ÉPOCA MEDIEVAL
El antisemitismo en España tiene sus raíces en el antijudaísmo cristiano que comienza con la expansión del cristianismo en la península ibérica en tiempos del Bajo Imperio romano y que tiene su primera manifestación violenta en la brutal persecución de los judíos en la Hispania visigoda. Durante la Edad Media los judíos son «tolerados» en Al-Ándalus y en los reinos cristianos peninsulares, pero en ambos casos acaban siendo objeto de persecuciones, que les obligan a emigrar o a convertirse. Tras las matanzas de judíos de 1391 surge el problema converso, que es «resuelto» por los Reyes Católicos con la creación de la Inquisición española en 1478 y con la expulsión de los judíos de España en 1492. Sin embargo, la discriminación hacia los judeoconversos se legaliza con la implantación en algunas instituciones de los estatutos de limpieza de sangre. El «antijudaísmo sin judíos» continúa en los siglos siguientes hasta que a finales del siglo XIX llega a España el antisemitismo propiamente dicho, que alcanza su cénit durante la Segunda República Española y los primeros años de la dictadura franquista. Tras el reconocimiento del régimen franquista por los Estados Unidos y las potencias occidentales a causa de la Guerra Fría, el discurso antisemita se debilita, y al final del franquismo y durante la Transición española solo será utilizado por los grupos de extrema derecha, neofranquistas, neofascistas, neonazis y musulmanes de orientación yihadista2restablecidos por vía migratoria en España.
Edad Media[editar]
La persecución de los judíos en la Hispania visigoda (siglos V al VIII)[editar]
Tras la conversión del rey visigodo Recaredo al catolicismo, en el reino visigodo de Toledo se aplicaron unas políticas antijudías cada vez más «vejatorias»6 y «salvajes»,10, lo que «no tiene parangón en los otros reinos católicos de la época».11
La persecución la inició el «piadoso» rey Sisebuto (612-621) prohibiendo a los judíos que tuvieran esclavos cristianos y obligando a separar a los cónyuges de los matrimonios mixtos, que estaban prohibidos, si la parte infidelis (el judío o la judía) se negaba a convertirse al cristianismo, recayendo sobre ellos la pena de destierro perpetuo y la confiscación de todos sus bienes.1213Asimismo endureció el castigo a los cristianos convertidos que no quisieran volver a su antigua fe: serían azotados públicamente, sufrirían la decalvación y se convertirían en esclavos del Tesoro. En cuanto al judío que hubiera inducido a un cristiano a convertirse a la ley de Moisés, sería ejecutado y sus propiedades confiscadas.12Pocos años después Sisebuto inició una política de conversiones forzosas de los judíos al cristianismo, que culminó con el decreto de la primera conversión general al catolicismo de todos los judíos.13Como consecuencia de este decreto, muchos judíos abandonaron Hispania, pero el número de los que lo hicieron se desconoce.14
Chintila (636-639/40) obligó a los judíos bautizados de Toledo a realizar una profesión de fe o placitum por el que se comprometían expresamente a no abandonar nunca la religión cristiana, a renunciar definitivamente a las prácticas judías y a no mantener ningún contacto con aquellos judíos convertidos que supieran que judaizaban.15En el placitum también se comprometían a abandonar las costumbres judías, como la circuncisión y las reglas de alimentación; a someter a la aprobación de las autoridades la Misná; y a lapidar hasta la muerte a cualquier judeoconverso que se apartara de la fe católica.16Por último, Chintila, de común acuerdo con el clero (cum regni sui sacerdotibus), decidió que sólo podrían vivir en su reino los súbditos católicos,17 lo que constituía una «innovación en la historia de la Europa occidental. Nada parecido se había conocido en el Imperio Romano de Occidente ni en el reino arriano de España. Ni siquiera Sisebuto había llegado tan lejos».18
