglo XVI".2 Lo mismo afirma Francisco Tomás y Valiente, que dice que siguió usándose hasta el siglo XVIII, aunque este historiador del derecho no llama a este procedimiento de tortura potro, sino "de cordeles o garrotes": "se ponían en los brazos y muslos del reo, y se iba dando vueltas a las cuerdas a medida que el juez preguntaba y el reo callaba; a veces, para agravar el dolor, se rociaban de agua las cuerdas durante el suplicio, y como eran de esparto se encogían y hacían más profundas las heridas".4
El escribano que estaba presente en la sesión de tortura recogía todos los detalles y "anotaba cada palabra y cada gesto, dándonos con ello una impresionante y macabra prueba de los sufrimientos de las víctimas de la Inquisición". El siguiente es un ejemplo de estos documentos. Se trata de una mujer judeoconversa acusada de seguir practicando su antigua religión por no comer carne de cerdo ni cambiarse de ropa los sábados (aunque ella, cuando es puesta en el potro, desconoce completamente la acusación y lo que han afirmado los testigos de cargo, pues esta era la forma de actuar de la Inquisición: que el reo confesara sin que se le dijera qué supuesto delito había cometido):5
Se ordenó que fuera puesta en el potro, y ella preguntó: "Señores, ¿por qué no me dicen lo que tengo que decir? Señor, pónganme en el suelo, ¿no he dicho ya que hice todo eso?". Le pidieron [los inquisidores] que lo dijera. Y ella respondió: "No recuerdo, quítenme de aquí. Hice lo que los testigos han dicho". Le pidieron que explicara con detalle qué es lo que habían dicho los testigos. Y ella replicó: "Señor, como ya le he dicho, no lo sé seguro. Ya he dicho que hice todo lo que los testigos dicen. Señores, suéltenme, por favor, porque no lo recuerdo". Le pidieron que lo dijera. Y ella respondió: "Señores, esto no me va a ayudar a decir lo que hice y ya he admitido todo lo que he hecho y que me ha traído a este sufrimiento. Señor, usted sabe la verdad. Señores, por amor de Dios, tengan piedad de mí. ¡Oh, señor! Quite estas cosas de mis brazos, señor, suélteme, me están matando". Fue atada en el potro con las cuerdas, y amonestada a que dijera la verdad, se ordenó que fueran apretados los garrotes. Ella dijo: "Señor, ¿no ve que estas personas me están matando? Lo hice, por amor de Dios, dejen que me vaya".
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