Recesvinto (653-672) llevó a un primer clímax la política antijudía, al aprobar una decena de durísimas leyes que impedían a los judíos continuar con su detestanda fides et consuetudo al privarles de sus derechos civiles y religiosos. Prohibió las fiestas religiosas judaicas, la observación del sabbat y todas sus prácticas religiosas, incluida la circuncisión, las normas de alimentación o el matrimonio según el rito mosaico. Asimismo prohibió a los judíos entablar pleitos contra cristianos o testificar contra ellos ―incluso si eran esclavos―, salvo los conversos de segunda generación que hubieran probado su fe cristiana.6La pena que se imponía a los que incumplieran estas normas era la de muerte en la hoguera o la lapidación a manos de los miembros de su propia comunidad judía. Además, al quedar abolido el derecho romano con la promulgación del Código de Recesvinto, los judíos perdieron la inmunidad de ser procesados o convocados judicialmente en sábado.19Para reforzar su política antijudía, los judeoconversos de Toledo fueron obligados a suscribir un nuevo placitum el 18 de febrero de 654 más duro aún que el anterior de Chintila. «Participar en las ceremonias judías o tener creencias judías era ahora, y lo siguió siendo durante casi treinta años, un delito capital».20
Ervigio (680-687) también se propuso exterminar la «peste judaica», lo que se concretó en nada menos que veintiocho leyes antijudías que presentó en el XII Concilio de Toledo (681), la más importante de las cuales fue la que exigía la conversión forzosa de todos los judíos, a los que se daba un plazo máximo de un año para bautizarse ellos, sus hijos y sus esclavos, una medida que no había impuesto Recesvinto. El que no lo hiciera, recibiría cien latigazos, sufriría la decalvación, sería desterrado y sus propiedades confiscadas si el rey así lo decidía ―el mismo castigo se impondría al judío que celebrase cualquier fiesta judía―.21La pena impuesta a la circuncisión fue tal vez la más brutal: tanto al circuncidado como al realizador se les cortarían los genitales y si este último era mujer, se le cortaría la nariz ―además todos ellos perderían sus propiedades―. Esa misma pena se aplicaría a los que hicieran proselitismo de la religión judaica.22También se impusieron importantes restricciones a los judíos que quisieran viajar.23
El ataque de Egica (610-702) a los judíos ―entre 687 y 702― constituye el segundo clímax, después del de Recesvinto, en la persecución de los judíos en la Hispania visigoda, ya que tomó la decisión más brutal de toda la historia del reino visigodo de Toledo: convertir en esclavos a los judíos que se negaran a convertirse al cristianismo.24Lo justificó ante el XVII Concilio de Toledo (694), que aprobó esta medida, asegurando que los judíos de Hispania habían organizado una supuesta e increíble conspiración con los «judíos de ultramar» (hebrei transmarini) para combatir al pueblo cristiano y usurpar el trono.6«Las personas a las que el rey otorgara los esclavos judíos, tendrían que firmar un compromiso de no permitirles nunca practicar sus ritos. Finalmente, sus hijos les serían arrebatados cuando llegasen a los siete años y serían entregados a cristianos devotos para ser educados, y a su debido tiempo serían casados con cristianos».25
El antijudaísmo de la Iglesia católica visigoda[editar]
Los obispos católicos reunidos en los sucesivos Concilios de Toledo apoyaron las leyes antijudías que les proponían los reyes visigodos, por lo que su papel «en los asuntos públicos fue indigno», afirma E. A. Thompson.26Así alentó y justificó Julián de Toledo la durísima política antijudía de Ervigio:2728
Ante cualquier mal que circula por el cuerpo, es costumbre de los buenos médicos cercenar con el hierro la zona afectada y primero amputar radicalmente las podredumbres purulentas, antes de que la parte nociva contagie a las sanas. […] Pienso que vuestra bondad, muy sagrado príncipe, deseará imitar la dulzura de este remedio admirable […] Pues bien, entre estos miembros putrefactos que han de evitarse, se encuentran las lenguas de los judíos, los cuales piensan que Cristo, el hijo de Dios prometido por la Ley, todavía no ha nacido […]
Asimismo la abundante literatura antijudía de los miembros más cultos de la jerarquía católica estimuló y explicó con argumentos teológicos la persecución a que fueron sometidos los judíos. Así, Isidoro de Sevilla escribió De fide católica ex veteri et novo testamento contra iudaeos en el que trataba de probar el fin de la Ley judaica; Braulio de Zaragoza fue el probable redactor del primer placitum ―profesión de fe pública obligatoria― de los judeoconversos de Toledo (Confessio vel professio iudaeorum civitatis Toletanae) de 637; Ildefonso de Toledo escribió De virginitate perpetua Sanctae Maria, un tratado contra los que negaban la virginidad de María, especialmente contra los judíos; Julián de Toledo fue el autor de De comprobatione sextae aetatis adversus iudaeos en el que defendía que Jesucristo era el Mesías y rechazaba la creencia judía de que la «la sexta edad del mundo» no había llegado aún porque la venida del verdadero Mesías no se había producido.6
El argumento central de los ataques al judaísmo por parte de estos autores era, como escribió Isidoro de Sevilla, que los judíos «niegan a Cristo, el Hijo de Dios», de lo que deducían que el Mesías al que los judíos decían seguir esperando no podía ser otro que el Anticristo. Así lo expresaba Julián de Toledo: «En efecto, esta misma es la causa que aducís, por la que decís que Cristo no ha venido, pues es evidente que estáis esperando a otro, ciertamente al Anticristo». Así, los judíos eran equiparados a los herejes, calificados de falsos, malvados y blasfemos.6Ildefonso de Toledo llega al extremo de considerar a la Sinagoga como una congregación propia de animales:6
A nuestra congregación nunca la llamaron los apóstoles sinagoga, sino siempre Iglesia, bien por distinguir, bien porque entre congregación, a que corresponde sinagoga, y convocatoria, a que corresponde el nombre de Iglesia, hay alguna diferencia; a saber, porque también los animales suelen congregarse, y de ellos decimos propiamente que son los greges; convocar, en cambio, es más bien propio de los racionales como son los hombres
La valoración que hacían de los judíos se resumía en el concepto de perfidia iudaica, que de concepto teológico pasó a tener un significado político, equiparándose a la noción de traición, una idea que recorrerá toda la Edad Media. Este fue el fundamento principal de la brutal política antijudía del rey Egica (610-702), dispuesto a acabar con esta «peligrosa» minoría.6
Uno de los temas de los que más se ocuparon estos autores católicos hispanos fue el de la circuncisión. Como ha explicado Raúl González Salidero, «para Isidoro [de Sevilla], la circuncisión carnal de los judíos no era más que un signo distintivo que carecía de todo valor salvífico. Por el contrario, el bautismo (o circuncisión espiritual) limpiaba todos los pecados y ofrecía la salvación eterna al pueblo cristiano. Esta pérdida de todo valor religioso convertía a la circuncisión en una marca despreciable e indigna». Esto es lo que explica que fueran numerosas las leyes que la prohibieron agravando paulatinamente el castigo que merecían aquellos que la practicaran en hombres libres que no fuesen judíos. Así se pasó del exilio y la confiscación de bienes en época arriana, a la pena muerte a partir de Chindasvinto. Pero Recesvinto y Ervigio aún fueron más lejos: el primero prohibió la circuncisión a todos los judíos, incluidos los conversos, bajo pena de muerte por lapidación u hoguera; el segundo decretó la amputación de los genitales a los hombres que la practicaran y de la nariz a las mujeres que la consumaran o indujeran a otros a ello.6
Otro de los temas que más les obsesionó fueron el sabbat y las fiestas judías, lo que quedó reflejado en la legislación visigoda que las prohibieron bajo penas de cien latigazos, destierro y confiscación de bienes, y que también obligaba a los judíos a observar las fiestas cristianas. Isidoro de Sevilla, que ignoraba el hebreo y, por tanto, tenía un conocimiento muy deficiente de las creencias y observancias judaicas, escribió sobre el sabbat:6
La ociosa festividad de los judíos [el sábado] se emplea, dedicados todos al exceso sexual, para la lujuria, para la bebida, para provecho de la vida terrenal, para servir al vientre y al amor físico.
También fueron objeto de ataques las costumbres alimentarias judías, lo que de nuevo se reflejó en las leyes. Recesvinto llegó a imponer la pena de muerte por fuego o lapidación a los que respetaran los preceptos judaicos sobre los alimentos. A los conversos se les permitió abstenerse de comer carne de cerdo, pero Ervigio restringió esta excepción a los judíos bautizados que fueran verdaderamente buenos cristianos.29
El antijudaísmo musulmán en al-Ándalus (siglos VIII al XIII)[editar]
Para los judíos, la invasión musulmana de la península ibérica de 711 significó el fin de la persecución a que habían sido sometidos por los monarcas visigodos y por la Iglesia católica. Sigue siendo objeto de debate si pidieron ayuda a los musulmanes del otro lado del estrecho de Gibraltar, pero está comprobado que los recibieron con los brazos abiertos y que colaboraron con ellos en la custodia de algunas ciudades, como Córdoba, Sevilla, Granada o Elvira, mientras los ejércitos de Tariq y Musa seguían avanzando hacia el norte. A lo largo de la Edad Media se fue extendiendo en los reinos cristianos, no sólo en los peninsulares, el mito de la «traición» de los judíos aliados con los musulmanes para destruir a los cristianos ―la creencia de que habían entregado Toledo estaba muy extendida―, mito que se intensificará durante las Cruzadas (1099-1291).30
Los musulmanes, siguiendo las enseñanzas del Corán, consideraban que los cristianos y judíos eran como ellos «gentes del Libro», por lo que eran merecedores de un trato especial, la dhimma ―palabra árabe que significa a la vez ‘garantía’, ‘ley’, ‘protección’ y ‘contrato’―, y no debían ser forzados a convertirse al Islam. Los dhimmi (en árabe ذمّي, ‘protegidos’) tenían garantizadas la vida, la propiedad de sus bienes y la libertad de culto, así como un alto grado de autonomía en las aljamas, que les permitía, por ejemplo, tener sus propios tribunales para dirimir los asuntos de sus comunidades. Como contrapartida, estaban sujetos a un impuesto especial que no pagaban los creyentes y debían llevar vestidos y nombres que los distinguieran de los musulmanes. Además tenían prohibido pertenecer al ejército y detentar cargos públicos que les confirieran autoridad sobre los creyentes, aunque sí podían ejercer algunas funciones administrativas.30
La «tolerancia» de los musulmanes hacia los judíos ―y hacia los cristianos, los llamados mozárabes― hay que entenderla en su sentido originario peyorativo ―aceptar algo negativo porque se obtiene de él alguna utilidad―, no en el sentido moderno, de respeto a las minorías. Como ha señalado Joseph Pérez, «mucho se ha idealizado y falseado la convivencia religiosa en al-Ándalus. La realidad dista mucho de ser idílica. [...] La documentación revela a los mozárabes y judíos como súbditos de segunda clase, además de subrayar las persecuciones puntuales contra los grupos al margen del Islam. Los musulmanes nunca trataron de comprender al judaísmo o el cristianismo, ni siquiera en los círculos ilustrados de Averroes». Consideraban a su religión como «la única verdadera, con exclusión de las otras dos» (y lo mismo creían los judíos y los cristianos).31
Las comunidades judías de al-Ándalus alcanzaron un gran nivel de importancia y actividad hasta mediados del siglo XII, por lo que se considera esa época como la edad de oro de la cultura judía en España, aunque historiadores como Joseph Pérez cuestionan el uso de esa expresión.32Algunos judíos llegaron a alcanzar cargos importantes, lo que provocó la animadversión de amplias capas de la población musulmana hacia ellos, porque incumplían las restricciones de la dhimma, y ese odio se extendió hacia los judíos en general, a pesar de que los judíos prominentes eran una ínfima minoría.33
Tras la desmembración del califato de Córdoba a principios del siglo XI se formaron los primeros «reinos de taifas». En la Taifa de Granada, el poder de facto era ejercido por el visir, el judío Samuel ha-Naguid, más conocido con el nombre de Nagrela. A su muerte en 1056, le sucedió su hijo Yosef, quien, como su padre, nombró a judíos para los altos cargos del reino. Diez años después, el 30 de diciembre de 1066, estalló una revuelta antijudía, instigada por las predicaciones y poemas de un alfaquí, en la que fueron asesinados cerca de cuatro mil judíos granadinos, incluido el visir Yosef.33
La «tolerancia» bajo la que habían vivido los judíos terminó cuando al-Ándalus se incorporó al Imperio almorávide, a partir de 1086, y, sobre todo, con el Imperio Almohade (1146-1232) que lo sustituyó. Los almorávides llegados del norte de África consideraron a los reyes de las taifas de al-Ándalus como traidores, irreligiosos, corruptos e impíos, y también los culparon de haber permitido que los judíos detentaran un poder que violaba la norma de la dhimma. Tras imponer la ortodoxia islámica y la pureza de las costumbres, muchos judíos fueron obligados a convertirse al islam. Otros consiguieron abandonar al-Ándalus, lo que dio lugar a una primera oleada de emigración de judíos ―y de mozárabes― a los reinos cristianos del norte de la Península.34
Mucho más intransigentes con los no musulmanes, judíos y mozárabes, se mostraron los sucesores de los almorávides, los almohades, también procedentes del norte de África. Las aljamas judías ―algunas de las cuales, como la de Lucena, habían sobrevivido a los almorávides gracias al pago de una fuerte suma de dinero― fueron desmanteladas y sus integrantes se vieron obligados a emigrar. En aquellos lugares donde intentaron resistirse, como en Granada, fueron masacrados y los supervivientes fueron obligados a llevar indumentarias especiales, de color azul, para diferenciarlos de los musulmanes ―en el siglo XIII los judíos de Granada todavía tenían que llevar un gorro amarillo―. La inmensa mayoría de los judíos andalusíes marcharon entonces a los reinos cristianos peninsulares y hubo algunos que fueron a los Estados islámicos de Oriente próximo, menos intolerantes que los del Magreb. La intransigencia antijudía ―y anticristiana― de los alhomades continuó en el reino nazarí de Granada, que en el momento de su conquista por los Reyes Católicos en 1492 apenas contaba con un millar de judíos.35
Según Joseph Pérez, con la «defensa rigurosa de la legalidad musulmana y su convicción de detentar la verdad» de almorávides y almohades «se acabó con la prosperidad y la vida cultural hebrea en al-Ándalus, que no volvió a reconstituirse».36
El antijudaísmo en los reinos cristianos (siglos XI-XV)[editar]
Al igual de lo que había sucedido en al-Ándalus antes del siglo XI, los judíos en los Estados cristianos de la peninsulares fueron «tolerados y sufridos», como se decía en una carta de los Reyes Católicos enviada al concejo de Bilbao en 1490.37Como ha señalado Henry Kamen, tanto judíos como musulmanes ―los mudéjares― eran tratados «con desprecio» y las tres comunidades «vivían existencias separadas».38
Los judíos perseguidos por almorávides y almohades «fueron bien acogidos por los príncipes [cristianos] porque procedían de un país ―al-Ándalus― cuya civilización era por aquel entonces muy superior a la de la España cristiana, porque hablaban árabe, porque conocían la organización política, económica y social de los territorios musulmanes y porque dominaban las técnicas comerciales más avanzadas». Por eso, aunque los reinos cristianos peninsulares no fueron en absoluto ajenos al crecimiento del antijudaísmo cada vez más beligerante ―en el código castellano de las Partidas se recordaba que los judíos vivían entre los cristianos «para que su presencia recuerde que descienden de aquellos que crucificaron a Nuestro Señor Jesucristo»―, los reyes siguieron «protegiendo» a los judíos por el importante papel que desempeñaban en sus reinos.39
La situación cambió en el siglo XIV, en el que se termina el periodo de «tolerancia» hacia los judíos pasándose a una fase de conflictos crecientes. Según Joseph Pérez, «lo que cambia no son las mentalidades, son las circunstancias. Los buenos tiempos de la España de las tres religiones había coincidido con una fase de expansión territorial, demográfica y económica; judíos y cristianos no competían en el mercado de trabajo: tanto unos como otros contribuían a la prosperidad general y compartían sus beneficios. El antijudaísmo militante de la Iglesia y de los frailes apenas hallaba eco. Los cambios sociales, económicos y políticos del siglo XIV, las guerras y las catástrofes naturales que preceden y siguen a la Peste Negra crean una situación nueva. […] [La gente] se cree víctima de una maldición, castigada por pecados que habría cometido. El clero invita a los fieles a arrepentirse, a cambiar de conducta y regresar a Dios. Es entonces cuando la presencia del «pueblo deicida» entre los cristianos se considera escandalosa».40
El antijudaísmo doctrinal eclesiástico[editar]
En el abandono de la relativa benevolencia bajo la que los judíos habían vivido hasta entonces jugaron también un papel importante los cambios que se produjeron en el antijudaísmo doctrinal, y en los que desempeñó un papel fundamental un judío castellano convertido al cristianismo: Moisé Sefardí, que adoptó el nombre de Pedro Alfonso. Alfonso escribió a principios del siglo XII Dialogus contra judeos (Diálogos contra los judíos), donde por primera vez se utilizan los argumentos de la literatura rabínica, que Pedro Alfonso conocía muy bien, para combatir el judaísmo. En la obra Alfonso lanza una acusación de enorme trascendencia: los dirigentes judíos sabían que Jesús era Hijo de Dios y la prueba se encontraba en el Talmud, el libro sagrado de los hebreos. Con ello «demostraba» que los judíos eran verdaderamente culpables de deicidio porque, cuando condenaron a muerte a Jesús, sabían que era Dios. Con esta acusación se cuestionaba la opinión del padre de la Iglesia Agustín de Hipona de que los judíos de Jerusalén actuaron por ignorancia, creencia en la que se había basado la política de «tolerancia» mantenida hasta entonces y cuyo objetivo último era convertir a los judíos en cristianos al mostrarles la Verdad de Jesucristo. Si los judíos ya conocían esa Verdad, entonces no era posible la conversión y, por tanto, ya no tenía sentido la «tolerancia» hacia ellos.44
En 1263 tuvo lugar en Barcelona una disputa entre teólogos judíos y cristianos similar a la que había tenido lugar veinte años antes en París. Estuvo presidida por el rey de Aragón y conde de Barcelona Jaime I y participaron en ella el judío convertido y dominico Pablo Cristiano y el rabino de Gerona y gran filósofo Moisés Ben Nahmán, también conocido como Nahmánides. El tema central del debate fue la cuestión del Mesías y el de la Trinidad. Tras la celebración del mismo, Nahmánides fue acusado por los dominicos de blasfemo, por lo que tuvo que emigrar a Palestina para evitar la condena.45A los judíos se les obligaba a asistir a estas disputas «para que presenciaran la derrota de sus rabinos ante los argumentos de los teólogos cristianos y quedaran así convencidos de que estaban engañados».46Asimismo se les forzaba a acudir a los sermones de los frailes dominicos que estaban autorizados a darlos en las propias sinagogas y en los que arremetían contra el judaísmo con el fin de convertir a sus oyentes. Pero estos métodos dieron escasos resultados porque la inmensa mayoría de los judíos siguieron fieles a la Ley Mosaica.47
Poco después de la disputa de Barcelona, el dominico catalán Raimundo Martí, que tenía amplios conocimientos de árabe y hebreo, publicó un libro que tendría una gran importancia sobre la forma como abordaron los cristianos la presencia de los judíos junto a ellos. Su título era Pugio fidei adversos Mauros et Judaeos y como estaba lleno de citas sacadas del Talmud y de los midrachim ―interpretaciones y comentarios tradicionales― con su correspondiente traducción al latín, fue profusamente utilizado por todos los autores cristianos que querían mostrar los «errores» del judaísmo.48Según el dominico, tras la destrucción del Templo de Jerusalén un rabino había pactado con el diablo el fin de los cristianos, por lo que los judíos habían dejado de ser el pueblo elegido por Dios para pasar a ser el pueblo elegido por Lucifer. Con esta conclusión se cerraba el ciclo de coexistencia con los judíos. Estos ahora «eran tan sólo servidores de Satán que los empleaba para destruir la fe cristiana».
No hay comentarios:
Publicar un comentario